Edición N° 442 - Febrero 2020

El dudoso mamón y la certera Atyrá

 

 

Nuestra gente solo se asusta ante el dengue cuando ve caer enfermos a personas de su entorno. Recién entonces toma conciencia de que vive rodeada de criaderos de mosquitos. Como ya es tarde para solucionarlo, siempre queda el recurso mágico de enfrentar la enfermedad con remedios naturales.

El paraguayo típico confía más en la esotérica acción medicinal de los yuyos (pohã ñana), que en las formas farmacéuticas (pohã botíca), consideradas como remedios artificiales y con peligrosos efectos colaterales.

Esta costumbre viene del fondo de los tiempos y obedece a razones culturales y económicas que no corresponde discutir aquí y no serán los mosquitos quienes lograrán cambiarla.

Así, el pobre afectado será obligado a ingerir los más variados mejunjes y horchatas preparados con tapecué, cedrón kapi’i, citronela, verbena o agrial. Recientemente, sin embargo, estos ingredientes fueron desplazados por el prestigio de la hoja del mamón, que ha arrasado con la tendencia de ventas de los últimos veranos. Hay que machacar sus hojas, dicen, sacando la rama del medio, y tomar el jugo con agua, sin hervirlo. Las prescripciones folclóricas advierten que debe ser consumido con prudencia, sin abusar, sin aclarar muy bien qué significa eso.

Se supone que el mamón estimula las plaquetas, células que pueden descender en el curso de la afección. Desde el punto de vista científico hay muy pocas pruebas de que esta afirmación sea cierta y, en todo caso, no existen estudios amplios que avalen su utilidad como tratamiento. Pero, como la experiencia nos enseñó que es imposible doblegar estas creencias populares y su consumo no es dañino, los médicos optamos por decirles a quienes preguntan que, si soportan el sabor, tomen el brebaje. Con una condición, agregamos: el mamón no suplanta a la hidratación ni a las otras medidas indicadas.

Dejemos ahora las dudosas hojas de mamón y pasemos a analizar una verdadera evidencia científica. Mientras la epidemia golpea a miles de habitantes de la capital y de municipios metropolitanos, en la cercana Atyrá no hay casos de dengue.

Los noticieros televisivos mostraron la sala de espera del centro de salud local prácticamente vacío, mientras que a la misma hora en todos los hospitales regionales de nuestras ciudades centenares de pacientes se hacinaban desesperados por una consulta médica.

Usted conoce seguramente la historia de Feliciano Martínez, aquel intendente de Atyrá que en 1991 revolucionó los hábitos de sus conciudadanos, convirtiendo a su ciudad en la más limpia del país. Desde entonces, su legado fue continuado por sus sucesores, algo incomún en nuestra tradición. El resultado es que hasta hoy los atyreños viven en una ciudad limpia, comprometida con los hábitos higiénicos y con la clasificación domiciliaria de residuos. Solo hay 12 funcionarios destinados a aseo urbano, pero en las calles no se ve basura. Unos pocos municipios –Santa Elena es uno de ellos– adoptaron medidas similares y obtuvieron igual resultado: no tienen dengue.

La ciencia no miente: podemos o no recurrir a las hojas de mamón, da igual. Lo único que nos salvará del dengue es ser más limpios.

 

Alfredo Boccia Paz

 

Fuente:
https://www.ultimahora.com

 

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