Edición N° 416 - Diciembre 2017

Lo mejor que leímos

 
  • Estampida de la poderosa Aguas de Barcelona y de los bancos Sabadell y La Caixa. El anuncio de su partida a otras regiones de España marcó el peor revés para el futuro de la secesión catalana.

  • La multinacional francesa Suez Environment, propietaria del Grupo Agbar, que maneja Aguas de Barcelona ha trasladado su domicilio fiscal a Madrid, en España.

  • Una gran empresa catalana, la compañía biotecnológica Oryzon Genomics, se mudó de Barcelona a Madrid tras el referéndum.

 

El “efecto Montreal” o los éxodos de la banca

Artículo de Piergiorgio M. Sandri -periodista y abogado italiano, redactor del periódico catalán La Vanguardia, autor de un libro sobre la marca empresarial y de un ensayo sobre las finanzas solidarias (Dinero ético, Random House Mondandori, 2001), publicado por la revista de cultura Ñ del diario Clarín.

Cuentan las crónicas de la época que en 1976, cuando el partido separatista de Quebec ganó por primera vez las elecciones en la provincia autónoma canadiense, se veían furgonetas blindadas transportando dinero por las autopistas hacia otros destinos considerados más seguros.

La posibilidad de una separación de un Estado acostumbra a despertar recelos en el mundo financiero, asustado por la inseguridad jurídica que conllevan estos procesos. Ocurrió en estos días en Catalunya (octubre 2017)*, pero antes sucedió en Quebec y en Escocia, con modalidades diferentes.

En Canadá, el primer referéndum de 1980 marcó un antes y un después para Montreal. Toronto se convirtió en la ciudad más poblada del país. De los ocho bancos de Quebec, sólo uno mantuvo su sede en la provincia francófona.

El mismo Bank of Montreal, todavía hoy, no está domiciliado en la ciudad que lleva su nombre. Lo mismo hizo el Royal Bank of Canada. Migraron 700 empresas y nunca más volvieron. Se habló entonces del “efecto Montreal”, para indicar las consecuencias dramáticas de un éxodo sin billete de vuelta. Y eso que Quebec nunca logró la independencia.

El impacto fue notable, porque no sólo se trató de un mero cambio de dirección, sino que se desplazaron centenares de miles de personas. En palabras del senador canadiense Dennis Dawson, recordando aquellos hechos, “no es que necesariamente los inversores estuvieran disgustados con la idea de independencia; es que no les gustaba la inestabilidad”.

En el caso de Quebec también pesaron circunstancias locales y de la época. Allí el independentismo, cuando empezó a mostrar músculo, tenía una connotación de izquierda radical, típica de la ideología de finales de los setenta, que tampoco ayudaba a tranquilizar al mundo empresarial.

Asimismo, la política lingüística acentuó los problemas, porque se había creado una división entre los anglosajones y los franceses. Las autoridades impusieron el francés como lengua oficial mientras el mundo de los negocios era más próximo al inglés, de ahí la opción de mudarse a Toronto. Una vez tomada la decisión, fue difícil volver atrás.

El llamado “efecto Montreal” fue prolongado y se extendió durante décadas, incluso cuando el separatismo empezó a declinar. En 1990, Quebec albergaba 96 sedes de las mayores firmas de Canadá. En el 2011, tenía 75, según el Fraser Institute. Para el Instituto Económico de Quebec, a lo largo de las últimas dos décadas se ha perdido el 30 por ciento del tejido empresarial. Esta vez Calgary y Vancouver tomaron el relevo.

El programa del separatismo, tras los dos fracasos anteriores, en la actualidad quiere demostrar que ha aprendido la lección. Aspira a mantener el dólar canadiense, a sentarse en el consejo del Banco de Canadá y con realismo reconoce que la independencia implicaría unos cinco años de turbulencia. Pero su rival, el partido liberal considera que la economía de Quebec, si llegara a ser independiente, tendría serios problemas económicos durante muchísimos años.

En el caso de Escocia, es preciso recordar que el referéndum se pactó acorde a la ley con el gobierno central británico. En aquel momento, los británicos formaban parte de la UE y tenían acceso al mercado único. Las partes habían estipulado un proceso de transición para tratar de reducir las incertidumbres en el caso de que los escoceses optaran por el sí.

Pese a todo ello, antes de que tuviera lugar el voto, las entidades escocesas se posicionaron. Anunciaron unos planes de contingencia que preveían un cambio de domicilio a Inglaterra.

Los argumentos alegados por los bancos se referían esencialmente a la necesidad de garantizar la seguridad jurídica y a la protección de sus clientes. Ninguno, de forma clara, apuntaba a que el cambio de dirección estaría acompañado por una mudanza masiva de empleados, a diferencia por ejemplo de lo que ocurrió en Canadá. Pero el hecho es que, de entrada, preferirían no quedarse en la Escocia independiente.

“Estaba claro que ningún banco o institución de ningún nivel que operaba en el Reino Unido habría podido operar desde una sede en Escocia”, dijo el economista Jeremy Prat, que hoy trabaja para el Gobierno británico. “Escocia debería haber garantizado que la regulación financiera permaneciera en manos británicas durante un futuro predecible”, sugirió.

Los independentistas escoceses denunciaron en su momento que se trataba de una maniobra táctica organizada por Downing Street, como medida de presión. Sin embargo, el académico Brad MacKay, nacido en Canadá y profesor de la Universidad St. Andrews de Edimburgo, no cree que las entidades, en aquellos casos, actuaran de forma impulsiva o bajo órdenes de la clase política. “La decisión de un banco de cambiar de domicilio responde a muchos intereses, los de los accionistas y de los clientes. También depende de dónde tiene la mayoría del negocio y la jurisdicción aplicable, así como de la estructura de su propiedad”.

¿Y la política? Los bancos escoceses tan sólo una semana antes del voto del referéndum anunciaron planes de contingencia, aunque la fecha ya era conocida de antemano. En realidad las negociaciones del posreferéndum ya estaban establecidas, con lo que no había tanta urgencia de actuar. “En otras circunstancias hubieran podido anunciar una migración de trabajadores a gran escala pero no. Sabían que iba a haber, en todo caso, un periodo de transición y simplemente enviaron un mensaje para reducir la inseguridad. Fue una medida impulsada por razones económicas, no políticas”. En este sentido, agrega, “recuerda lo que están haciendo los bancos en Catalunya. El traslado no debería tener impacto en sus negocios”.

Por una razón u otra, la historia demuestra que, a la hora de la verdad, a las empresas les cuesta dar el paso definitivo hacia la secesión. El economista Philippe Prevost, en el diario escocés The Herald, lo resumía así: “Quebec y Escocia son dos regiones demasiado ricas para ser independientes. La mayoría percibe los riesgos económicos y sociales de una separación como demasiado elevados, si se compara con las ganancias potenciales que venden los independentistas. Montenegro, Timor Este o Sudán del Sur, en cambio, tenían mucho menos que perder”.

 

*Al cierre de Mandu'a emigraron de Catalunya 2.540 empresas, según periodicos españoles.

Revista Ñ

14.10.17

 

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