La labor del religioso Braulio Maciel en Paraguay siempre ha estado ligada a los pobres, los humildes y los más vulnerables. Es por ello que su muerte, el pasado 10 de mayo a los 80 años, movilizó el corazón de quienes lo recordaban como un auténtico defensor de los campesinos en el país sudamericano.
Gracias a él fue posible la fundación, en la década del 60, de varias comunidades de las Ligas Agrarias Cristianas, entidades que apostaban por el desarrollo agrícola y hasta con un rol protagónico contra la dictadura del político y militar Alfredo Stroessner, considerada la más sangrienta de Paraguay y que duró 35 años (1954-1989).
Fue durante ese período que mano a mano con las familias de Jejuí -Departamento de San Pedro- sostuvo una férrea resistencia, algo que generó que fuera a prisión por varios meses junto con otros miembros de la comunidad que fueron torturados.
“En el 70 se conformó la comunidad San Isidro del Jejuí, una comunidad social, que buscaba tener una distribución equitativa de los bienes y de todo lo producido”, recuerda Gregorio Gómez, uno de sus amigos más cercanos.
El 8 de febrero de 1975, la dictadura stronista desalojó, apresó y torturó a familias campesinas de la comunidad Jejuí, como parte de la desarticulación de la Ligas Agrarias Cristianas.
Era un asentamiento de unas 230 hectáreas que habían comprado legalmente.
En la ocasión, el padre Maciel incluso recibió un disparo en la pierna derecha y desde entonces vivió con la bala incrustada.
Las familias realizaron gestiones para recuperar sus tierras; sin embargo, en 1994, el ex Instituto de Bienestar Rural (IBR) las transfirió a Flora Rivarola de Velilla porque, supuestamente, realizó mejoras en el inmueble.
Desde entonces, los labriegos iniciaron un juicio de “Nulidad de Título y Obligación de Hacer Escritura Pública” a su favor. Diez años duró la causa y les dieron la razón en todas las instancias.
Su espíritu de lucha y defensa de los derechos humanos de aquellos que trabajaban por la tierra generó que su figura adquiera cada vez mayor estima entre los sectores más postergados.
En 2015 la propia Cámara de Senadores le había otorgado un reconocimiento especial por “por su destacada tarea evangelizadora entre las personas humildes, la defensa de los Derechos Humanos y el combate a la pobreza en el país”.
En las últimas horas la propia Conferencia Episcopal de Paraguay emitió un comunicado expresando condolencias por la muerte de Braulio Maciel.
“Su larga y fecunda vida al servicio de la Iglesia nos ha dejado un legado que nos compromete a seguir trabajando, sin cansancio, por los más carenciados y desamparados”, sostienen los obispos.
Aleteia/UH
11.05.18
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10.05.18
Aunque separadas por cinco años en el tiempo, las contundentes y criminales represiones conocidas como casos Jejuí y Caaguazú son de lo más emblemáticas que pudieron haber sufrido grupos campesinos por parte del gobierno de Stroessner.
Una noche de febrero de 1975, una fuerza militar de 2.000 efectivos a cuyo mando estaba el teniente coronel José F. Grau, atacó la comunidad rural de San Isidro de Jejuí, en el departamento de Concepción.
Dicha comunidad, centro de la coordinación de las Ligas Agrarias del norte, era para el régimen nada menos que un “campamento guerrillero” y fue salvajemente desmantelada por el ejército. En el ataque hirieron de bala el sacerdote Braulio Maciel, que servía en el asentamiento, y arrestaron a un obispo norteamericano, monseñor Roland Bordelon, que trabajaba para Cáritas. Otro norteamericano capturado ahí fue Kevin Cahalan, representante residente en el Paraguay de la Catholic Relief Service. Ambos sufrieron tratos inhumanos en prisión.
Por su parte, los pobladores varones fueron apresados en su mayoría y traídos a Asunción, mientras las mujeres y los niños permanecieron durante varios días cercados por los soldados.
Otro hecho que acentuó el terror fue el saqueo que llevaron a cabo las fuerzas militares en Jejuí. Desaparecieron unos 8 mil dólares que habían sido donados por Cáritas y se llevaron animales (15 vacas lecheras, 20 cerdos y 600 gallinas), frutos de la cosecha y hasta los enseres, herramientas, muebles y utensilios domésticos. Las casas fueron arrasadas y todos los labriegos expulsados. Tiempo después, el Instituto de Bienestar Rural vendió las tierras a otra gente. La experiencia comunitaria agrícola de Jejuí sucumbió destrozada.
Pocas semanas después, la barbarie hizo lo mismo con otras colonias: Acaray, en Alto Paraná, y Tuna, en Santa Rosa, Misiones. Tres pobladores de la primera murieron torturados en Investigaciones. En la segunda, varios misioneros españoles que enseñaban en la escuelita del lugar se vieron obligados a irse del país bajo un consabido cargo: comunistas.
Fuente
El último supremo: la crónica de Alfredo Stroessner de Bernardo Neri Farina (tercera edición/2003)