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Año XXXV - N° 416 - Diciembre 2017

Editorial

 

Dejemos de votar a políticos que comprando conciencias nos roban el futuro

Con miras a las elecciones generales de abril del año que ya está en la puerta, los partidos políticos tendrán sus comicios internos este mes para ubicar en sus listas a los más votados. Es imposible usar la expresión “elegir a sus candidatos” porque, desafortunadamente, en el Paraguay, un alto porcentaje del electorado solo vota, no elige. Elegir implica un acto de libertad a través del que un ciudadano en edad de sufragar mira la oferta electoral –tanto en las internas de su partido como en los comicios nacionales-, se informa acabadamente acerca de los atributos que adornan a los que pretenden ser escogidos y, ya en el cuarto oscuro, de modo racional, vota por aquellas personas en las que confía que van a ser políticos al servicio de la patria y no de sus propios intereses. O los de su grupo.

En la cultura paraguaya, forjada durante largos años de repetir prácticas vinculadas al prebendarismo, el clientelismo, el fanatismo y al factor dinero, lastimosamente, muchos siguen apoyando a candidatos que no representan las aspiraciones de una vida de mayor bienestar para la gente y ni siquiera están interesados en responder a ellas. Desde ese condicionamiento, ellos no eligen. Simplemente votan.

Es necesario poner énfasis en la fuerte intervención del factor dinero en la política criolla porque se suma a los obstáculos que existen para que los ciudadanos verdaderamente expresen su voluntad. Ese es un elemento altamente distorsionador de la auténtica intención de las personas porque o anula su preferencia –cuando se les “compra” su cédula- o resigna su soberanía con mañas como las del “voto calesita” favoreciendo a quien tenga la cartera más abultada.

Teniendo en cuenta aquella conducta condicionada por causas que impiden la libre expresión de la voluntad que se manifiesta en los momentos en los que se define el futuro inmediato de nuestro país, la conclusión es que los seleccionados por contar con mayor cantidad de votos no son los mejores.

Si el país, en los casi 30 años que siguieron a la caída de la dictadura del sanguinario general Alfredo Stroessner, no ha logrado avanzar como debía haber sido dadas las nuevas reglas de juego instaladas en democracia, es porque los cambios han sido frenados por una gran cantidad de votantes que se manifestaron a favor de politiqueros ineptos, corruptos e insensibles a las necesidades ciudadanas más urgentes e impostergables.

Baste mirar a los que hoy gobiernan la República para tener rotundas evidencias de lo nefasto que ha sido para la historia nacional el voto que no parte de un acto de libertad personal para elegir a los mejores. Por eso, en el escenario del ejercicio del poder hay incapaces, corruptos, narcotraficantes, haraganes, traficantes de influencia y toda laya de politiqueros que se ubicaron en la cima para obtener impunidad. Los que están en la otra orilla –la de la honestidad, el amor a la patria, la defensa de la soberanía, el cumplimiento de las leyes, etc.-, carecen de la fuerza suficiente para anular la influencia ejercida por los que atrasan al Paraguay.

En una sociedad, dada su condición dinámica, sin embargo, al tratarse de comportamiento humano regido por la razón, no hay males que duren a perpetuidad. Lo esencial de las personas es la capacidad de modificar sus prácticas casi instintivas en acciones de mayor razonabilidad.

Por eso es necesario, ante todo, creer que los votantes paraguayos pueden dejar de apoyar a los que les engañan y, a la postre, son los constructores –por acción u omisión- de sus limitaciones como ciudadanos y optar por aquellos que realmente son políticos –los que buscan el bien común- que van a trabajar para dar calidad de vida a la población en general.

No basta con la convicción de que se puede. Hay que promover, hacer campaña, a favor del voto libre, maduro, esperanzador. Antes que presentar un proyecto de ley para mandar a la cárcel al que no vota, hay que estimular la buena praxis electoral que se funda en la expresión real de la voluntad del elector. Si todos los que están en edad de votar lo hacen compulsivamente, pero no eligen, todavía será peor, y más largo el reinado de los politiqueros.

Hay que demoler la cultura del votar para instaurar la del elegir. Elegir a los mejores, a aquellos que son confiables, honestos, preparados, sensibles, entregados a la causa de la Patria –así, con mayúscula- y no a los que se acurrucan en el poder para enriquecerse, enriquecerse más, proteger a narcotraficantes y contrabandistas, desoír las necesidades de los sectores más humildes, despilfarrar el dinero de los contribuyentes, abusar de su poder e impedir el desarrollo.

La toma de conciencia es el paso inicial de cualquier cambio sustentable. Luego viene la modificación de la actitud. Que las internas de los partidos políticos sean un momento privilegiado para comenzar a recorrer un itinerario con destino a un nuevo país, el que esté en manos de políticos escogidos por electores y no de sinvergüenzas legalizados por votantes.

 

 
 

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