Edición N° 386 - Junio 2015

Educar en arquitectura es construir conocimiento

 

Quien asistió al conversatorio realizado en el nuevo auditorio de la Fada, el pasado 16 de abril, con la expectativa de escuchar directivas dogmáticas o metodologías de la enseñanza o cosas similares, habrá salido un tanto decepcionado porque simplemente fue una charla abierta entre varios arquitectos docentes y uno de ellos además director de una Escuela de Arquitectura en México. Una charla hasta, si se quiere, “de café” como lo expresara uno de ellos en una de sus alocuciones, en la que expresaron sus opiniones, sus visiones, y lo que creían acerca de qué es eso de enseñar arquitectura, que en realidad es educar en arquitectura,  y que “en arquitectura no se enseña, pero sí se puede aprender” como se escuchó en el trascurso del conversatorio, foro como lo llamaron también, que estuvo coordinado por el arquitecto y docente de la Fada, Javier Corvalán con la  participación de los arquitectos Augusto Quijano, Javier Muñoz, Mauricio Rocha, Javier Mendiondo, Ricardo Sargiotti, Fernando Viegas, Gabriel  Wajnerman,  Manuel Cucurell, y la arquitecta AnáliaAmorin.

“La idea no es centrarnos en el objeto arquitectónico, sino en lo que hay detrás de la arquitectura o en el fondo de la arquitectura”, explicó el arquitecto Corvalán, abriendo la charla. “La idea es que cada uno de ellos se presenten, comenten brevemente sobre su historia profesional y cómo piensan que educa o tiene que educar,  actualmente, quienes cumplen el rol de docente en la disciplina”, indicó.

 

Pensar y aprender-aprender a pensar

Inició la ronda el arquitecto mexicano, Augusto Quijano, profesor en la Universidad Autónoma de Yucatán. “De chico quería ser constructor de casas porque en ocasión de la ampliación de la casa donde vivíamos, me gustó mucho ver al ingeniero que llegaba con los planos y los palos y los colados y otras cosas, todo lo que se hace en una obra. Y me gustó  mucho  que no había que cargar libros sino que eran papeles grandes, y que  mi mamá le diera directivas de lo que quería hacer con la casa. Y más adelante mi pretensión era ser ingeniero civil, construir casas. Pero luego me entero que había algo que se parecía un poquito y que se llamaba arquitectura que era menos problemático, no había que hacer cálculos, números y esas cosas y había que dibujar por lo que decido seguir esa carrera en Ciudad de México, sin saber realmente lo que era. Una vez que estuve adentro, veo la cantidad de materias y elijo hacer las seis primeras y no las ocho que presentaban para el primer semestre sin incluir una que se llamaba Taller de proyectos pero que resultó ser la más importante, era como estudiar medicina sin estudiar anatomía. Al finalizar el primer semestre me dije que no iba  a ser arquitecto, pasé con puros seis, la mínima calificación. Mis padres, para que no me quedara de vago y flojo me forzaron a que termine el año; hice la segunda parte y ahí ya la agarré la mano pues había que hacer maquetas, dibujar, etc. y así fue que cinco años después me recibí de arquitecto. Desde aquella época hasta acá uno siguió pensando y aprendiendo y creo que como arquitecto nunca se termina de pensar y de aprender; no es tanto el reto de dibujar o el de resolver algo como te lo pone el profesor sino que realmente es eso: pensar y aprender, y es lo que sigo haciendo después de 35 años de estar trabajando. Creo que más que aprender a hacer una serie de cosas en una escuela, como planos, proyectos, investigaciones, etc. debemos aprender, y cada día me convenzo más, a pensar, si no se piensa uno no puede hacer  y muchas veces sin querer solo hacemos sin tener un pensamiento. Muchas veces pasa eso, nos dan el encargo y lo hacemos y cumplimos. Y hace un rato, una persona de una revista me recordó la pregunta de ayer, para qué estudiamos, para qué sirve la arquitectura, y creo que nos tenemos que poner a pensar muy bien para qué estudiamos arquitectura ¿para hacer edificiotes? ¿Para hacer cosas bonitas? ¿Para hacer cosas agradables? ¿O hacemos para que la gente viva feliz? Creo que lo importante es que la gente sea mejor gracias a nuestro trabajo. Vivimos actualmente en un mundo en que los ideales y los valores están puestos más en la imagen, en los likes del facebook y esas cosas y no tanto en la profundidad que pueda llevar esto. La arquitectura es más que eso, no es lo yo llevo por fuera (la vestimenta), lo más importante está en lo que traemos adentro como personas, en lo que somos, en lo que pensamos, en lo que creemos, y en arquitectura esas cosas es algo que se llama espacio y lo primero que hay es el espacio; y producir ese espacio, producir actividad dentro de ese espacio, producir acontecimientos dentro de ese espacio, como por ejemplo decir voy a comer y me siento y como. No. Voy a comer y además voy a provocar que esa comida se prolongue y pueda yo conversar, decir cosas, hacer cosas. Creo que de eso se trata la arquitectura, va más allá de una simple construcción. Si uno viene de su casa a la Universidad verá miles de construcciones y yo diría cuales son arquitectura realmente; muchas veces son simples construcciones que cumplen un propósito inmediato pero que no logran esa trascendencia que sí lo lograría hacer algo que viene desde el fondo, desde la raíz, desde el alma propia de la arquitectura que es el espacio. Y ese  espacio se produce con una serie de materiales que no necesariamente son constructivos, pero podemos sí construir con ellos como el caso de la luz que es un material que debemos manejar. Realmente me siento muy cómodo y a gusto en Asunción, por la calidad de luz que tiene, esta luz que existe en la mañana, en la tarde, esta luz muy diáfana, muy cristalina, una luz sin nubes prácticamente; aunque se nubla, pronto desaparece todo y queda una luz muy limpia. Pues cómo manejar esa luz en arquitectura, en las sensaciones que tengamos dentro de un espacio, en los recorridos, que podamos lograr cambios de penumbras, de sombras. Y en el caso de Yucatán que tiene un clima muy fuerte en cuanto a calor, la sombra también juega el otro papel importante, la luz con la sombra, y por otro lado tenemos otro material que se llama el viento, hay calor, me pongo debajo de un árbol y si cruza el viento me siento  bien, entonces cómo también el viento es un material más. Hay que dar una forma a todo ese espacio y construirlo y ejecutarlo y ahí es donde vienen las soluciones constructivas que son las piezas, las partes, los componentes, los dispositivos,  o como queramos, que debemos utilizar para manejar esto que conforma un espacio. Pero el ingrediente primero es que esté ocupado porque el espacio arquitectónico no existe si no está ocupado como no existe nada si no hay luz; este auditorio es muy bello pero si no está este grupo de gente usándolo y activándolo  no tiene sentido, no tiene razón de ser. Como los seres humanos, que no pueden vivir solos, tienen que estar en comunicación constante con las personas y extremar  nuestras ideas y nuestros sentimientos es arquitectura. Y si esa relación es con las demás partes sería como estar en una ciudad y haciendo ciudad porque tampoco puedo hacer yo un edificio, lo instalo en un lugar e ignoro lo que hay y pueda suceder en los alrededores, ahí es donde comienza uno a conversar y a participar con los demás miembros que es la ciudad”.

 

 

La buena arquitectura es atemporal

A instancias del arquitecto Corvalán, tomó el micrófono el arquitecto mexicano Javier Muñoz, director de la Escuela de Arquitectura y Diseño de la Universidad Marista de Mérida, iniciando su alocución con una anécdota.

“En una ocasión se fundió la mitad del sonido del carro en que íbamos, estábamos escuchando  a los Beatles y a Pink Floyd, de repente dejó de sonar un canal y solamente oíamos una parte de la música tal y como fue grabada, oíamos a McCartney con su voz o a Lenon, hace falta aquí la guitarra, pensamos, pero como conocíamos la música nos la podíamos imaginar completa ¡Qué buena es la arquitectura! que aún sin muebles, sin nada, la puedes percibir completa ¡qué buena es esa música de los Beatles y Pink Floyd! que aún con un solo canal la oyes y te sigues alucinando. Yo creo que la buena arquitectura  se ve desde la construcción, desde la obra. La otra reflexión es acerca de la Universidad. Tengo la fortuna, el honor, de ser también director de una escuela de arquitectura ¡cuántas cosas se pueden hacer desde la dirección de una escuela de arquitectura! muchas, hay que hacerlas. Lo que está pasando aquí en Asunción es algo muy especial, ojalá que lo aprecien porque son momentos que marcan la vida, son taquicardias y éstas nos enseñan muchas cosas. Las taquicardias te enseñan dos cosas a portarte mejor o a portarte peor pero te enseñan. Pienso que hay que aprender de esos momentos. La buena arquitectura no necesita maquillajes, es atemporal, te pega en el corazón. Si lo que tenemos que aspirar es a ser arquitectos no importan los títulos de maestro o doctor, pura cosa burocrática, perdón a los están estudiando esos grados, yo lo estoy haciendo también, pero creo que es suficiente con aspirar a ser un buen arquitecto”.

 

El acto educativo es una construcción colectiva

El arquitecto santafesino Javier Mendiondo, profesor de las Universidades Católica y Nacional del Litoral, para presentarla, trazó los rasgos similares que existen entre su ciudad natal y Asunción. “Para quiénes no la conocen, Santa Fe es una ciudad argentina un poco más chica que Asunción, una ciudad que tiene algo que ver con esta Asunción, el clima, el río, el cielo; además, nos sentimos muy identificados con Asunción, con esa idea de construcción de una identidad, es como una flecha que nos une permanentemente y nos hace interesarnos mucho por lo que está sucediendo aquí”.  Y tras expresar “un agradecimiento grande, porque como bien se dijo recién esas taquicardias que nos van renovando el conocimiento, el amor y la pasión que tenemos por esta cosa que tanto nos interesa que es la arquitectura que parece que la perseguimos y todavía intentamos entenderla, es lo que nos reúne”, contó cómo llegó a la arquitectura. “Yo, particularmente, quiero declarar públicamente que entendí lo que es la arquitectura más o menos en quinto año de la facultad, o empecé a entenderla. Uno llega a este mundo de la arquitectura por múltiples caminos, por múltiples vías, a mí también me pasó lo mismo. Yo observaba al albañil que trabajaba en mi casa cuando tenía cuatro años y estaba obsesionado por esas cosas raras que hacía con ese polvo que se transformaba en algo plástico y con eso construía; probablemente de allí vino ese interés. Nuestra formación en Santa Fe fue a finales de los ochenta principios de los noventa, un momento interesante, posmodernidad podíamos titular  como para sintetizar un poco, referencias cruzadas, momentos de búsqueda, y en aquel momento donde sucedían muchas cosas teníamos un profesor quien, mientras en todo el mundo y en las publicaciones se hablaba de deconstructivismo, de posmodernidad, de high-tech y demás cosas, él nos hablaba del hombre, de la persona que habitaba ese espacio, qué pasaba adentro de esos lugares que estábamos tratando de proyectar. Y siempre, de esa percepción del hombre surgían cosas sustanciales. Por ejemplo, recuerdo conversaciones de taller: cuál es la altura del antetecho, depende de qué situación representa esa ventana, si una vinculación con el exterior, si la idea era poner un límite, pero siempre referenciado con la figura humana; eso para nosotros fue  muy importante; estábamos galvanizados de la posmodernidad por esa  obsesión por el humanismo que nuestro profesor nos inculcaba y así nos fuimos formando. Y por esas cosas que pasa en la vida, que muchas veces sin quererlo un día uno se recibe y al otro día empieza a enseñar, un acto mágico. Es la misma persona, los mismos ideales, las mismas búsquedas. Y me sucedió una cosa interesante. Yo tenía un gran pánico, desde el inicio de mi docencia, porque me sentía con la responsabilidad de decir una cosa súper correcta al alumno, tenía que decirle algo que le quedara marcado, algo como éticamente correcto. Después, con el tiempo, descubrí que en ese proceso del aprendizaje y la enseñanza de la arquitectura, hay un diálogo. Alguien dijo por ahí que todos sabemos algo y todos ignoramos algo por eso aprendemos siempre. Y lo que me sucedió fue que cuando aprendí a dialogar,  aprendí a entender que el acto educativo es una construcción colectiva y la cosa fluyó, me liberé y entendí de qué se trataba esto de la docencia. Por supuesto que siempre hay cosas para conocer, referencias que tenemos que tener en claro, siempre tenemos que tener el camino  bien marcado para dónde ir que, quizás, lo tenemos que buscar de múltiples maneras, y también, en ese acto de enseñar hay un acto de aprendizaje permanente. Esas taquicardias que vivimos ahora es como un pequeño ritual de aprendizaje continuo que todos tenemos. Cuando me tocó, la primera vez, conocer la casa Gertopan de Javier, yo era más o menos un arquitecto formado pero aprendí un montón de cosas que no las tenía totalmente clara… o cuando recién fuimos a ver Teletón…  claramente es un acto de aprendizaje permanente y me parece que eso es lo interesante y es el mensaje que se puede dar sobre todo a este mundo de jóvenes que se están formando. Hay que apasionarse, la ficha puede caer en cualquier momento, más temprano o más tarde, pero el tema es buscar, es estar allí, en el camino, tratando de entender ese proceso de pensar que se dijo recién. Si no sabemos pensar no podemos ser arquitectos, no podemos mejorar la sociedad, no podemos hacer obras de arquitectura”.

 

El conocimiento lo construye cada uno

Ricardo Sargiotti, arquitecto cordobés, profesor en la Universidad Católica de Córdoba y profesor honorario en la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires, estudió durante los ochenta “que fueron terriblemente nefastos para la arquitectura en Argentina y para la educación doblemente nefasta. No tuve en toda la carrera ni un solo profesor a quien quisiera imitar, ni que me interesara, ni que me motivara, ni nada por el estilo. Terminar la carrera era un desafío por terminar la carrera y me puse a pensar qué es lo me mantuvo, qué es lo que le mantiene a uno en ese tipo de cosas y creo que es el amor; alguien se tiene que enamorar de algo y yo me enamoré del arquitecto de mis viejos. Para mí representaba al arquitecto de gazné, el idealista, el que traía el dibujo, el  que estaba siempre bien vestido, era piola (de los amigos  de mi viejo era el único piola) sabía tomar, fumaba bien. Yo quiero ser como él, no me importa en absoluto lo que haga.  Si busco el porqué me mantuve en esa escuela es porque quería ser como él. El tiempo siguió pasando, yo estudiaba en la Universidad Católica de Córdoba y tuve la suerte de que era una Universidad chica, tenía convenio y pude hacer mi tesis de grado en Milán bajo la tutela de Franca Helg, una de las últimas representantes del racionalismo duro italiano, un estudio realmente muy piola en el estuve trabajando dos años y haciendo la tesis, en tanto, principalmente trabajando porque vivíamos de eso. Volví a la Argentina, presenté el titulo, y después estuve seis años de servicio militar, yo lo había esquivado en la Argentina, me desatraían lo militares, pero se me dio trabajar con Matías Ungers durante seis años, es decir que hice seis años de servicio militar no uno, porque no sé si lo conocen o conocieron a Ungers, estaba dentro de esa camada de posmodernistas que nadie supo entender en la Argentina, por lo menos qué es lo se estaban planteando de los sesenta en adelante. En realidad, a nosotros nos mostraron el dibujito de Rossi, de Botta de Ungers, pero nadie, ni un solo profesor, supo contarnos de qué se trataba. Les puedo asegurar que todavía hoy estoy descubriendo cosas que se  escribieron y se dijeron en los años sesenta, veo que las tenían clarísimas, y nosotros no la vivimos, no la entendimos, ni la supimos desentrañar, entender realmente a eso que estaba pasando, nos quedamos con la imagen coloreada que era más linda. Tuve la suerte de estar, después de la carrera, viviendo y trabajado en Europa con experiencias bastante opuestas, una racionalidad absoluta y la poética ungeriana, tremendamente dogmática. Y volví a la Argentina. Una de las cosas por las que me interesó volver era enseñar en la facultad, y digo enseñar, que lo voy a decir por última vez, porque también me di cuenta que tampoco sé hacer eso en realidad, mientras más lo pienso más sufro por los chicos que han tenido que pasar por mi curso, porque en realidad uno tiene la idea de que lo que uno hace cuando se para delante de los chicos es enseñar y lo último que hacemos es enseñar, en el mejor de los casos podemos motivar; en definitiva, el conocimiento lo construye cada uno, no te lo construye alguien, ni te lo trasmite nadie, ni te lo traspasa nadie; pero sí me encontré con uno de esos arquitectos -como les contaba que apareció  en mi juventud y que quería ser como él- que de alguna forma te motivan, te dan fuerza. Cuando volví me toco conocer a toda esa generación de arquitectos que, justamente, eran de mi generación y ahí encontré una motivación mucho más rica e interesante para empezar a ver las cosas, y no digo entender porque les puedo jurar, y eso no es falsa modestia ni nada por el estilo, que todavía no las entiendo, y me alegro muchísimo de no entenderlas también porque creo que el construir dudas permanentemente es lo que nos mantiene vivos, no hay otra cosa que nos mantenga vivos; por un lado el amor y el querer ser y por el otro la duda. Si consideramos  en algún momento lo que pueden haber sido mis grandes falencias es la de pensar porqué se da una cosa y tal otra y ya tenerla clara, es el peor de los errores que podemos cometer. El haber empezado a frecuentarme con Javier y con Solano por este lado, con Rafael Iglesia mucho tiempo, con Ricardo Caballero, con José María Sáez y AngeloBuchi, con toda esta generación de cincuentones que nos tratan de viejos amigos, fue realmente un renacimiento, ver las cosas de otra manera, volví a pensar y a creer  que la arquitectura todavía sirve, todavía vale, todavía se puede hacer algo, y aparte, el de empezar a dudar. El hecho de haber trabajado con Rafael en este último tiempo me hace acentuar todavía más que es absolutamente necesaria la inocencia, y si quieren la ignorancia, para poder actuar en arquitectura. Si uno se atiene a toda la enciclopedia y a todo el manual, nos tiene encorsetado, encerrado, Yo creo que la arquitectura de Rafael, y lo digo con conocimiento de causa, sería absolutamente imposible sin el poder inventivo del hacer y ese poder inventivo tiene que estar cargado de idealismo, de inocencia y también de ignorancia, en el buen sentido de la palabra”.

Cuesta decir “la escuela de arquitectura paraguaya”

Javier Corvalán, en su intervención, y a modo de presentación de los siguientes expositores, señala que “Yo, como arquitecto paraguayo, desde que estudiaba arquitectura, siempre estuve un poco mirando hacia ustedes y diciéndome qué se sentiría o cómo se siente ser parte de una escuela. Como profesional paraguayo nunca pude tener esa sensación de decir en Paraguay tenemos una escuela de arquitectura, por más que tenemos edificios que son escuelas de arquitectura, pero nos cuesta decir ‘la escuela de arquitectura paraguaya’ como la escuela argentina de La Plata, Buenos Aires, Córdoba, México seguramente ni qué hablar, y ni que decir la escuela paulistana; creo que los paulistanos son los más obedientes como colectivo de una escuela, y tenemos acá dos amigos de la escuela  paulistana, a Fernando Viegas y AnáliaAmorin, a quienes ya les paso la palabra. Ellos, no conformes con tener una excelente, una famosa escuela, decidieron crea una nueva que es la Escola da cidade”.

 

 

La unión es muy importante

“Nosotros decimos que las mentiras sinceras nos interesan y una de esas mentiras sinceras que nos permitimos hacer es nuestro portuñol para comprendernos más. La historia de la Escola da cidade es una experiencia que nos permite ser parte de este tiempo y de este espacio porque de hecho ya se preguntaron, si no consciente por lo menos inconscientemente, porqué están acá. Nosotros sabemos por qué vinimos, lo hicimos porque tenemos amigos, porque creemos que unirnos es muy importante. Llegamos a los 50 y estamos bien unidos, sabiendo que lo importante no es ser arquitecto, lo importante es ser, porque de hecho, tenemos una historia que acostumbramos repetir. Si eres abuelo cuando tienes que ser padre, estás mal, si eres amiga cuando tienes que ser madre, tampoco está bien, si tienes miedo cuando tienes que hacer y no haces, también está mal, entonces, la cosa es ser enteros. Es muy difícil hacer solo, tienes que tener un grupo  que te dé referencias, parámetros. Cuando decidimos venir acá para encontrarnos nos preguntamos  si aún seguimos pensando que vale la pena. Por lo menos nos necesitamos preguntar, y supimos que sí. Este espíritu que nos lleva a hacer en conjunto es lo que llevó a crear la Escola da cidade juntando un grupo de personas que tienen una cosa que se llama resonancia, empatía, un grupo de profesores, arquitectos que no tenían vida académica, unos sí otros no tanto, porque a nosotros  nos interesaba la práctica, que en la escuela paraguaya hay y una práctica muy específica. Y déjenme decirles que hay una escuela sí y es muy semejante a la escuela de Brasil. Nosotros sabemos que lo que importa es el etéreo, si estamos acá es porque logramos vencer una luz como ésta, tener esta magnitud de sonido, todo lo que estamos hablando acá es respecto del etéreo de lo que no se ve, de lo que no se siente, se mide, ese sentimiento no es tan fácil de saber. Pero lo que estudiamos es la materia, dibujamos la materia, hablamos de la materia, cuando decimos hay una empatía grandísima es porque hay materialidad paraguaya de hacer arquitectura, una introyección grandísima, conoces exactamente la competencia atómica de todo lo que pasa materialmente dentro de esta sala, no es poco conocimiento almacenado, es muchísimo, de saber las competencias de la madera, del acero, de la luz, de la parábola  que la luz hace y que nos impresiona como una ilusión, son muchísimas cosas juntas, solas no tanto.

La cuestión es cómo es el pensamiento de la concepción de la arquitectura, por dónde pasa y ahí veo que la arquitectura en la América del Sur sigue teniendo una coherencia de urgencias y una belleza que vemos y nos emociona, pero la urgencia de la construcción, esa urgencia de la construcción de un país, de una ciudad, de lo que tenemos que hacer y saber cómo hacer, y tenemos que preguntar, es lo que nos llevó a hacer la Escola da cidade, independiente de alguien que la mantenga, quiere decir que se solventa con la mensualidad de los alumnos. Claro que hay muchísimo aun que avanzar, queremos socializar más, democratizar más. Ahora, el Ministerio de Educación, como en otros países, necesita que se hagan maestrías y doctorados y tenemos la impresión que hicimos la Escola da cidade para hacer nuevos arquitectos  y no maestros y no profesores, si quieren tener experiencia de la enseñanza serán bienvenidos, pero es interesantísimo saber cómo una oficina maneja ese saber arquitectónico en pleno Siglo XXI,  eso puede ser trasmitido de alguna manera a través de la experiencia, de la pasión. Este hilo de pasión, de confianza, nos hace hacer, ahora que el Ministerio impone que tengamos maestros especialistas, un curso sobre la educación del arquitecto. Sabemos que la esencia de la arquitectura es algo más etéreo que la luz que nos ilumina, sin embargo el cultivar la sensibilidad, saber que nosotros somos un diapasón de la belleza, de la frecuencia de la música, del sonido del aire, de la materia, y que para no ser tan ensimismados ese diapasón tiene que hablar con otro diapasón y con otro y con otro a punto de poder hablar con el segmento más olvidado del país, en el caso del Brasil, que son los obreros, y tienes que tener la depuración estética de un saber refinado, cultivado, y tienes que saber decir al otro que no sabe la diferencia entre el mililitro y el miligramo ¿cómo se hace? Y cómo,  finalmente, también hay una relación de confianza, y esto Paraguay tiene. Cuando venimos acá y vemos que la conversación entre el oficio y el cultivo del saber arquitectónico es una conversación franca, abierta y que ustedes, sin embargo, tienen un miedo, porque le pregunté a Solano si no lo tenían y me dijo que sí que tenían mucho miedo ‘pero hacemos despacio’, preguntando, averiguando. Eso es de una claridad y una pericia tan grande. Y ese saber irónico que dice que a mí me interesa lo etéreo pero sigo estudiando la materia es lo que hace tan preciosa la unión entre dos personas para que no nos estanquemos, porque la arquitectura, la fabricación de la ciudad y la fabricación de la arquitectura necesitan de muchos saberes, es una situación colectiva. ¿Saben quién fue la primera persona que hizo un aula en la Escuela? Oscar Niemeyer. Porque creyó en un valor que no se mide, el valor humano. La venida de Paulo Mendes da Rocha y Peter Zumthor es saber que ese valor sigue existiendo, y  es la confianza, eso no hay plata que lo compre, es otro tipo de valor, sin embargo la plata tiene también un valor respetable, pero de otra cualidad. Entonces venir acá con los amigos que creen que podemos cambiar la sociedad a través de una capacidad colectiva, de creer, de hacer, de hacerse competente para que a la hora de tener que hacer algo, lo hagamos y cuando no sabemos preguntamos, es de una fuerza civilizatoria que tiene la potencia de reunir a tantas personas ayer, y hoy a tantos de ustedes, es de una competencia que nosotros todos sumados somos menores que esta cosa, esto de creer, la creencia es más grande que nosotros y empezamos a ser parte de algo. Hay una reverberación entre nosotros, es una gratitud grande de tiempo y de espacio porque la arquitectura se hace en tiempos de paz, lo que estamos construyendo acá es la paz y haciendo arduamente.

Y otra cosa que quería decirles para que bajemos un poco las expectativas, es la ignorancia la que nos une, es la precariedad la que nos une.

No había venido antes al Paraguay, sin embargo tengo una gratitud grande porque la primera visita que hicimos en la Escuela -que hay una itinerancia y los invito a que nos visiten porque el programa está basado en el estudio junto con un colectivo a partir del segundo año, son seis años, son 360 alumnos y 120 profesores-  fue al Paraguay.  Hay estudio vertical y hay  itinerancias que son los viajes y uno de los viajes  fue al Paraguay para ver las Misiones. Hace tiempo que estamos en busca del alma, del alma sudamericana por eso que ese señor es tan importante acá, es un cultivador de almas, de la ignorancia delante de nuestra historia. Y sabíamos que la única oportunidad de conocer un comunismo que dio frutos de alguna manera era visitar las Misiones. La mayoría eran comunistas, agnósticos, ateos, y cuando llegamos a las Misiones de Paraguay nos quedamos … ¡qué cosa! ¿no? y claro, dos personas con tres mil indígenas, si no funcionaba los indígenas los comerían (risas)… es una  experiencia de otra magnitud, hecha de la necesidad. Cuando me fui a dar clase ¿saben quién me puso en la Universidad de San Pablo?  La  clase sobre ciudad, civilización y arquitectura. Ahí expuse sobre Las Misiones como un urbanismo pedagógico, porque,  de hecho, era una experiencia pedagógica de ciudad y  debo a Paraguay mi entrada a la universidad de San Pablo y quería agradecerles muchísimo como civilización, y eso que soy anticlerical aunque mi formación fue muy religiosa, pero no es de una naturaleza católica o no católica lo clerical, es de una naturaleza civilizacional, de urgencias, estaban allá los indígenas desprovistos de libertad y de territorio,  también estaban allá los curas desprovistos de tranquilidad y se unieron e hicieron lo que hicieron.

Nuestra civilización sudamericana es y será hecha de urgencia, de competencias y de una cualidad de tener un miedo relativo del hacer y seguir haciendo con la iluminación del colectivo mismo, la iluminación en el sentido del esclarecimiento mismo del colectivo.

Si ustedes quieren hacer una escuela donde la amistad sea el hilo conductor busquen los amigos para hacerlo y háganlo, sin esto no hay escuela de arquitectura, sin esta amistad no hay cómo. Oscar Niemeyer siempre decía que lo importante es la amistad, no creó escuela pero creó maneras de pensar.

Este momento yo creo que será inolvidable en la memoria y finalizando, la educación del arquitecto está hecha por memorias, memorias de atmósferas, memorias de dimensiones, de cualidades, memorias del mundo, cultiven vuestras memorias porque serán nuestras alidadas y cultiven las mejores memorias como puedan, con libretos con dibujos, con bocetos, con croquis, cultiven porque serán sus aliados en el tiempo de la vida.

 

Enseñar es la posibilidad de, juntos, construir conocimiento y eso es la Escola da cidade

Yo tengo certeza de que ya tienen una escuela en Paraguay y creo que, ahora, de enorme responsabilidad para todos los estudiantes, porque todos ya saben lo que hacen en Paraguay y quedamos esperando el próximo proyecto porque creo que están haciendo  una cosa increíble los arquitectos paraguayo, este grupo, con Javier, con Solano, con todos los que están aquí. Y creo que van a cambiar no solo la manera de hacer arquitectura, está cambiando la manera de ser paraguayo; la manera que un escritor va a escribir sobre Paraguay va a estar totalmente influenciado por la arquitectura que hacen.

La arquitectura está construyendo un país, una cultura y, para nosotros, desde lejos se percibe una fuerza de lo que hacen aquí y es por eso que tengo la certeza de que hay ya una escuela de arquitectura muy fuerte en Paraguay, por lo maestros y por la gente, que percibimos, que sigue; en ese sentido felicito a todos y tienen una suerte gigante de ser estudiantes de arquitectura en este momento en Paraguay. Yo voy a hablar  desde la América, de nuestro curso pero me gustaría empezar comentando que este año celebramos el centenario de Vilanova Artigas (João Batista), a quien conocí personalmente.

Cuando entré a la FAU (Faculdade de Arquitetura e Urbanismo) de la Universidad Pública de San Pablo (USP) ya no estaba pero fue mi profesor, porque la arquitectura que ha hecho y lo que construyó en la FAU-USP,  de verdad fue una clase de las más importantes. Viví seis siete años en ese edificio  de Vilanova Artiga, cambia totalmente la vida, la manera de mirar la arquitectura, cambia la manera de ver el mundo, es como si fuera un edificio que es una regla permanente que está en la cabeza que puede medir la posibilidad de libertad que hay. Una vez AlvaroSiza visitó la FAU -él acababa de terminar el edificio de la Facultad de Arquitectura de Oporto-, los estudiantes le hicimos una entrevista y dijo; ‘yo no creía que era posible tanta libertad, que envidia de esta libertad que tienen para hacer este tipo de cosas’. Yo empecé a estudiar en la FAU y continué en la Escola da cidade, lo digo en el sentido que armamos esta escuela para poder continuar juntos, discutir las cosas, tener un espacio para seguir aprendiendo, porque me parece que para nosotros es muy claro -y es un pensamiento también de Paulo Freire que es un gran educador de Brasil y que nos  formó intelectualmente-  que la idea que enseñar no es transferir, pasar conocimiento, es sí la posibilidad de, juntos, construir conocimiento. Y la escuela, para nosotros, es una posibilidad de construcción de conocimientos, juntos.

En ese sentido creo que la manera en cómo, cuando somos profesores, maestros, vemos a los estudiantes, es tan importante, porque si lo hacemos como un tonto, el espejo es inmediato y, o  nos mira como tontos, o él piensa yo soy tonto; entonces la manera en como vemos al estudiante será la manera en cómo él nos va a ver a nosotros y se verá a sí mismo. Construir eso de la confianza, de la afectividad que hay entre nosotros con los estudiantes es lo que intentamos hacer en la Escola desde siempre. Ahora tenemos también la idea de hacer no solamente una Facultad de Arquitectura, queremos  empezar antes, vamos a intentar hacer una escuela de enseñanza media que funcione en el mismo edificio por la mañana, porque nos parece que están tan lejos los chicos más pequeños de lo que es su vida, su hábitat. La estamos armando junto con grandes intelectuales, historiadores, para enseñarles dónde viven porque la geografía que se da en la enseñanza media habla del clima, de la vegetación pero no habla en lo más mínimo  de los códigos, de la construcción de la ciudad.

El curso América lo hicimos con la idea de quedarnos juntos, no solo amigos de San Pablo, no solo amigos de Brasil, amigos de toda América por eso Javier va a estar por allá, Mauricio ya estuvo y así todos. Porque fue una manera de mirarnos nosotros,  de, afectivamente, hacer proyectos en el territorio del país invitado y con eso construir conocimiento. En nuestro curso, que está ya en el sexto año, pasaron todos los países de América, desde Canadá hasta la Argentina, pasando por Estados Unidos, México, Cuba, Colombia, Perú, Paraguay, Bolivia, Chile, Uruguay y seguimos con distintas escuelas, en la Argentina ya trabajamos con la gente de La Plata, de Buenos Aires, después de Córdoba y Santa Fe y así seguimos. Y esto me parece lindo porque siempre miramos lo que se hacía a través de revistas extranjeras, de Europa, y ahora ya sabemos lo que se hace en América, es una manera de acercar los problemas de la vida con todas las diferencias pero con tanta similitud que hay.

 

Son arquitectos porque construyen un pensamiento desde la cultura, la ética, la política

Tomando el micrófono, el arquitecto Corvalán le pregunta al arquitecto Rocha si en la facultad le enseñaron a hacer un muro de piedra y éste responde: “Por supuesto que no. Yo no aprendí a nivel constructivo casi nada en la Facultad y no porque no tuviera buenos maestros sino porque en lo personal, estaba incluso contra la idea de la parte técnica de la arquitectura. Yo entré a estudiar arquitectura con cierta rebeldía. Yo venía de una familia conservadora, controlada, etc., de repente mis padres se separan, en el 68, y viene el cambio de vida. Nosotros íbamos a una escuela activa, que más que para nosotros era para nuestros padres pues significaban que estaban rompiendo con una sociedad en la que ya no creían. Mi padre y mi madre eran arquitectos, pero dentro de la arquitectura tratando siempre de tener diálogo con amigos artistas. Mi madre se dedicó a la fotografía, siendo de una familia conservadora logra entrar en escuelas de cine, ser alumna de Alvarez Bravo que es un extraordinario fotógrafo mexicano de la época del modernismo; y lo que más aprendió ella, y por lo tanto nosotros, es no tanto cómo aprender a fotografiar  sino lo que sucedía con este señor sabio que además murió a los 100 años. Un señor que se la pasaba sentado en su casa, escuchando ópera, platicando, conversando, leyendo, y solo sacando cuatro o cinco fotografías de un rollo un fin de semana, y al final era increíble lo que salía en esas fotografía. Es decir, decir, qué hacía ese señor que se la pasaba en la ociosidad  absoluta entre semana, ociosidad, entre comillas; por supuesto, esa ociosidad que permitía tomar cuatro fotos un fin de semana y se impregnaban de un contenido que hoy día sigue siendo sorprendente. Luego, de adolescente, en estas escuelas activas nos toca vivir y compartir con todos esos personajes de Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Chile, que salieron corriendo de las dictaduras, a mí me tocó vivir con un grupo bastante interesante de antropólogos, sicólogos, arquitectos, artistas, que se iban de países que no daban oportunidad de que se cuestionara, se pensara. Siempre me gustó la arquitectura pero al mismo tiempo me gustaba ver en el mundo del arte, lo que sucedía, y a diferencia de lo que platicaba Sargiotti sobre la imagen del arquitecto, yo odio profundamente el personaje arquitecto  porque para mí representaba  al que fumaba bien pero quería mantenerse en la burguesía, quería mantenerse en un trabajo que genera dinero y que a diferencia de los artistas no tenía el riesgo o la capacidad que probablemente no le generara dinero. Es que el arquitecto es el artista frustrado que no se acepta en un mundo de riesgo haciendo  un trabajo que probablemente  nadie comprará y yo no quiero acabar siendo ese personaje que no se atrevió a ser artista, esa es mi angustia. Paralelamente también quería ser futbolista y al salir de la preparatoria entré a Los Pumas, un equipo de primera división de México, pero también hacía biología, antropología, estaba queriendo yo probar por diferentes lados. Quiero decir con esto, con muchas dudas. Cuando decido finalmente estudiar arquitectura entro con mucho recelo y mucho rechazo a la imagen del arquitecto, a la imagen de la arquitectura, es decir, a ese lugar donde como el abogado, como el doctor, como el arquitecto,  siguen carreras bien establecidas que van a generar dinero. A mí lo que me interesaba era que la  arquitectura pueda ser un espacio donde las diferentes comunidades abandonadas, desprotegidas, con una cultura importante, que no estaban teniendo atención, las tuvieran y en la Universidad había una corriente así. Toda la carrera de arquitectura me llevó a no querer a los técnicos, porque los técnicos, los ingenieros, los que trabajaban en construcción, eran los más reaccionarios en ese momento, por una razón extraña, que no es el caso de Candela que era un republicano al que le tocó salir corriendo de España, pero por lo general, todos los que estaban en la parte técnica era gente muy conservadora, por cierto lo son, Pero me tocó un gran maestro, el que me salvó en esa primera etapa, que es Humberto Recalde, un arquitecto que hace dos años nos dejó pero a medias porque por ahí anda “jodiendo” desde la ultratumba y haciendo reflexionar. Era una persona que cuando yo, a los 18 años, le platicaba que no quería seguir arquitectura, me empezaba a presentar a los escenógrafos que hacían con luz escenografía, a los artistas o cineastas que trasformaban el espacio de otra manera, y claro, con esa seducción empezamos a trabajar. Terminé la escuela de arquitectura pensando que me iba a dedicar al cine, que iba a hacer una maestría en cine y no en arquitectura. Yo estaba en eso y lo agradezco porque en todo ese tiempo no me atreví afortunadamente a ver ni a Le Corbusier ni a Wright que te pueden influenciar mucho, y veces, incluso, te hacen pedazos cuando eres joven. Por lo tanto, me dediqué a ver cine y para mí la gran influencia que tuve fue ver constantemente a AndreiTarkovski, un cineasta ruso bastante aburrido para muchos pero que, curiosamente, dentro del cine trabajaba sobre las atmósferas, sobre el riesgo de dejar la cámara sin moverse y que lo que se mueve es el viento en la escena, ese riesgo de lograr que sin tanto movimiento (en el cine también pasa que todo el mundo anda moviendo las cámara como en arquitectura todo el mundo quiere hacer edificios que se mueven)  lo importante sea  lo que sucede en la escena, tan importante como lo que ya les pasó y les volverá a pasar mañana, que arquitectos como Mendes da Rocha, Rafael Iglesia, como Peter Zumthor, cuyo gran riesgo y su gran capacidad  tienen que ver con la tensión del  casi no hacer, en apariencia, para lograr el todo. El meterme en otros medios que no es la arquitectura, quizás me forzaron a un tema del que quiero hablar hoy y es el de preguntarse, cuestionarse, construirse un pensamiento, la arquitectura es una herramienta y yo creo que hoy, los que estamos sentados acá o a los que admiramos  que están metidos en este universo del que estamos platicando son arquitectos porque construyen un pensamiento desde la cultura, desde ahí empezamos a entender qué importante es decir, comunicar, como decía Fernando, la construcción del conocimiento, la oportunidad de cuestionarnos y de seguir creciendo a partir de lo que nos preguntamos todos los días y no podemos pasar un solo día sin preguntarnos qué es lo que tenemos que hacer para hacer un espacio digno.   En ese sentido estricto, cuando, por alguna razón del destino me atrapara ya la arquitectura -aunque siempre me estuve moviendo y me sigo moviendo en diferentes medios-, es entonces cuando se necesita  que tu herramienta funcione y es entonces cuando te das cuenta que la técnica es extraordinaria; lo importante en cada caso, en cada herramienta que tomas, el cineasta el cine, el arquitecto la arquitectura, el artista que es temporáneo dentro de las ideas el medio que decide utilizar, es manejar de la mayor manera posible el sistema constructivo para lograr con menos más y acá entramos en la parte política. Cómo logramos hacer una arquitectura fuerte, contundente que arraigue sobre un lugar, cuando a veces, incluso, no hay economía, porque es importante entender que una arquitectura que no tiene el dinero, la economía, para hacer algo, o como pasa con todos esos arquitectos, perdón que vuelva a repetir, de “gazné” que busca el gran proyecto con mucho dinero para hacer el edificiote grandote eso que yo siempre aborrecí, y en cambio hay unos cuantos arquitectos que venimos del quincho, un pequeño proyecto que es una gran obra de cómo resolver un techo para un programa y eso es tan arquitectura como el edificio de tantos miles de metros cuadrados; en ese sentido, la técnica se vuelve fundamental, la técnica de cómo resolver el techo de manera compleja, aprovechando los materiales que tienes al lado,  de construir filosófica e intelectualmente los materiales tradicionales para convertirlos en lenguaje para proponer algo nuevo, es lo que hace precisamente a las personas que brillan y que nos dan sentido. Hoy estamos aquí en conjunto todos, hoy estamos convencidos de la propuesta  de lo que los amigos paraguayos nos invitan construir, un conjunto esa parte que, casualmente, tiene que ver con la arquitectura pero esencialmente tiene que ver con esa capacidad de ser pensadores, de ser filósofos y sobre todo, de ser productores de preguntas más que de respuestas para, en conjunto, con la comunidad construir otra forma de vida.

 

La arquitectura tiene valores que trascienden fronteras

Estoy sentado acá porque Solano confía en que algo puedo decirles. Con mi equipo -que se llama Plural Arquitectos- confiamos hace un año y medio en el evento AMERICAnodelsud y fue en nuestra ciudad, San Miguel de Tucumán, donde se inicio todo, demostrando una fuerte capacidad de gestión de la oficina en una actividad que nos alejaba de la arquitectura, en definitiva, porque nos transformamos en organizadores de evento. Ricardo (Sargiotti) conoce parte de lo que fue y fue el inicio de una cosa muy sana de la cual estamos todos orgullosos y felices. Si un año y medio después estoy acá es porque quedaron buenas sensaciones. Soy profesor de la Facultad de Arquitectura desde hace siete años en el área de tercer nivel y hay una de las cosas que siempre me llama la atención que es el común denominador de las clases de la Universidad que tiene que ver con trasmitir y es el hecho de la arquitectura, pero, a la vez, de las personas. Es decir, intentar en una primera instancia que fueran buenas personas y después descubrir cuán buenos arquitectos pueden ser; y es un trabajo muy difícil porque en la primera fase nos  invita a involucrarnos en cosas que creemos que deberían estar internalizadas, referidas con normas de convivencia básicas y elementales, como es el horario, que en la Argentina no se respeta, o se lo respeta poco; son cosas que tienen ver con las reglas de convivencia de un taller donde a veces es importante, desde nuestro lugar, ajustarlos como piezas para que la cosa funcione y podamos descubrir los dones propios, Y con respecto a los dones y capacidades, hay dos esferas que serían la concepción y el diseño. En diseño creo que sí se puede enseñar, sí se puede leer cómo funciona una viga, una losa, quizás uno no tiene el conocimiento, pero si tiene un libro y esa es la inquietud, puede aprender. Ahora, hay cosas de la concepción que creo que no se enseña y en algún aspecto uno las lleva adentro y es nuestra tarea colaborar que eso el alumno descubra o salga a la luz. ¿El tema del ego? Me parece muy divertido tratarlo. Entiendo que el ego es algo que nos separa del otro y las personas tienen egocentrismo natural, y probablemente los arquitectos también. Entonces, si uno pretende trabajar en equipo o no, debería reducir el ego y quizás bajarlo hasta los tobillos, lo más bajo que se pueda para poder conectarse con el otro desde un lugar un poco más sencillo, más humilde y claramente con voluntad de comunicarse, o de aprender, o de sentir lo que el otro sabe solamente con el interés de aprender. En ese sentido, volviendo al equipo, nuestra oficina se compone de cuatro socios pero somos cerca de 20 personas distribuidas entre Tucumán y Buenos Aires, cosa que nos permitió también descubrir otras áreas en otra provincia y tomar la opción que la separación de la oficina lejos de haber sido un problema fue una oportunidad. Y ese es un don que creo que hay que aprender a cultivar, el descubrir las cosas como una oportunidad o como un desafío. Con respecto a los problemas, no creo que uno debería usar esa palabra, y les digo más, si uno usara la palabra desafío uno podría resolverlos pero aún así me sigue pareciendo una palabra de grande, si uno la cambiara por aventura, me parece más aniñado y la vinculo más a la aventura con una sonrisa. Con respecto a los recursos me gustaría contarles algunas cosas, vivimos en una condición de carencia de recursos, básicamente por estar en Latinoamérica  y eso también puede ser una fuente de oportunidades, que hay y muchas, y uno continuamente tiene las respuestas delante de uno y ojala se pueda tomar este evento como un impulso y que eventualmente sea un antes y un después de la actividad. Para terminar y ser más preciso, traje un discurso cortito que escribí para los últimos egresados de la Universidad y allí estuvimos porque recibimos un premio de Clarín, y sentí esa fuerza como para sentarme y hablar. Me presentaba y les decía que mantengo la ilusión desde el primer día que me senté en este lugar y les contaba que me interesa hacer unas referencias que les permitan abrir caminos mientras andan, y tomen todo esto que voy a decir como si fuera para ustedes también, para los que están empezando sientan que están en el camino correcto y para los que están terminado sientan que esto les puede dar fuerza. La primera cosa es saber que se puede, independientemente del contexto en el que nos tocó crecer , de la idiosincrasia que nos rodea, del paréntesis que debemos hacerle a la informalidad, del equilibrio y el caos que debemos encontrar de la astucia que debemos desarrollar para que esto no nos afecte ni incomode. Se puede aspirar a la excelencia, apostar por ser profesionales de primer nivel, tener un sentido particular de responsabilidad, creer en la calidad como bandera y mantener esta idea en nuestro Tucumán y en el mundo. Chicos está todo por hacerse, la vida es maravillosa si no se le tiene miedo, eso lo decía Chaplin. La segunda cosa es invertir en conocimiento y esta escena  es una inversión seria de conocimiento. Lean, armen su propia biblioteca, viajen, conozcan, pregunten, equivóquense haciendo y pensando, no hay peor  gestión que la que no se hace. Tenemos y tienen una educación que les permitirá ser satisfactorios en cualquier mesa de trabajo, local o internacional, la arquitectura tiene valores que trascienden fronteras, hablar del concepto de las cosas, de la esencia de un ideal, nos hace universales. La tercera es definir cuál es su motor, descubrir en qué se sienten fuertes, qué les moviliza más o qué los enamora y los nutre para ser un esfuerzo extra y llegar al límite. En mi caso particular, el trabajo en equipo es clave. Allí se aprende a conocer, visualizar y sentir dónde está mi energía. Sepan escuchar, otórguenle un valor supremo a la palabra, es increíble lo que uno puede aprender si tiene ganas de comunicarse. El tiempo es limitado, entonces no lo malgasten, apuesten por la curiosidad, por la intuición y tengan el coraje, cosa que no es menor, de confiar hacia donde guíe el corazón, el motor desde mi óptica es el amor por lo que se hace. Lo último, el esfuerzo; si alguien les dice que no buscó y encontró no le crean, si alguien les dice que buscó y no encontró tampoco, ahora, si alguien les dice que buscó y encontró,  a ese hay que creerle. Nada sucede de repente, de un día para otro, no pierdan la fe, no se den por vencidos nunca, creen su propio entorno, construyan su vida, ninguna de las ideas se pierden se transforman vuelven a tener vida. Pueden hacerlo, hoy es su día, quiero felicitarlos y alentarlos de alma a alma, están nuevos, están por empezar, sigan sus sueños porque ellos conocen el camino.

 

El arquitecto es parte de la obra, puede conectar a la arquitectura como algo vivo

Soy de Rosario y docente de la Universidad de Rosario donde desarrollo mi actividad como arquitecto, y en ese mix de cosas es donde va sucediendo mi vida. En este momento no puedo separar mi vida personal de mi trabajo y la pasión que me moviliza en estos dos aspectos hace que no pueda encontrar límites con que separar las decisiones, alegrías, frustraciones, lo que sea. Y es en ese punto donde se vuelve importante el hecho de que cuando se encuentra ese equilibrio uno solamente tiene que dedicarse a ser lo que es y dejarse llevar por lo que uno realmente siente. Y es uno de los aspectos que me  llevó mucho tiempo comprender desde el punto de vista de la falta de identidad. Cuando fui estudiante, nunca pude conectarme realmente con aquello que tenía adelante y con lo que iba aprendiendo y sin embargo puedo agradecer el haber tenido la suerte de haber tenido una enseñanza privilegiada. Y privilegia no porque haya asistido a las mejores Universidades sino porque aprendí haciendo y si en algún momento estuve interesado en dejar arquitectura y dedicarme al arte, fue cuando tuve la suerte de conocer a Rafael  Iglesia con quien estuve trabajando un tiempo. Y por esto digo que fue una educación privilegiada, porque  si bien muy dura y muy difícil en un principio, porque prácticamente tuve que desaprender todo lo que había construido o adquirido en los últimos años, fue donde realmente pude comprender la arquitectura y me pude conectar  e identificar con ella. Durante el tiempo que estuve trabajando con él o en los momentos en los cuales puedo colaborar en algunas actividades que desarrolla, es donde realmente empecé a entender qué tanto de uno hay en lo que hace. Y si bien, en el tiempo pude empezar a desarrollar mis propias ideas, de alguna forma siempre quedó un poco de eso y forma parte de la herencia que tengo, al punto de que muchas veces tengo un conflicto por encontrar realmente cuál es mi identidad; porque trabajar con alguien que tiene una capacidad y una potencia tan grande hace que uno pierda incluso sus propios límites y se vea en un primer momento como mezclado en toda esa lógica e intensidad. Y es por eso que personalmente, mi faceta como arquitecto en este momento está centrada en encontrar quien soy, cómo poder conectar la experiencia que tuve en ese sistema de educación casi medieval  donde había un maestro  que toma un  aprendiz y éste aprende haciendo; y me parece que como modelo de enseñanza es uno de los mejores que, por lo menos, me ha tocado vivir,  porque no se está con alguien que lo evalúa, no se está con alguien que le pone trabas para ver si uno lo puede superar, sino con alguien que lo va formando a uno simplemente por el hecho de acompañar su trayecto. Y es uno de los aspectos donde yo de alguna manera tengo que volver y enfrentarme con un grupo de alumnos o tratar de ver  de qué manera puedo trasmitir todo eso que yo viví y fui adquiriendo en el tiempo o hasta incluso también el propio conocimiento que fui desarrollando de manera independiente. Una de las principales cosas que trato siempre de poner en juego es cómo poder romper  esa barrera que separa a las personas, cómo romper ese status quo que tiende a colocar al docente en una situación de privilegio, una arrogancia que le pone a pensar que tiene la verdad absoluta  con la cual controlar lo que va a hacer durante el año con un trabajo. Algo interesante sucedió en estos últimos años, sobre todo en la Universidad, y es que se ha empezado a renovar el cuerpo docente, ha tenido que haber nuevos concursos, al haber más gente tiene que haber nuevas cátedras, y en  todo este movimiento que se ha empezado a desarrollar es como muchos de nosotros pudimos empezar a ingresar en esta situación, y lo rico que yo puedo ver hoy por hoy, es que podemos compartir los conocimientos que hemos adquirido -y desparramarlos como si fuesen semillas- a través de gente muy grande que nos marcó muchísimo. Si bien uno aprende de escuchar charlas de ver las obras, de  recorrerlas, hay una variable que para mí es sumamente importante y es cuando uno entiende que el arquitecto es parte de la obra, por detrás de la obra, que puede conectar a la arquitectura como algo vivo, que deja de ser una roca estática depositada en algún lugar para empezar a ser como un libro abierto.

Muchas veces se piensa que la posibilidad de cambio se da con gente muy grande, que tiene mucha capacidad y está muy lejos de uno, que los cambios solo pueden hacer Gandhi o el che Guevara, gente que está muy lejos en la concepción de lo que uno puede llegar a ser, y si bien existen esas personas que  nos movilizan y nos alientan a animarnos a hacer cosas, no hace falta esta grandeza para involucrarse en esta cuestión de querer cambiar las cosas. Si todos tomamos esta perspectiva como algo personal y nos involucramos de lleno, con sinceridad, sabiendo que lo que uno quiere es que las cosas mejoren, que en esta independencia que estamos logrando, y hasta poder entender quiénes realmente somos, pues nuestra identidad como continente es algo que no sabemos todavía cómo es, me parece que no hace falta ser grande, no hace falta pensar que uno no puede desarrollar nada, sino que si todos empezamos a trabajar mínimamente en el contexto más cercano que se tiene tratando de dar al máximo su rendimiento para poder lograr que lo que desarrolla, tenga compromiso, tenga muy claro qué es lo que tiene que desarrollar, no buscando la respuesta fácil, va a ser mucho más fácil que las cosas marchen y funcionen”.

Mucho queda en el tintero, pero aquí Mandu’a deja los conceptos, planteamientos, propuestas, pensamientos de lo que fue el conversatorio sobre Educar en arquitectura, jornada que  se cerró con la entrega de un certificado de reconocimiento a todos los participantes de manos del decano de la Facultad de Arquitectura Diseño y Arte de la Universidad Nacional de Asunción, Ricardo Meyer, en  nombre de la institución y del AMERICAnodelsud, organizadores del evento.

“Esta experiencia de escuchar a estos arquitectos, colegas docentes fue enriquecedora para todos y queremos celebrar este momento con este pequeño recordatorio, un certificado de reconocimiento y gratitud a todos ellos”, expresó el decano de la Fada al tiempo de agradecer al arquitecto Corvalán la organización y dirección del conversatorio.

 

 

 

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