« Volver al detalle


Año XXXII - N° 377 - Septiembre 2014

Editorial

Nañanepohãi*

Este artículo de Mario Rubén Álvarez, publicado en su habitual columna de Última Hora, el 1° de agosto, estaba reservado para la sección Lo mejor que Leímos, cuando otro comentario suyo, nos indujo a reemplazarlo. Al releerlo, y coincidir in totum con su pensamiento, no quisimos perder la oportunidad de publicarlo.

Ante el interminable desfile de evidencias de abusos de poder de unos pocos en relación a los bienes de todos, es inevitable preguntarse cada tanto: Ko Paraguay piko ipohãta** alguna vez o, está -en consonancia con un pensamiento fatalista que no termina de diluirse- condenado al perpetuo infortunio debido a los poderosos  que hace siglos lo tomaron por asalto  y lo saquean a su gusto y paladar.

En estos días en que algunos quieren dejar su trabajo para “dedicarse” a ser funcionario público -no el común, que sobrevive apenas con su sueldo enclenque y padece la injusticia del mal reparto salarial, sino el que cuenta con gratificaciones en ristra, privilegios a pedir de boca, viáticos opulentos, premios por presentismo y todos sus parientes y favorecedores- reaparecen los motivos para ponerse ante la disyuntiva de si podremos, como colectividad, salvarnos alguna vez o si será mejor tirar la toalla y dejarse ahogar ya de una buena vez por la inundación del infortunio.

Lo que se ha visto a lo largo de la historia no es lo suficientemente alentador como para pensar que se vislumbra en el horizonte el fin de los padecimientos y emergen las puntas de un tiempo en que las cosas tiendan a cambiar.

Los años posteriores al desalojo del gobierno de Stroessner del Palacio de Gobierno parecían ser la puerta de entrada de un tiempo de mayores oportunidades para que mejoren la justicia, la seguridad, la educación, la salud, el nivel de ingresos de todos, la vivienda, la infraestructura vial y energética, la recreación y, en suma, la equidad social.

Sin embargo, de 1989 al 2014, no solo no estamos más adelante, sino que estamos más atrás en muchas cosas tangibles e intangibles.

Ya sabíamos que en materia de cantidad de funcionarios del Estado andábamos muy “adelantados”. Cada gobierno “aportó” lo suyo hasta sobrepasar hoy los 250.000.

La ley que obliga a las instituciones públicas a transparentar sus listados de personal y el dinero que reciben como sueldo y extras ha venido a confirmar las sospechas y a ratificar las esporádicas constataciones: se está haciendo vito de la plata de los impuestos.

¡Con razón falta dinero para construir aulas, salas de hospitales, rutas como la gente, viviendas populares y satisfacer otras necesidades perentorias!

Casi toda la poca plata -el 90 por ciento- que Hacienda recauda está destinado al pago de sueldos y las remuneraciones extraordinarias que un sector del funcionariado público se ha encargado de acumular en detrimento de otros que sobreviven no se sabe cómo, con lo inútil que anda el dinero.

Con los políticos del presente, especialistas en abusos de poder, nada cambiará. El futuro será igual y peor. Mientras la clase de políticos que hoy nos atormenta y apabulla continúe, nañanepohâi.

 

*no tenemos remedio
**Este Paraguay tendrá remedio alguna vez

 

 

 
 

Revista