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Año XXXI - N° 371 - Marzo 2014

Editorial

Ejemplos a emular

 

El mes pasado, la prensa informaba reiteradamente acerca del pésimo estado en que, a pocos días del inicio de clases, se encontraban muchísimas escuelas públicas de la capital y del interior del país.

Por ley 4758/12 -que crea el Fondo Nacional de Inversión Pública y Desarrollo (Fonacide)-, el mantenimiento, reparación y construcción de aulas está a cargo de los gobiernos departamentales y municipales, quienes a ese efecto reciben el 25 por ciento de los royalties generados por Itaipú, del cual la mitad debe destinarse a ese fin.

Harto conocido es que tanto la generalidad de gobernaciones como de municipios no se caracteriza por su eficiencia ni por el buen uso de los fondos que recaudan o reciben del erario, sino, más bien, por todo lo contrario.

El Fonacide es parte fundamental en el esfuerzo que realiza el país, a través del ministerio de Educación, para sacar de su marasmo, mediocridad y abandono a la enseñanza pública y es sabido que una buena instrucción no puede dictarse bajo la frondosidad de un mango güy ni dentro de aulas destartaladas que muchas veces hasta peligran la humanidad de maestros y alumnos, por lo que el daño que recibe la educación al incumplirse la ley puede calificarse de criminal.

Es cierto también que al dejar estas tareas en manos de los distritos se generan importantes fuentes de trabajo que benefician a constructores, albañiles, pintores, electricistas, proveedores de insumos,  etcétera, en fin, a buena parte de la comunidad ya que la descentralización del Estado, esencial para construir una democracia real y no de fachada, es otro de los objetivos que la Nación.

Existe, además, una larga y fructífera experiencia acerca de la labor desarrollada por las asociaciones de cooperadoras escolares (ACE), de las instituciones  educativas del Estado, las que se encargan del mantenimiento de las aulas y hasta de la construcción de obras de menor envergadura. Estas realizan su labor mediante una mínima cuota anual que pagan aquellos padres que se avienen a hacerlo, con la realización de actividades orientadas a generar fondos y, en casos específicos, con el aporte del ministerio de Educación. Sin el funcionamiento de las cooperadoras la mayoría de las escuelas no podrían reemplazar vidrios rotos ni focos de las aulas, como tampoco ejecutar las obras de reparación y mantenimiento requeridas.

Si bien la generalizada corrupción que, como la humedad, todo lo invade, muchas veces ha desvirtuado el quehacer de ciertas cooperadoras que solo recaudan y nada hacen, este flagelo es más fácil de erradicar en una escuela, pequeña comunidad comparable en su funcionamiento a una democracia directa, cuyas  asambleas de padres pueden controlar con eficacia y corregir los errores en los que se pueda incurrir; todo lo contrario de lo que ocurre en el ámbito de la administración municipal, donde los intríngulis políticos demasiadas veces dificultan severamente el combate a la corrupción.

Si para la aplicación de la reparación y mantenimiento de estos locales se optara por estas asociaciones cooperadoras, las que deberían ser fiscalizadas por el Ministerio, labor que podría realizarse trimestralmente, muy probablemente los trabajos se harían a tiempo y a un costo mucho menor. Solo la construcción de nuevas escuelas debiera encomendarse a los municipios. 

El esfuerzo en mejorar la calidad de la educación pública es fundamental para desarrollar el país. Mandu’a no conoce nación alguna que haya salido de la pobreza sin una fuerte apuesta por la formación de sus habitantes. Ejemplos sobran; países europeos pobres en recursos que a comienzos del siglo pasado tenían una alta tasa de analfabetismo y cuya población estaba obligada a emigrar, han prosperado y conquistado los más altos estándares de vida, en algunos casos, hasta superiores a los de las grandes potencias. 

El éxito de los llamados tigres asiáticos es otra muestra de esta apuesta por la excelencia educativa. Incluso la India, secularmente conocida por sus contrastes sociales, con una ínfima y privilegiada minoría y una inmensa y paupérrima población, ha conseguido  extraordinarios resultados en forjar una élite de profesionales en materias como informática, medicina y otros conocimientos, lo que le ha permitido un desarrollo solamente comparable al del otro gigante asiático, la China continental. La apuesta de quien fuera  primer ministro indio Jawaharlal Nehru, cuando justificaba la alta inversión en educación, diciendo, “somos tan pobres que en lo único en que no podemos permitirnos ahorrar es en educación”, está dando sus frutos.

Y en Latinoamérica no debemos olvidar  otro gran ejemplo, el de Medellín, Colombia, donde el alcalde Sergio Fajardo logró en pocos años cambiar el rostro y hasta la catadura de la ciudad la cual pasó de ser la urbe más violenta del mundo, a una de las más progresistas; y eso se logró poniendo todos los huevos en la canasta de la educación y la cultura, construyendo escuelas con la mejor arquitectura en barrios marginales asolados por el narcotráfico. 

Esos son los paradigmas que el Paraguay debe emular.

 
 
 

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