Edición N° 436 - Agosto 2019

La historia oculta del omnipresente y mal querido concreto

 
  • La Ópera de Sidney

  • Panteón de Agripa. Antiguo templo romano.

  • Los ladrillos se pueden volver a usar; el hormigón, no. Sólo puede reducirse a escombros.

  • En 1867, al jardinero francés Joseph Monier, insatisfecho con la gama de macetas que había en oferta, se le ocurrió la idea de hacerlas de concreto, reforzadas con mallas de acero. Desde entonces se viene plantando acero en el concreto.

 

El material de Tim Harford y Ben Crighton, corresponde a la Serie: 50 cosas que hicieron la economía moderna publicado por la BBC en su sitio web

No muchos lo admiran por su belleza, pero llevamos milenios haciendo hermosuras -y esperpentos- con él.

Hace casi 20 años, a las familias pobres del estado de Coahuila en México les ofrecieron una inusual dádiva. No era un lugar en una escuela, ni una vacuna, ni maíz para tortillas. Ni siquiera era dinero. Era 150 dólares en cemento mezclado.

Empleados del programa social Piso firme recorrían las vecindades más humildes en mezcladoras móviles de hormigón, se detenían frente a los hogares de las familias necesitadas y vertían la espesa mezcla directo en la sala.

Luego, le mostraban a los ocupantes cómo esparcir y alisar la superficie y se aseguraban de que supieran cuánto tiempo dejarla secar.

Cuando los economistas estudiaron el programa encontraron que el concreto había mejorado dramáticamente la educación de los niños.

El programa pasó a llamarse Techo y piso firme, y continúa en pie.

 

¿Cómo?

Antes de la llegada del hormigón, los pisos eran de tierra, en la que prosperaban los gusanos parásitos. Estos propagaban enfermedades que atrofiaban el crecimiento de los chicos y hacían que faltaran al colegio.

Como es mucho más fácil mantener limpios los pisos de concreto, los niños estaban más saludables y sus calificaciones mejoraron.

Vivir en un piso de tierra es desagradable por muchas otras razones: los economistas también notaron que los padres que vivían en los hogares participantes estaban más felices, menos estresados y menos propensos a la depresión.

 

Sin duda, 150 dólares bien invertidos

En el 2000, el gobernador de Coahuila Enrique Martínez y Martínez lanzó el programa Piso Firme

Para el 2005 más de 34.000 casas tenían piso de concreto

El presidente Felipe Calderón lo adoptó para más áreas de México

Para el 2012 el número total de pisos de cemento instalados había alcanzado 2,7 millones

En el 2006 una evaluación independiente reveló que los niños de menos de 6 años tenían menos parásitos, 13 por ciento menor prevalencia de diarrea y 20 por ciento menos anemia que los de hogares que no participaron en Piso Firme.

Los niveles de depresión y estrés percibido de las madres se redujeron en un 12,5  y 10,5 por ciento respectivamente.

 

Su marcada huella

Más allá de las vecindades pobres del estado de Coahuila, la reputación del hormigón es menos halagadora.

Definitivamente, no es verde.

El concreto se ha convertido en un sinónimo de descuido ecológico: es hecho con arena, agua y cemento, y para producir este último se gasta mucha energía; el proceso además libera dióxido de carbono, un gas de efecto invernadero.

Eso no sería tan problemático en sí -al fin y al cabo, la producción de acero necesita mucha más energía- excepto que el mundo consume vastas cantidades de hormigón: cinco toneladas por persona al año.

Como resultado, la industria del cemento emite tanto gas invernadero como la aviación.

 

Sí y No

Arquitecturalmente, el concreto se asocia con estructuras desalmadas: feos edificios de oficinas para burócratas provinciales; parqueaderos de múltiples pisos con escaleras que huelen a orines.

Sin embargo, también puede modelarse de maneras que a mucha gente le parecen hermosas, como la Ópera de Sídney (es puro concreto en todo su esplendor) y la Catedral en Brasilia de Oscar Niemeyer.

Quizás no es sorprendente que el hormigón provoque emociones tan confusas.

Su naturaleza misma es difícil de... concretar.

“¿Es piedra? Sí y No”, opinó el renombrado arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright en 1927.

“¿Es yeso? Sí y No. ¿Es un ladrillo o una baldosa? Sí y No. ¿Es hierro fundido? Sí y No”, continuó.

 

¿Es un gran material para construir? Sí y Sí

Y eso ha sido reconocido durante miles de años, tal vez incluso desde los albores de la civilización humana.

Existe la teoría de que los primeros asentamientos, la primera vez que humanos se reunieron con otros que no fueran sus familiares -hace casi 12.000 años en Göbekli Tepe en el sur de la que hoy es Turquía- fue porque alguien había descubierto cómo hacer cemento, y por ende concreto. (La historia del concreto de Nick Gromicko y Kenton Shepard).

Ciertamente hace más de 8.000 años lo usaban comerciantes del desierto para hacer cisternas subterráneas secretas; algunas de ellas aún existen en Jordania y Siria.

Los micénicos (civilización micénica) hacían tumbas de hormigón hace más de 3.000 años, aquellas que aún se pueden visitar en el Peloponeso, Grecia.

Ha estado con nosotros siempre.

Y los romanos lo tomaban muy en serio.

Usando cemento natural que encontraban en los depósitos de ceniza volcánica en Puteoli (nombre en latín -que significa pocitos- de la hoy Pozzuoli), cerca de Pompeya y el Monte Vesubio, construyeron sus acueductos y sus baños con concreto.

Si vas al Panteón en Roma, que pronto celebrará su cumpleaños número 1900, dirige tu mirada hacia arriba para admirar el que por muchos siglos fue la cúpula más grande del planeta.

Lo que verás es concreto. Es sorprendentemente moderno.

 

Lleno de contradicciones

Muchos edificios romanos de ladrillo desaparecieron hace tiempo, pero no porque los ladrillos mismos se deterioraron. Fueron despedazados, para usarlos en construcciones más modernas.

¿El concreto del Panteón? Una de las razones por las que ha sobrevivido por tanto tiempo es porque su estructura de concreto sólido es absolutamente inútil para cualquier otro propósito.

Los ladrillos pueden volverse a usar; el hormigón, no. Sólo puede reducirse a escombros.

Y la posibilidad de que eso suceda depende de cuán bien lo hicieron. El concreto mal hecho -demasiada arena, muy poco cemento- es una trampa mortal en un terremoto.

Pero si está bien hecho es impermeable, resistente a las tormentas y el fuego, fuerte y barato.

Esa es la contradicción fundamental del concreto: es increíblemente flexible cuando estás haciendo algo, totalmente inflexible una vez que terminaste de hacerlo.

En las manos de un arquitecto o un ingeniero, el hormigón es un material extraordinario: se puede verter en un molde, hacer que fragüe para que quede delgado, tieso y fuerte en casi cualquier forma que quieras.

Puede ser teñido o gris; puede ser áspero o liso como el mármol.

Pero en el momento en el que la construcción termina, la flexibilidad también: el concreto curado es un material terco e inconmovible.

Hay que asegurarse de hacerlo bien, es irreversible.

 

Ideas indestructibles

En un millón de años, cuando nuestro acero se haya oxidado y nuestra madera se haya podrido, hay al menos la posibilidad de que nuestras creaciones en concreto estén de pie.

Quizás por ello también se asocia con arquitectos arrogantes y clientes autocráticos; gente que cree que sus visiones son eternas, no algo que quizás requerirá de desconstrucción y reconstrucción a medida que el tiempo y las circunstancias cambian.

En 1954 el entonces líder soviético Nikita Khrushchev pronunció un discurso de dos horas alabando al hormigón, y proponiendo sus ideas para estandarizarlo aún más.

Quería “un sólo sistema de construcción para todo el país”.

No extraña que muchos pensemos que el concreto es algo que se le impone a la gente, no algo que escogemos.

 

Defecto fatal

Si bien el concreto dura para siempre, muchas de las estructuras de concreto que estamos construyendo hoy serán inservibles en cuestión de décadas.

Hace más de un siglo hubo una mejora revolucionaria en el hormigón, pero es una mejora con un defecto fatal.

En 1867 un jardinero francés, Joseph Monier, estaba insatisfecho con la gama de macetas que había en oferta.

Se le ocurrió la idea de hacerlas de concreto, reforzadas con mallas de acero. No fue el primero, pero fue quizás el que más promovió el sistema.

Desde entonces se viene plantando acero en el concreto.

Menos de 20 más tarde, la elegante idea del hormigón armado o reforzado fue patentada, y le permitió a los ingenieros usar menos acero y concreto.

130 años después, sigue funcionando igual de bien: el concreto armado es mucho más fuerte y práctico, puede abarcar brechas más grandes, permitiéndole al hormigón elevarse en forma de puentes y rascacielos.

El problema es que es su calidad es inferior de manera que el agua se filtra por diminutas grietas y oxida el acero.

 

Destrucción a gran escala

Ese proceso ya está destruyendo la infraestructura de países grandes y pequeños.

De ahí la carrera contrarreloj en la que hay una plétora (abundancia excesiva) de planes para hacer que el concreto dure más tiempo.

Van desde tratamientos especiales para prevenir que el agua llegue al acero hasta concreto que se sana a sí mismo pues está lleno de bacterias que secretan piedra caliza para sellar las grietas.

También se están haciendo esfuerzos para evitar que la producción de cemento sea tan dañina.

No obstante, hay muchas cosas que podríamos estar haciendo entretanto con la sencilla y confiable tecnología que ya tenemos.

¿Por qué no aprovecharlo para que nos alegre la vida?

Cientos de millones de personas en todo el mundo viven en casas con pisos de tierra; esos son cientos de millones de personas cuyas vidas podrían mejorar con un programa como Piso Firme de México.

Otros estudios han mostrado las grandes ventajas de pavimentar las calles en zonas rurales. En Bangladesh, no sólo incrementó la asistencia escolar sino que aumentaron la productividad agrícola y los salarios de los trabajadores.

 

Fuente
www.bbc.com

 

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