Edición N° 406 - Febrero 2017

Peatonalizar o no el centro

 

 

Es la cuestión que plantea la periodista e historiadora Anatxu Zabalbeascoa y la respuesta no tarda. Parece que no hay  opción, hay que hacerlo

“¡El Homo sapiens camina. Una persona que no lo hace está incompleta. La OMS recomienda que las ciudades sean transitables. La falta de ejercicio es uno de los mayores problemas de salud en el mundo. Mayor que el tabaco hace dos décadas. Caminar es sostenible en todos los sentidos. El coche tiene los días contados en la ciudad”. Así explicaba el urbanista danés Jan Gehl, ideólogo de la peatonalización de Broadway, por qué es fundamental peatonalizar los centros.

Por eso el título de este post es falso puesto que no puede haber disyuntiva cuando no hay opción. Y no la hay: peatonalizar los centros urbanos es una cuestión de tiempo. Cuanto antes lo hagamos, mejor viviremos. En Nueva York supieron verlo y convirtieron la gran Broadway en una calle peatonal. Lo hicieron para mejorar su ciudad. Para frenar los accidentes, para respirar aire más puro y para recuperar el puesto en la vanguardia urbanística mundial que la ciudad de Central Park había comenzado a perder a manos de Melbourne, Sidney o Copenhague, que ya habían desplazado sus coches fuera del centro.

Peatonalizar no quiere decir que los vecinos no puedan estacionar ni que los ómnibus no puedan circular ni que los camiones no puedan repartir ni que no se pueda llegar pedaleando, caminando, o en taxi. Por supuesto tampoco quiere decir que los comerciantes deban perder dinero. Dar prioridad a los peatones en los centros urbanos significa poner a las personas por delante de los coches. Implica reconquistar el disfrute del paseo por el centro y facilitar la seguridad de quienes caminan por la ciudad. También supone fomentar el ejercicio físico, rebajar la velocidad de la circulación y aumentar, en consecuencia, la calidad de vida de los ciudadanos. Así como la de los visitantes.

Una ciudad en la que las personas caminan por el centro, a cualquier hora, es una urbe viva, un lugar más seguro que otro en el que mandan los coches y la gente deja de ir caminando a los sitios. Un centro urbano en el que los automóviles no pueden entrar, salvo las excepciones ya mencionadas, es un barrio más amable y acogedor.

Está comprobado que peatonalizar las calles más céntricas aumenta las ventas de los comercios, disminuye la contaminación atmosférica y acústica y mejora la salud de las personas. También cuida la de los edificios. El mantenimiento de los inmuebles sale beneficiado de la expulsión de los automóviles. Piensen en las ciudades europeas que como Ámsterdam, Utrecht o Copenhague pedalean y caminan. Al margen del clima fíjense en cuánta gente hay en la calle. Presten atención al ritmo de la ciudad. A la forma física de los ciudadanos. Reparen en los pocos casos de sobrepeso. Piensen en los centros urbanos que ya han sido peatonalizados. O mejor, intenten recordar las pocas urbes que todavía no lo han hecho. La respuesta de los comerciantes suele ser siempre la misma: protestan ante los anuncios de cierre al tráfico. Lo que sucede poco después también tiende a repetirse: las ventas, lejos de disminuir, aumentan. El coche, en el siglo XXI, no debería ser utilizado para alcanzar los centros de las ciudades.

Más allá de la educación y su peor versión, las multas, existen tácticas disuasorias que combinan aparcamientos y transporte público. Existen también maneras de fomentar la peatonalización y la circulación en bicicleta. Todas requieren educación y civismo. Un ciclista que pedalea por una acera debe asumir el ritmo de un peatón. Un Ayuntamiento que ubica la vía de los ciclistas entre los autobuses y los coches (Paseo del Prado y Castellana de Madrid) no está dando prioridad a las bicicletas y sí poniendo en riesgo la vida de los ciclistas. El centro de las ciudades puede servir para aprender, para pasear y para convivir. Con la gente en la calle se establece una red de vigilancia cívica en la que unos velan por otros. Con la gente caminando aparecen otros valores. Aparecen incluso nuevos comercios.

Hace unos lustros los profesores fumaban en clase. Se fumaba en los aviones y, por supuesto, en los bares y restaurantes. No ha sido tan difícil entender que el bien de la mayoría debe primar por encima de las decisiones y elecciones personales.

Los domingos, tras un puente largo, quienes regresan a la ciudad conduciendo un coche entienden que los camiones no pueden circular porque entorpecerían su regreso y podrían contribuir a que hubiera más accidentes. Los camioneros acatan esa decisión o son multados. ¿Por qué no entendemos entonces que desvíen los coches del centro urbano para devolver las calles a los peatones? La Gran Vía madrileña atravesó la ciudad antigua para dejar entrar lo que, a principios del siglo XX, se entendía como progreso. No fue fácil: las grandes aceras y la ancha calzada se tragaron más de 300 casas y 15 calles. ¿Por qué no dejar que, de nuevo, la misma avenida abra vía al progreso?

 

Fuente

http://blogs.elpais.com

 

 

Revista

Ver ediciones anteriores

Suscribete

Y recibí cada mes la revista Mandu'a

Suscribirme ahora