Edición N° 397 - Mayo 2016

Algo más que transparencia

 

 

El arquitecto Luis Alberto Boh envió a la revista un artículo en el cual emite su opinión acerca del Concurso Nacional de Ideas del Sitio de Memoria 1-A Ycuá Bolaños -organizado por la Secretaría Nacional de Cultura (SNC) y el Colegio de Arquitectos del Paraguay (CAP) como entidad gerenciadora, con el acuerdo de organizaciones de  víctimas y huérfanos  del Ykua Bolaños y la colaboración de la Municipalidad de Asunción- cuyos resultados se conocieron en marzo pasado, y sobre el fallo del jurado.

 

De los concursos de hace un tiempo y otro lugar…

Entre mediados y fines de los setenta y comienzos de los ochenta una de las mejores oportunidades que teníamos de aprender arquitectura -aprender conceptos, comprender la lógica de los planteamientos, familiarizarnos con la argumentación especializada, consistente y rigurosa, conocer el valor de tomar una posición ante las exigencias de un programa, reconocer el sentido y el peso específico de una idea arquitectónica, de un partido, de un criterio funcional y de un planteamiento estético- era a través de los muchos concursos de arquitectura que fundamentalmente se hacían en Argentina y llegaban aquí por medio de revistas especializadas.

Las memorias de los concursantes, pero sobre todo, las extensas y completas memorias de los miembros del jurado terminaban siendo una cátedra inolvidable de arquitectura, y las ocasionales polémicas subsiguientes a algunos de los fallos contribuían a aportar aún más riqueza al debate y más ideas para evaluar y analizar.

Era, en ese momento, inconcebible que un concurso se resolviera con un fallo sin fundamentación. Inconcebible para empezar por un elemental sentido de respeto a los concursantes: se partía de la base que eran concursantes serios, que sus propuestas eran resultado de una elaboración pensada y coherente y que lo mínimo que se merecían era la consideración sustentada de un jurado serio.

En segundo lugar, también se partía de la base de que un concurso serio cuenta con un jurado de nivel consecuente, y que un jurado así -por respeto a sí mismo- debe emitir fallos sólidamente fundamentados y con criterio.

El resultado final de esos niveles de profesionalismo y seriedad eran concursos que en sí mismos eran una lección de arquitectura y una oportunidad de cultivarse, aprender y formarse en la disciplina.

 

A nuestros demonios

En esa nuestra penosa tradición de opacidad, amiguismo y falta de respeto por el, trabajo de los demás, todo queda rebajado a una -o unas sesiones- de encuentros amistosos, donde nadie quiere confrontar ideas con nadie. Hacerlo es tener “mala onda”, sentar posiciones está mal visto, disentir se considera una escandalosa ofensa personal, buscar un poco de rigor o profundidad en el pensamiento se interpreta como petulancia, soberbia y “pose de intelectual”.

Ni hablemos de escribir. Por extraño sortilegio, en esta sumisa, esquiva y ubicua cultura de la oralidad, poner las cosas por escrito se considera afrentoso y por poco, antesala de la agresión física.

Si sostener un pensamiento crítico ya vuelve a alguien disfuncional para los valores vigentes y lo coloca en el rol de persona molesta, y exteriorizar lo que se piensa es un acto de inaceptable petulancia y “mala onda”, ponerlo por escrito pasa a ser en nuestro aldeano ambiente profesional e intelectual motivo suficiente para calificar a cualquiera de “agresivo” y “conflictivo”. La respuesta suele ir de la descalificación soez sin argumentación alguna, al tradicional ninguneo, el tan paraguayo y poco digno ostracismo del silencio, en la gran tradición de esa pusilanimidad autóctona que privilegia siempre la maledicencia artera, el rumor, la intriga, la conspiración y la traición antes que la confrontación.

Total, por arriba y para el público, todos “somosamigos”.

El problema es que con estos hábitos culturales confirmamos día a día que somos una sociedad que ni siquiera entró a la modernidad, no importa cuántos teléfonos

inteligentes zumben en nuestros bolsillos, ni cuánto vino de “alta gama” se consuma en la movida gastronómica asuncena, ni cuánto viaje, departamento símil Miami, dispendio y vehículo costoso forme parte del despliegue de nuestros “new rich” locales. Seguimos siendo una triste sociedad premoderna, un país marginal, con una sociedad chata, sin verdaderas élites y (por esa misma razón) sin perspectiva.

Empezaremos a dar algún paso en el sentido adecuado cuando asumamos la responsabilidad de reflexionar y sobre todo, la responsabilidad de debatir y argumentar de manera consistente, correcta, abierta y profunda. Empezaremos a ser serios cuando se empiece a respetar el trabajo ajeno y aprendamos que los concursos no pueden ser planteados ni juzgados según el modelo de un encuentro entre amigos.

 

La transparencia no basta: también hace falta ser serios

Terminado el concurso de Ycua Bolaños, distribuidos los premios y pronunciados los discursos que pusieron énfasis en la transparencia, lo que cabe señalar, antes que nada, es que la mera transparencia no basta: es necesario ser serios.

¿Qué significa (a pesar de lo ya dicho en la reseña histórica del comienzo del artículo) ser serios en un concurso de arquitectura?

- Que debe ser pública y conocida la composición efectiva del jurado, es decir la conformación de jurado con los miembros que efectivamente toman parte de las deliberaciones, no de los que simplemente figuran. Esta información debe ser ampliamente divulgada, no puede ser un mero “dato técnico” del concurso.

- Que debe darse a publicidad las actas de las sesiones del jurado. En dichas actas deben constar las presencias y ausencias de los integrantes, y las posiciones asumidas por cada uno de los miembros del jurado durante las sesiones de juzgamiento, así como sus fundamentos y argumentaciones. Esto presupone que el jurado debe contar con una secretaría eficaz y profesional.

- Que  debe conocerse el fallo final -argumentado y con fundamentos- de cada uno de los miembros del jurado: cada miembro debe ser responsable de su voto, sea en el sentido que fuere, y tiene la obligación inexcusable de redactarlo y emitirlo por escrito.

La fundamentación debe expresar los criterios de juzgamiento utilizados, la ponderación atribuida por cada uno de los miembros a dichos criterios, la postura personal del que juzga y todos los argumentos que justifican el sentido del voto en todos los aspectos analizados de cada proyecto participante merecedor de premio, mención, o rechazo. Incluso debe argumentarse la no consideración o el no juzgamiento de los proyectos que no llegan a un nivel mínimo para ello.

No puede haber voto gratuito y sin fundamento. No al menos, si se mantiene un mínimo margen de respeto por los concursantes y si se pretende que sea un concurso mínimamente serio.

Un jurado no es una reunión de amigos. Tampoco es una reunión de personas que tienen voz y voto pero carecen de formación y de criterio para juzgar, por más honorables que dichas personas pudieran ser en lo personal. Nada de eso es serio.

 

También con el dinero: transparencia y seriedad

Un detalle no menor, relacionado con el requisito ineludible de un fallo fundamentado y por escrito de cada uno de los miembros del jurado, es que tenemos de por medio una suma considerable de un dinero que finalmente sale de nuestros bolsillos de contribuyentes, razón por la que todo rigor y toda seriedad siempre serán escasas.

Son 15.000 millones de guaraníes asignados a esa obra, según declaraciones del director general del gabinete de la SNC (http://www.cultura.gov.py/lang/es-es/2016/03/recuerdo reflexion y servicio a la comunidad asi sera el nuevo memorial 1a ycua bolaños/)

Todos sabemos que por la décima parte de esa suma la Dirección Nacional de Contrataciones Públicas tiene exigencias infinitamente mayores que las que este concurso parece considerar: especificaciones técnicas, certificaciones de todo tipo, dictámenes de decenas de instancias de control, y así por el estilo.

Para este caso cabría, entonces, con toda razón que nos preguntemos dónde están los argumentos que certifiquen y garanticen que se adjudicó con justicia, con fundamento y sin margen de duda en contrario, el proyecto que merece esta nada despreciable suma de nuestro dinero. ¿Cómo tenemos la certeza de que es ése proyecto y no otro, el que merece destinar 15.000 millones de guaraníes de nuestro dinero para su ejecución? ¿Dónde constan los argumentos que certifican que se realizó la elección más adecuada, o lo que es lo mismo, dónde constan los argumentos que justifiquen haber dejado de lado otras alternativas?

Quienes decidieron que esa suma del dinero de los contribuyentes tenga ese destino, deben poner por escrito y con su firma los argumentos que validen la decisión tomada. Digamos, para decirlo en términos sencillos, que es un respeto que nos deben a todos los contribuyentes, y un principio ético básico en materia de transparencia, ya que de ella tanto hablamos.

 

El rostro verdadero de la tragedia de Ycua Bolaños

Y como no existe moneda sin dos caras, otro rostro de esa misma ausencia de seriedad es esa suerte de docilidad y de sumisión: la “naïveté” de quienes presumen mostrando el diploma de premiación sin, por lo visto, experimentar la más pequeña exigencia intelectual ni ejercer el menor amor propio en demanda de una razón argumentada, de un fundamento racional que le de sentido al premio recibido, puesto por escrito, firmado por los miembros del jurado y dado a la mayor divulgación pública posible. ¿O tan desmesurada es el ansia por ser premiados que les da igual recibir un premio que no obedece a ningún fallo fundamentado puesto por escrito? ¿Les vale igual recibir un premio sin justificación que uno con justificación? ¿Un premio acaso conjura, exime, sustituye los motivos por los cuales se otorga?

Un premio otorgado sin motivo alguno es sólo una dádiva caprichosa, un gesto de gracia, más aún cuando hablamos de un concurso profesional. Es bueno reiterar aquí que cuando decimos “fallo fundamentado” hablamos de fallos documentados por escrito y puestos a la consideración pública, con sus responsables a la vista.

Aunque resulte penoso tener que admitirlo, hasta en los programas de la tele chatarra tipo “Bailando por un sueño” puede apreciarse más celo por parte de los jueces en sustentar y explicar sus votos, y más amor propio de parte de los concursantes ante los motivos de un fallo del jurado.

Y los que no recibieron premio alguno, pero con quienes tampoco se tuvo la consideración -mínima- de fundamentar el fallo de rechazo de su propuesta, se quedan como se dice, meramente en el aire, con el esfuerzo a ciegas y el gasto, sin el respaldo de al menos haber aprendido algo de la experiencia, sin saber qué hicieron mal o qué fue insuficiente, qué faltó, en qué erraron. Un esfuerzo y un fracaso al que inaceptablemente se les niega hasta el derecho de servir de experiencia y de lección.

En suma, un concurso que no es serio no solo no cumple su cometido más obvio de manera eficaz ya que no genera como subproducto ni conocimiento, ni experiencia, ni oportunidad de aprendizaje, sino que al mismo tiempo dilapida esfuerzos, subutiliza el potencial puesto en juego y no deja historia, pero sobre todo, y esto es lo verdaderamente grave, no es capaz de aportar materia relevante para la construcción colectiva del saber profesional.

En esta última y aparentemente sutil cuestión radica quizás el lado más triste y trágico de nuestra historia de subdesarrollo cultural e intelectual que sin cesar marca a fuego nuestro derrotero como sociedad premoderna, porque nos confronta con nuestra incapacidad de construir conocimiento, tragedia quizás aún más lacerante que la del mismo Ycuá Bolaños, desde el momento que es menos visible y nos parece mucho más normal, siendo sus efectos mucho más profundos, irreversibles y nefastos.

Alguna vez deberíamos despertar y empezar a hacer las cosas de manera diferente.

 

 

 

 

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