La base de investigación Comandante Ferraz de Brasil, que abrirá este mes, se encuentra en la punta de la Península Antártica y se dedicará a estudiar el cambio climático.
Los representantes de la comunidad científica y del gobierno de Brasil inauguraron en la Antártida la nueva base de investigación Comandante Ferraz, que reemplaza las instalaciones que se perdieron en el incendio del 2012. Con una superficie de 4500 metros cuadrados, casi el doble de la estación siniestrada, su costo aproximado asciende a 100 millones de dólares
Aunque las formalidades estén pendientes, en la nueva base ya se encuentran en curso diferentes investigaciones desde noviembre del 2019.
Los dos edificios de poca altura -cuyo diseño corresponde a la empresa brasileña de arquitectura Estudio 41- tienen laboratorios, asistencia operativa y alojamientos y podrían confundirse con un museo de arte o un hotel boutique. “Brasil es un país tropical, así que no estábamos habituados a estas condiciones”, señaló Emerson Vidigal, director del estudio de arquitectura.
Al hablar de “estas condiciones” se refería a temperaturas que descienden a 51 grados Celsius bajo cero y vientos que alcanzan los 160 kilómetros por hora.
A lo largo del siglo XX, la arquitectura en la Antártida fue un asunto práctico y en gran parte improvisado, que tenía por objeto resguardar del clima y mantener vivos a los ocupantes.
En 1959, el Tratado Antártico* destinó ese continente a la investigación. Desde entonces, los científicos han llegado en cantidades cada vez más grandes con necesidades cada vez más complejas.
La construcción en la Antártida, que por mucho tiempo perteneció al ámbito de los ingenieros, ahora atrae a arquitectos diseñadores que quieren trasladar la estética -al igual que la eficiencia, la durabilidad y el aprovechamiento de energía- a la zona más fría del planeta. “Como arquitectos, nos interesa la comodidad de la gente, así que nos propusimos crear un tipo de ambiente propicio para el bienestar”, comentó Vidigal.
Cuando en 1902 los exploradores británicos construyeron en el lugar una de las primeras estructuras permanentes, la aislaron con fieltro y la revistieron con madera. La cabaña era “tan fría y entraba tanto viento en comparación con el barco que, durante el primer año, nunca se habitó”, recordó Ernest Shackleton, uno de los miembros de la tripulación de esa expedición. Cuando la acumulación de nieve obstruía el paso por la puerta, el equipo utilizaba una ventana para entrar y salir.
Ese espíritu de improvisación continuó durante décadas. En 1956, la organización británica Royal Society fundó la base Halley, pero, para 1961, sus instalaciones habían quedado enterradas bajo la nieve y cerraron en 1968. La base Halley II que la remplazó fue reforzada con soportes de acero, pero su vida útil fue todavía más efímera, de 1967 a 1973. Halley III duró once años, Halley IV nueve y Halley V casi quince, y cada trabajo de reconstrucción fue una tarea costosa y complicada.
Cuando en el 2005 surgió la necesidad de construir una nueva base Halley, la Prospección Antártica Británica -que gestiona la ocupación del espacio del Reino Unido en el continente antártico- adoptó un enfoque novedoso y colaboró con el Real Instituto de Arquitectos Británicos (Riba) para patrocinar un concurso de diseño. La empresa ganadora, Hugh Broughton Architects, diseñó Halley VI para que durara al menos 20 años y que aparte de ser visualmente atractiva, la base ofrece un ambiente más cómodo para vivir y trabajar.
Está montada sobre pilotes hidráulicos, lo que permite que los operadores la eleven para sacarla de la nieve acumulada. Además, si es necesario mover toda la estación -que está asentada sobre una plataforma de hielo- se puede hacer gracias a unos esquíes que hay en la base de esos pilotes. Al respecto Broughton comentó; “Con anterioridad, estos proyectos solo pretendían ofrecer un resguardo del clima. Se les decía a los ingenieros: ‘Este es el clima, esta es la velocidad del viento, estas son las limitaciones’. Pero ahora estos proyectos pretenden usar la arquitectura como medio para mejorar tanto el bienestar como la eficiencia de la operación”.
Otros países ya se han sumado
En el 2018, España abrió una nueva base de investigación y contrató a la empresa de Broughton para diseñarla. Al igual que la Halley VI, la base española tiene una silueta marcada y sus edificios modulares están revestidos con paneles rojos de plástico reforzados con fibra.
Estos edificios no solo tienen que soportar algunas de las condiciones climáticas más extremas del mundo, sino que los materiales de construcción tienen que enviarse y armarse en las escasas doce semanas del verano. La mayoría de los proyectos se construyen paulatinamente en el transcurso de varios años.
Expedicionarios y aventureros: antes y después de un viaje a través de la Antártida
Cuando el Centro Nacional de Investigación Antártica y Oceánica de India decidió construir una nueva base de investigación, la empresa de arquitectura que eligió -la alemana Bof Architekten- ideó una manera para que la construcción fuera más eficiente. En vez de enviar a la Antártida contenedores de transporte llenos de materiales de construcción y luego regresarlos vacíos, los arquitectos integraron los contenedores de envío al diseño. “No es una de esas situaciones en las que despiertas y dices ‘quiero construir una base de investigación en la Antártida’, pero los arquitectos hicieron aportaciones importantes a estos proyectos”, comentó Bert Buecking, socio del estudio de arquitectura alemán.
Para Estados Unidos, la arquitectura en la Antártida es algo urgente. La estación McMurdo, la más grande de ese país del norte de América, se inauguró en 1956 como una base naval improvisada, creció de acuerdo con las circunstancias durante décadas y ahora hay que modernizarla.
“Con el fin de prepararse para el trabajo de campo, los científicos reciben capacitación en un edificio, recogen el equipo para el campo en otro, reciben una motonieve en otro edificio y le ponen combustible en otro sitio”, dijo Ben Roth, gerente de proyectos de Antarctic Infrastructure Modernization for Science, el programa de la Fundación Nacional para la Ciencia (NSF, por su sigla en inglés) que modernizará la base McMurdo durante la próxima década.
Roth calificó a los edificios existentes como “acaparadores de energía”, y otros funcionarios de Estados Unidos creen que eso genera problemas adicionales para la investigación científica en la estación. “Cuanto más gastamos para mantener en funcionamiento el edificio, menos recursos tenemos para mandar a los investigadores al área”, afirmó Alexandra Isern, directora del Departamento de Ciencias de la Antártida en la NSF.
Fuente
www.nytimes.com