Edición N° 425 - Septiembre 2018

El devastador negocio del tráfico de arena

 
  • Obras para aumentar el área terrestre para la construcción de uno de los mayores puertos del mundo a costa del lecho marino y de abrir túneles en la tierra.

  • Una inmensa grúa para dragar fondos extrae arena del lecho marino para una nueva terminal del puerto de Tuas, en la costa oeste de Singapur.

  • Vista aérea de las obras para aumentar el área terrestre en Tuas.

  • Montañas de material para la construcción, probablemente con arena mezclada con granito, entran en un puerto occidental de Singapur en barco.

  • Escenas tomadas durante la construcción del nuevo megapuerto en Tuas.

 

Es el recurso natural más demandado, después del agua. El rápido crecimiento urbano del planeta ha convertido este material humilde en un bien escaso. Su sobreexplotación tiene efectos ambientales devastadores

Bucear por uno de los mayores arrecifes de coral en las prístinas aguas de las islas Gili. Recorrer las infinitas playas de arena blanca de Lombok. Sucumbir a la cautivadora espiritualidad de Bali. Maravillarse con los templos y volcanes de Java. Descubrir los orangutanes de la selva de Borneo. Sorprenderse con los dragones de Komodo. Son algunas de las maravillas de Indonesia, país de ensueño compuesto por 17.500 islas. Un paraíso que corremos el riesgo de perder, porque se está hundiendo lentamente.

¿El motivo? La actividad clandestina de los ladrones de arena, que de noche se acercan a las costas para robarla y venderla en el mercado negro. A principios de la década de 2000, el comercio ilegal de arena en Indonesia llegó a una situación tan extrema que el país empezó a perder territorio. Hoy día, unas 25 islas ya han desaparecido, y con ellas, sus playas.

La arena es hoy el recurso natural más demandado del mundo, después del agua y por delante de los combustibles fósiles. Se ha convertido en un bien muy cotizado, imprescindible para las civilizaciones modernas. “Nuestra sociedad está literalmente construida sobre arena”, reconoce Pascal Peduzzi, jefe de la Unidad de Cambio Global y Vulnerabilidad del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente y autor del informe Arena, más escasa de lo que uno cree (2014).

Todo lo que nos rodea contiene arena: el cemento, el vidrio, el asfalto, los aparatos electrónicos. Hasta los plásticos, los cosméticos o la pasta de dientes contienen este elemento. Pero su principal uso es la construcción, que consume una cuarta parte de la arena del planeta. Debido a los granos angulares y desiguales de la arena de playa, esta se adhiere mejor al hacer cemento; de ahí que el boom inmobiliario devore cantidades ingentes de este recurso. La escasa regulación en muchos países alienta la presencia de redes mafiosas.

Según un informe de Naciones Unidas, el 54 por ciento de la población mundial vive en zonas urbanas y se prevé que la cifra aumente hasta el 66 por ciento en 2050, siendo India y China los dos países donde se producirá un mayor incremento. Este desarrollo urbano exige cantidades ingentes de arena para el cemento. Una casa de tamaño medio necesita 200 toneladas; un hospital, 3.000; un kilómetro de autopista, 30.000. Cada año se extraen unos 59.000 millones de toneladas de materiales alrededor del mundo; hasta el 85 por ciento es arena para la construcción, señala Pascal Peduzzi.

El problema es que la formación de arena es un proceso natural lento, que requiere años, y la demanda es superior a la capacidad de regeneración y suministro de la propia naturaleza. “A nivel mundial, consumimos el doble de arena de la que los ríos pueden transportar, por lo que necesitamos excavar en otras partes”, explica Nick Meynen, de la Oficina Europea de Medio Ambiente. “Ahora se obtiene dragando ríos y, en mucha menor medida, fondos marinos. Se estima que entre el 75 por ciento y el 90 por ciento de las playas del mundo se están reduciendo”.

Las consecuencias medioambientales son irreversibles: destrucción de los hábitats, degradación de los fondos marinos, incremento de materiales en suspensión, aumento de la erosión… De continuar el ritmo vertiginoso de la extracción de arena, las generaciones venideras se encontrarán con un entorno de paisajes lunares, playas de rocas y agitadas olas, ríos y pantanos secos, territorios áridos y extinción de la flora y la fauna. “Todos estos cambios ambientales ponen en riesgo los ecosistemas en los ríos, deltas y zonas costeras, de ahí que haya una gran variedad de especies amenazadas, desde pequeños crustáceos hasta delfines de río o cocodrilos”, explica Aurora Torres, investigadora del Centro Alemán para la Investigación Integral de la Biodiversidad. Y eso no es todo. “No somos conscientes del efecto cascada que esta degradación tiene en nuestro bienestar”, advierte, ya que la sobreexplotación de arena se ha asociado con un aumento de sequías, inundaciones, vulnerabilidad frente a tormentas y tsunamis o a la proliferación de enfermedades infecciosas, como la malaria. También puede expulsar a la población de los lugares más afectados y convertir a los ciudadanos en refugiados climáticos.

No hace falta viajar hasta Indonesia para comprobar los efectos del tráfico de arena. El negocio cotiza al alza en Marruecos. Armados con simples palas, los trabajadores furtivos cargan la arena a lomos de burros que tiran hasta camiones de transporte. Entre Safí y Esauira, al oeste del país, este contrabando ha transformado la costa dorada en un paisaje rocoso. La arena se obtiene incluso del Sáhara. Pese a que no es tan idónea como la de las playas, las urbes de hoy necesitan tan desesperadamente este recurso finito y limitado que lo obtienen de donde haga falta.

Las islas Canarias son uno de los principales destinos españoles de la arena de ese desierto, según denuncia la ONG Western Sahara Resource Watch (WSRW), que lleva años investigando el material que sale del puerto de El Aaiún (Sáhara) hacia España para la regeneración de playas y construcción de edificios. “Canarias importa arena saharaui; la playa de Las Teresitas es un ejemplo conocido”, explica Cristina Martínez, portavoz de WSRW.

El Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente de España admite que la arena de nuestras playas es un recurso muy escaso. “La Ley de Costas de 1988 estableció una serie de medidas para limitar la extracción de materiales rocosos naturales en los tramos finales de los cauces de los ríos y prohibió taxativamente la extracción de arena para la construcción”, dice un portavoz. El punto 2 del artículo 63 de dicha ley prohíbe las extracciones de áridos para la construcción, salvo para la creación y regeneración de playas. El Ministerio de Fomento añade que la tendencia actual española es “usar arena de machaqueo, que es la que generamos los seres humanos a través de la trituración [machaqueo] procedente de material de cantera”.

El negocio de la arena es tan lucrativo que se ha vuelto un fenómeno mundial, expandiéndose a la misma velocidad que la urbanización. Lo que hace un cuarto de siglo era una materia prima mundana, abundante y barata, es hoy un recurso escaso. Su explotación es difícil de controlar, porque está al alcance de todos. Pese a que cada vez hay más normativa que regula su extracción, todavía no es suficiente. “En muchos casos el problema no es la ausencia de leyes, sino su falta de aplicación”, apunta la investigadora Aurora Torres.

Esta laxa aplicación de las leyes crea el escenario perfecto para que aparezcan grupos organizados que controlan el negocio. En India estas mafias son particularmente poderosas, porque tienen lazos con la Administración y pueden acceder a los procesos de contratación. La extracción y venta de arena en este país están reguladas a nivel provincial, pero el Gobierno central no hace hincapié en el cumplimiento de la ley. La corrupción es palpable. “Normalmente, los políticos están involucrados y controlan directamente el negocio ilícito de arena”, afirma Sumaira Abdulali, ecologista, fundadora de la Fundación Awaaz y una de las principales voces de denuncia en su país. “Los dirigentes consideran que poner restricciones a este negocio frenaría los ambiciosos planes de crecimiento de India”. El país extrae cada año 500 millones de toneladas de arena, alimentando una industria que mueve unos 42.000 millones de euros. Las redes de extracción de arena emplean a menudo a personas en condiciones deplorables, sin equipo ni herramientas, buceando hasta el fondo de los ríos con un cubo metálico.

Como India, ninguno de los países que están viviendo un periodo de expansión y prosperidad urbana sin precedentes está dispuesto a poner freno a este lucrativo negocio. Puesto que la arena está cada vez más en alza, estos escenarios son caldo de cultivo para su contrabando, que está creciendo en otras partes del mundo. Y cuanto más se sobreexplota este recurso, más rápido aumentan los impactos en el medio ambiente y la economía a nivel global.

China usa el 57 por ciento del cemento del mundo y es además el principal productor mundial. Con todo lo que usa, se podría construir cada año un muro de 27 metros de ancho por 27 de alto alrededor de la Tierra, según Pascal Peduzzi. La mayoría de la arena que usa sale del lago Poyang, una de las mayores reservas de agua dulce y hoy la mayor mina de arena del mundo, según investigadores de Harvard. Cada año se extraen de ese lago 236 millones de metros cúbicos de arena, y los efectos medioambientales son devastadores.

Y no se trata solo de cubrir las necesidades inmobiliarias de su población: desde 2014, China ha construido siete islas artificiales en el archipiélago de Spratly, en el Pacífico sur, que se disputa con Taiwán y Vietnam. El daño al ecosistema marino es irreparable. Una de las principales consecuencias que más preocupan a los ecologistas es que está destrozando las barreras de coral que hay en esta zona, que usan como base para levantar el nuevo territorio. Sus vecinos Vietnam, Malasia, Filipinas y Taiwán también han expandido su territorio en este archipiélago, pero ninguno lo ha hecho con la magnitud y velocidad de China.

Con todo, a la cabeza de los países que están aumentando su territorio de manera artificial se encuentra Singapur, que además es el mayor importador per cápita de arena del mundo. En los últimos 40 años ha crecido 130 kilómetros cuadrados en tierra (un 20 por ciento), empleando unos 637 millones de toneladas de arena. Y todavía pretende extenderse 100 kilómetros cuadrados más antes de 2030. Los principales proveedores son países vecinos: Indonesia, Filipinas, Vietnam, Myanmar (antigua Birmania) y Camboya. Pero todos ellos empiezan a ver cómo sus reservas escasean y están parando las exportaciones, lo que ha disparado el precio de la materia prima un 200 por ciento.

El primero en hacerlo fue Indonesia, tras ver cómo muchas de sus islas iban hundiéndose y desapareciendo. En 2007 decidió cortar todos los negocios de arena, especialmente con Singapur, su principal importador. Una decisión que le costó una trifulca política con su vecino sobre los límites exactos de sus fronteras y el derecho de uso de este recurso.

En verano de 2017, el Gobierno de Vietnam anunció que si el ritmo de la demanda continuaba como hasta ese momento, en 2020 se quedaría sin arena. Al mismo tiempo, el Ministerio de Minas y Energía de Camboya anunció que frenaba todas las exportaciones de arena a Singapur, que en la última década le habría comprado, según datos de Naciones Unidas, más de 72 millones de toneladas, equivalente a unos 624 millones de euros. Pero muchos expertos dudan de que la situación haya cambiado. “En Camboya gobierna una cleptocracia que saquea los recursos naturales a costa del medio ambiente”, asegura George Boden, dirigente de la ONG Global Witness.

Emiratos Árabes Unidos (EUA) es otro de los mayores importadores de arena, pese a vivir rodeado de desierto. Como consecuencia de la erosión del viento, esta arena no es la más adecuada para cemento porque resulta de baja calidad. En las últimas décadas, Dubái ha importado de Australia enormes cantidades de arena para la construcción de diversos complejos y edificios. Solo para la torre Burj Khalifa, la más alta del mundo, con 828 metros, se han necesitado 110.000 toneladas de cemento. Y las Islas Palm, un proyecto aún no terminado formado por tres conjuntos de islas que aumentará alrededor de 520 kilómetros la superficie de las playas de Dubái, han devorado 385 millones de toneladas de arena, con un coste de unos 10.000 millones de euros.

El mercado manda. Y la demanda de arena está en alza. Nada va a frenar la sobreexplotación y el comercio ilegal de este recurso si la sociedad internacional no aúna fuerzas. “Los Gobiernos y líderes políticos deben aumentar su conciencia sobre el tema y buscar alternativas al uso de arena”, piensa Peduzzi. Y urge hacerlo rápido, porque el tiempo corre en contra.

En un país como España, que vive del turismo, la erosión de las playas puede causar estragos en la economía. No solo se necesita un marco legal nacional -que ya existe-, sino estándares internacionales que regulen la extracción y obliguen a países como India, Marruecos o Camboya a cumplir las reglas del juego para preservar el medio ambiente y la economía tanto de sus países como de terceros.

“Nuestra dependencia de la arena es enorme y en un futuro próximo no vamos a dejar de usarla”, reconoce Peduzzi. Pero su empleo puede racionalizarse con medidas como evitar el desarrollo de infraestructuras innecesarias, planificarlas para que duren más o modernizar las existentes. Varios equipos de investigación en todo el mundo estudian materiales alternativos en la construcción, a partir de la reutilización de escombros o vidrio, pero hoy por hoy no hay nada que pueda responder a la enorme demanda de este recurso. “En zonas que no tienen un ritmo de desarrollo elevado, el reciclaje de materiales de construcción puede cubrir parte de la demanda, pero los países que están experimentando un rápido desarrollo urbano no pueden satisfacer la necesidad de arena mediante reciclaje”, reconoce Torres. Además, el precio del material alternativo suele ser más elevado y genera más emisiones de gases de efecto invernadero en su producción.

“Es absolutamente necesario desarrollar un marco internacional para evitar el incumplimiento en el que incurren ciertos países”, señala Sumaira Abdulali. Y eso implica conocer qué cantidades de arena se usan a nivel local y global, así como cuánta se puede reponer a través de procesos naturales. “Hay que saber qué reservas hay y supervisarlas para poder hacer cumplir la ley”.

De lo contrario, a este ritmo, el dragón de Komodo, los arrecifes de coral o amplias áreas del desierto del Sáhara van camino de convertirse en recuerdos que las futuras generaciones solo podrán ver en fotografías y documentales.

 

Fuente
https://elpais.com

 

Nota de la Redacción.

El río Pilcomayo, tradicional frontera entre nuestro país y la Argentina, debido a la sedimentación y al escaso o nulo cuidado que han tenido las autoridades paraguayas en limpiar  su cauce través de los años, fue desapareciendo a tal punto que a comienzos del siglo pasado este recurso hídrico  llegaba a su desembocadura en el río Paraguay, hoy en día la sedimentación casi alcanza la frontera con Bolivia.

Es necesario realizar trabajos de limpieza cada año debido a la colmatación por los sedimentos acumulados en su lecho.

“Para tener una idea de la cantidad de sedimentos que arrastra al año, si se pone (la arena) en camiones volquetes uno delante del otro, puede darle la vuelta a la Tierra y todavía no vas a poder descargar todos esos sedimentos”, según explicaba el  experto medioambiental paraguayo José Ortiz.

En este caso, como lo podrían ser también en los embalses de las represas hidroeléctricas de Yacyretá e Itaipú, la extracción de arena podría ser una de las soluciones para evitar la colmatación de sus lechos y sus negativas consecuencias para el medioambiente y darle la utilidad e importancia tiene como material de construcción.

 

 

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