Y aunque “tuvo que soportar explotación irracional en los bosques” sigue erguido emergiendo “por encima de los tejados” cubriendo “el paisaje de la capital paraguaya, llenando cielos y suelos de rosas, amarillos, blancos y otros caprichosos matices”. El arquitecto Pancho Crosa, siguiendo su serie “verde” nos habla de esta especie e insta a que lo plantemos en cualquier parte
Que linda se ve Asunción en setiembre, que preciosa es tu ciudad a pesar de sus intendentes. Sus años, que ya no son tan pocos, se encargaron de darle las formas urbanísticas que la compusieron y hoy la constituyen.
La simpatía de sus ciudadanos, sus canciones. Sus naranjos y sus flores. Naranjos ya casi no hay, pero sus flores… Lapachos de distintos colores, inspiración de los pintores que los eternizaron en sus lienzos, cubren el paisaje de la capital paraguaya, llenando cielos y suelos de rosas, amarillos, blancos y otros caprichosos matices.
El tabebuia (lapacho), con sus variedades (t. Impetiginosa, t. serratifoliae, t.heptafillae, etc.) es originario de bosques, donde crecen primero los primarios (je, je...), árboles y arbustos verdes de crecimiento rápido y vida efímera.
Luego, a su protección lo hacen los secundarios, de desarrollo un tanto más lento.
Y por último, los de madera dura y de tronco bien recto, terciarios, que crecen abriéndose paso en dirección al sol que está por allá arriba, encima de las copas que lo protegieron cuando apenas era un retoño. Y tardaron más en crecer y son madera más fuerte.
El Lapacho es pues de crecimiento terciario y al principio es un árbol de sombra. Su hábitat implica convivencia con otras especies con las que se ayudan mutuamente para soportar las inclemencias, el viento y las lluvias. ¿Ya pillaste porqué se caen tantos lapachos con las tormenta ciudadanas?
Tuvo que soportar explotación irracional en los bosques convirtiendo su madera en estructuras, vigas, tirantes, mesas, sillas y roperos. Paseó sus bellas vetas por los pisos de las más requintadas y monárquicas arquitecturas.
El árbol humillado dice Herib Campos Cervera en su poema “Un puñado de tierra”
Hoy emerge por encima de los tejados, conviviendo con columnas y cables electrizados. Tiene que sobrevivir plantaciones en suelo de cemento sin drenaje natural, podas irracionales, desgajo de tormentas y de vándalos, humo, hollín, monóxido, bocinazos, frenadas y choques. Y aun después de ser lastimado nos ofrece su exuberancia.
¿Y el equilibrio ecológico? Bien gracias, o todo mal ¡qué sé yo!
El medioambiente tiene a un lado de la balanza al hombre, su gusto y sus necesidades. Casi todo depredación y generación de residuos. En el otro platillo lo demás, naturaleza, plantas, prados, animales, sobre todo el aire, la atmósfera, el sol y las lluvias… el agua.
No podemos mantener algunas especies, justo donde proyectamos el baño y dormitorio.
¿Y qué se puede hacer cuando construimos nuestras arquitecturas y ciudades?
Pues pensar en nuestros hijos y su hijos, mitigar el impacto negativo, no cubrir suelo con pisos áridos, plantando pastos y sobre todo plantando más árboles, muchos más, 10, 20, 100 veces más que los que nos vemos obligados a tumbar por imperio de la funcionalidad urbanística. Las mudas no son caras. En cualquier parte, en las esquinas de nuestros terrenos, en la vereda, en la plaza cercana o lejana, en nuestras casas de campo.
Plantá lapachos, con otras especies. Nuestros hijos y el planeta te lo agradecerán.
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