Edición N° 379 - Noviembre 2014

Reunir a lo mejor del continente

 

El Premio de las Américas Mies Crown Hall distinguió como finalistas a siete proyectos de América del Sur y del Norte, entre los cuales está el Edificio Altamira de Rafael Iglesia.

Incentivar el debate y el trabajo académico. Con estas premisas fue que la Facultad de Arquitectura del Instituto de Tecnología de Illinois (lIT) lanzó, en febrero de este año, la primera edición del Premio de las Américas Mies Crown Hall (Mchap, por sus siglas en inglés), el cual distinguió a lo mejor de la arquitectura de América del Sur y del Norte.
A partir de un conjunto inicial de 225 obras postuladas (el cual quedó luego reducido a un grupo de 36 proyectos “sobresalientes”), el jurado, que fue presidido por Kenneth Frampton y tuvo entre sus integrantes al argentino Jorge Francisco Liemur, proclamó a siete finalistas de ambos continentes, entre los que se destaca el Edificio Altamira en Rosario, de Rafael Iglesia.
También fueron distinguidas la Biblioteca Central de Seattle, de OMA-LMN; el Museo de Arte Nelson Atkins en Kansas City, de Steven Holl Architects; la estructura de estacionamientos 1111 Lincoln Road, en Miami, de Herzog & de Meuron; la Fundación Iberé Camargo, en Porto Alegre, de Alvaro Siza Vieira; el Restaurante Mestizo en Santiago de Chile, de Smiljan Radic, y la Capilla del Retiro en Auco, Los Andes, Chile, de Undurraga Deves Arquitectos (Cristián Undurraga).
En mayo ya se había entregado el Premio de las Américas a la Arquitectura Emergente a Pezo von Ellrichshausen, por la Casa Poli, en Chile.
Bautizado en honor a la estructura diseñada por Mies van der Rohe en 1956 para alojar a la Facultad de Arquitectura del lIT, el Mchap es un premio que surge a partir del debate académico dentro de la  universidad, un intento por dilucidar cuáles son los desafíos más importantes a los que se tiene que enfrentar la profesión en la actualidad.
“La idea era tratar de poner en debate algunos temas que consideramos urgentes: la cuestión del entorno urbano, el manejo de la densidad, la correcta administración de los recursos, entre otros.
Queríamos desarrollar estas inquietudes en tiempo real, y ver cómo las discusiones que se dan dentro de un ambiente académico pueden impactar en la forma en que se desarrolla la profesión en la práctica, en -relación a cómo se toman las decisiones en el ámbito de cada proyecto”, explicó a ARQ el hombre a cargo de la organización del premio, el arquitecto Dirk Denison, en su paso por Buenos Aires, camino a Santiago de Chile, donde se anunciaron los siete finalistas, el pasado 8 de julio.
El paso de Denison y del jurado por la Argentina no fue casual. Una parte del proceso de selección final implicó visitar las siete obras en persona, y entrevistarse tanto con los autores como con el cliente y los usuarios. Así fue que el jurado, que además de Frampton y Liernur, estuvo integrado por el arquitecto francés Dominique Perrault, Wiels Arets, decano de la Facultad de Arquitectura del lIT y Sarah Whiting, decana de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Rice, en Houston, Texas, desarrolló un periplo que los llevó desde Seattle hasta Santiago de Chile, pasando por Rosario, donde pudieron entrar en contacto directo con el espíritu del edificio blanco ubicado sobre la calle San Luis 470.
Al revisar los siete proyectos elegidos, es imposible pasar por alto las diferencias, tanto en complejidad de programa, superficie desarrollada o escala de la realización, que existe entre las obras del Norte respecto de las del Sur, lo cual tampoco pasó desapercibido para el jurado. “Hubo una suerte de acuerdo entre nosotros. En ningún caso se tomaron en cuenta las dimensiones ni el presupuesto de un proyecto a la hora de juzgarlo. Si no se tiene en cuenta esto, a lo mejor sería sorprendente entender cómo se puede comparar al Edificio Altamira con la Biblioteca de Seattle. Pero no se trató de la cantidad, sino de la calidad”, explica Liernur, quien agrega además qué cualidades se valoraron a la hora de decidir los finalistas. “Hicimos hincapié en la capacidad de los edificios de introducir algún tipo de innovación, de presentar una idea o una postura novedosa, ya sea en el plano ser formal, estructural o programático. También tuvimos en cuenta cuál fue el impacto que tuvieron en su comunidad, cómo resolvieron el paisajismo y la manera en que trataron el sitio”, detalló.
Esta dificultad para poner en algún pie de igualdad obras surgidas a partir de contextos económicos, políticos y culturales tan disímiles es, de alguna manera, la razón primordial que ha impedido el surgimiento de un premio de estas características hasta la aparición de Mchap, un suceso que Liernur celebra. “Con esta iniciativa se busca generar un espacio común, en cuanto a la arquitectura ‘se refiere. La intención es que ambas culturas entiendan que comparten un continente, donde hay cosas para decir, para comentar y para compartir. Que haya instancias donde puedan enriquecerse mutuamente”, completó.
Por su parte, el autor de la obra ganadora será invitado a desempeñar una actividad académica de la universidad, ya sea dando clases, desarrollando proyectos de investigación o dando alguna de las conferencias que forman parte del programa anual de charlas que ofrece la facultad.


El edificio Altamira, según Kenneth Frampton

El crítico inglés Kenneth W Frampton no necesita presentación. Autor de algunos de los textos más importantes sobre la arquitectura del siglo XX (se destaca su libro Historia Crítica de la Arquitectura Moderna), actualmente es profesor de la Escuela de Arquitectura, Planeamiento y Preservación de la Universidad de Columbia. En esta primera edición del Mchap, se desempeñó como líder del jurado.
Consultado por ARQ acerca de cuáles fueron las cualidades de la obra de Rafael Iglesia que ponderó a la hora de distinguirla, Frampton rescató dos aspectos. “Hay que destacar la manera Inteligente en que se inserta dentro de la trama urbana, aprovechando de la mejor forma posible las dimensiones angostas del lote. Por otra parte, la resolución de los accesos, de manera tal que los usuarios pasan por un tipo de espacio exterior antes de ingresar a los departamentos, es una interesante declaración de principios acerca de cómo se dan las relaciones entre lo privado y lo público”, explicó el critico inglés.

Fuente
ARQ Clarín
22.07.14


La Casa Poli, una ganadora emergente en medio de la perfección de un paisaje único

El Premio de las Américas a la Arquitectura Emergente se entregó en mayo de este año al estudio Pezo von Ellrichshausen por la Casa Poli, en Chile.
Ubicada en la Península de Coliumo, 550 kilómetros al sur de Santiago de Chile, la obra se destaca como un bloque de hormigón horadado en medio de un entorno natural imperturbable.
El encargo estuvo, desde el comienzo, marcado por las restricciones. La obra  debía funcionar como casa de vacaciones y como centro cultural (lo cual requería espacios para reunión y trabajo, además de una galería de arte). La necesidad de contar con muros de soporte para montar exposiciones hizo que además fuera imposible generar una vista directa al mar. A esto hay que sumarle que hubo que emplear tecnología arcaica (se usó concreto artesanal) y una mano de obra local carente de especialización. 
Los autores decidieron que todos los ámbitos de la casa quedaran como salas, sin nombre ni función. Se dispuso además que el programa de servicios quedara sobre el perímetro, contenido dentro de un muro grueso habitable.
Como parte del premio, y al igual que quien gane el Mchap, Maurizio Pezo y Sofía von Ellrichshausen fueron invitados a desarrollar una actividad académica en el lIT (Instituto de Tecnología de Illinois), el cual consistirá en un proyecto de investigación.

 

Fuente
ARQ Clarín
22.07.14

 

 

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