12-01-2022

El legado de Richard Rogers

 
Richard Rogers, el reconocido arquitecto británico, falleció el pasado 18 de diciembre en su casa de Londres. Tenía 88 años. 
 
Con sorprendentes diseños como el Centro Pompidou de París, la Cúpula del Milenio de Londres, y el edificio del Lloyd’s de Londres, el Sr. Rogers marcó el rumbo de la arquitectura. 
 
Cuando se le concedió el Pritzker, en 2007, el jurado citó su “interpretación única de la fascinante idea del Movimiento Moderno sobre el edificio como máquina” y dijo que había “revolucionado los museos, transformando lo que antes eran monumentos de élite en lugares populares de intercambio social y cultural, entretejidos en el corazón de la ciudad”. 
 
Sin embargo, tuvo sus críticos, sobre todo al principio. Un día lluvioso de 1977, el Sr. Rogers estaba de pie en una calle de París admirando el Centro Pompidou, que estaba a punto de abrirse -entonces una estructura muy criticada que había diseñado con el arquitecto italiano Renzo Piano- cuando una mujer elegantemente vestida le ofreció refugio bajo su paraguas. Ella le preguntó si sabía quién había diseñado el edificio. Cuando él anunció con orgullo: “Señora, fui yo”, rememora en sus memorias de 2017, la mujer le golpeó en la cabeza con el paraguas y se retiró. 
 
Seis años antes, Rogers y Piano se habían presentado a un concurso para diseñar ese centro cultural, sobre un aparcamiento mugriento en un barrio conflictivo. Con una plaza a nivel de la calle e interiores flexibles para albergar una biblioteca, una galería de arte y un escenario musical, el edificio (que lleva el nombre del expresidente francés Georges Pompidou) pretendía ser un animado foro para la vida pública, más que un mausoleo de la alta cultura.  
 
Después de ganar el concurso, hubo una oposición constante a su diseño, que muchos condenaron como una profanación del horizonte de París. La heredera de un destacado artista juró que prefería quemar los cuadros antes que colgarlos allí.  
 
Cuando finalmente se inauguró el Centro Pompidou, en enero de 1977, las críticas fueron dispares - “París tiene su propio monstruo”, declaró Le Figaro, “como el Lago Ness”-, pero el público lo adoró, y formaba largas colas cada día para visitarlo. Ese año, el edificio recibió a siete millones de visitantes, más de los que acudieron al Louvre y a la Torre Eiffel juntos.  
 
Richard George Rogers nació el 23 de julio de 1933 en Florencia. Era nieto de un dentista inglés. Su padre, Nino, era médico y anglófilo; su madre, Dada, era hija de profesionales de la construcción. Culta y políticamente progresista, la familia huyó de la Italia fascista en 1939 y se trasladó a Inglaterra con la llegada de la guerra a Europa.  
 
En ese momento el mundo de Richard, según escribe en sus memorias, pasó del color al blanco y negro: Londres estaba sumergido en la bruma de la quema de carbón. Su padre trabajaba en una clínica para tuberculosos, y su madre trabajaba con él. Cuando ella cayó enferma y se fue a recuperar a los Alpes, Richard, de 6 años, fue enviado a un internado. Disléxico y extraño para sus compañeros, fue maltratado e intimidado. Su problema de aprendizaje no se entendía en aquella época, según él, se le consideraba estúpido. 
 
Después de la escuela, se alistó en el ejército británico y sirvió dos años en Trieste, durante los cuales pasó un tiempo con un primo, Ernesto Rogers, célebre arquitecto y urbanista, y trabajó en su oficina de Milán. Tras un año en la escuela de arte, se matriculó en la Architectural Association School of Architecture de Londres. 
 
En su tercer año, conoció a Su Brumwell, una estudiante de sociología, y se casaron en 1960. La pareja luego se trasladó a Connecticut para estudiar en Yale: el Sr. Rogers con una beca Fulbright para estudiar arquitectura y la Sra. Rogers para estudiar urbanismo. Allí conocieron a Norman Foster, un compañero de estudios, con el que se hicieron rápidamente amigos y, más tarde, colaboradores.  
 
El Sr. Rogers decía que sus edificios estaban diseñados tanto para el disfrute de los que pasaban por allí como para sus usuarios. Su edificio del Lloyd’s de Londres, terminado en 1986, es una de esas maravillas. Otras de sus obras más destacadas son el palacio de justicia de Burdeos (Francia), y la Terminal 4 del aeropuerto de Madrid- Barajas, terminada en 2005. La Cúpula del Milenio, en el sureste de Londres, no fue tan querida. El Príncipe Carlos, un viejo crítico del modernismo, lo describió como una “monstruosa mancha”.  
 
El Sr. Rogers era un campeón de la sostenibilidad: su edificio de la Asamblea Nacional en Cardiff (Gales), redujo a la mitad el consumo de energía del Parlamento galés. Defendió los desarrollos compactos y la vivienda asequible y equitativa, así como las ciudades sin coches. Durante casi una década fue el principal asesor del alcalde de Londres en materia de arquitectura y urbanismo. En 1991 fue nombrado caballero.  
 
La ideología de Rogers se extendió a su práctica. En Rogers Stirk Harbour + Partners, una empresa londinense con una plantilla de 160 personas, cada empleado participa en los beneficios de la empresa, además un porcentaje de las ganancias es donado a caridad. Se retiró en 2020.  
 
Su legado son sus edificios, por supuesto, pero también la idea de que el modernismo no tiene por qué ser frío, o negarnos el placer visual. Le encantaba el color y quería que sus edificios inspiraran una conexión emocional y lo más importante de todo, quería que el urbanismo fuera una fuerza positiva: trabajó toda su vida para que las ciudades fueran lugares cívicos, no sólo colecciones de edificios inconexos.  
 
 

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