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Año XXXIV - N° 403 - Noviembre 2016

Editorial

Los estudiantes de la UNA no tienen que permitir traición al proceso de cambio

En tiempos de la dictadura stronista, los sectores estudiantiles independientes, aquellos que bregaban para acabar con el infame modelo de gobierno basado en la violencia en contra de todos los que no estaban de acuerdo con el régimen, fueron una pieza clave en el fin del totalitarismo.

Con el advenimiento del proceso democrático, sin embargo, los estudiantes –como colectivo que podía decidir el rumbo de la universidad, de las universidades-, no se mantuvieron en la misma postura de lucha. Se dejaron llevar por un estado de cosas que en mucho no favorecía a la calidad de su educación y mucho menos en el servicio eficiente que, ya como profesionales, podían ofrecer a la República.

Aprovechando el silencio y la modorra estudiantiles, en la Universidad Nacional de Asunción (UNA), un grupo de stronistas se apoderó por completo de ella. Y lo gobernó a su gusto y paladar, ajeno a los tímidos vientos de cambio democráticos que existían en el país.

Cuando el sistema se volvió ya insoportable porque los estatutos habían sido modificados a imagen y semejanza de la voluntad todopoderosa del rector Froilán Peralta, se desencadenó la justa revuelta estudiantil. Las injusticias y la descarada corrupción basadas en el reparto de favores entre leales y en el aislamiento de los críticos del esquema, finalmente, estallaron.

No se podrá comparar la rebelión con la Reforma Universitaria de 1918 en Córdoba (Argentina), o el Mayo Francés de 1968 o la insurgencia de  los universitarios de México ese mismo año con su episodio pico en la masacre de Tlatelolco, pero sin duda tiene su trascendencia histórica nacional.

Uno de sus logros fue enviar a la cárcel al rector que había convertido la UNA en un feudo particular manejado a su antojo, con los estatutos que amparaban sus desbordes dándole visos de legalidad a lo que a todas luces estaba al margen de lo racional en el ámbito universitario. El cambio de autoridades fue producto del mismo proceso.

La toma de la universidad  fue un hito en la historia paraguaya. En 27 años de ensayo democrático, era la primera vez que los de la UNA se ponían los pantalones largos para iniciar una etapa de cambio profundo.  Su actitud se contagió a otras universidades de gestión oficial –pagadas con el dinero de los impuestos de todos-, que también adhirieron al movimiento insurreccional.

Lo más relevante de entonces fue la determinación de los estudiantes y las autoridades de la UNA de cambiar los estatutos para  que en el nuevo instrumento de gobierno quedara plasmado el espíritu y la voluntad de cambio para construir desde adentro una nueva universidad, superando sus antiguas rémoras autoritarias y dando lugar a un cogobierno democrático entre todos los estamentos que componen su consejo y su asamblea.

Los estudiantes estuvieron de acuerdo con haber llegado hasta la instancia de un consenso para renovar el instrumento legal que les gobierna y delinear allí el modelo de universidad pretendido por ellos sobre todo desde la perspectiva de una instancia de decisión en la que la representación estudiantil esté en igualdad de condiciones con los demás estamentos que conforman la Asamblea Universitaria de la UNA, la máxima autoridad

Esa Asamblea, sin embargo, al estudiar el proyecto de estatutos traicionó la voluntad estudiantil al aprobar nuevamente un número inferior de representantes del estamento, mientras los demás seguían manteniendo la mayoría.

Esa es la razón por la que los estudiantes volvieron a levantarse tomando de nuevo la universidad y reclamando que su petición de igualdad en la representación sea tenida en cuenta. Ese es el proceso que está en marcha.

Es significativo, por otro lado, que el nuevo rector Abel Bernal y los que le acompañan en el Consejo de la UNA también hayan traicionado a los estudiantes. Desde luego, siendo Bernal del equipo de Peralta, no era de extrañar que terminara siguiendo el mismo modelo anterior, aunque con algún disimulado disfraz de cambio de actitud en relación a las pretensiones estudiantiles.

El hecho de que algunas facultades, sorpresivamente, hayan elegido ya sus autoridades casi a espaldas de los estudiantes que solo se enteraron a último momento de los comicios internos y de que otras siete pretendan hacerlo con los estatutos de la Era Peralta, sin estar adecuados a las disposiciones del Código Electoral, resulta sintomático. Significa un gatopardismo rampante: cambiar, pero seguir con los antiguos vicios.

La lucha estudiantil de la UNA es demasiado relevante como para que quede en la nada luego de un comienzo más que auspicioso que removió sus corruptas estructuras. Los estudiantes no deben bajar la guardia y permitir que los corruptos, hoy mal disfrazados de corderuelos, una vez más se salgan con la suya. En corto tiempo, los estudiantes han acumulado poder suficiente como para no permitir que sus sueños sean derrotados por impostores.

 
 

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