Considerado como uno de los últimos grandes maestros de la arquitectura moderna y creador de la polémica (en su momento) y hoy icónica pirámide de cristal del Louvre (museo), el arquitecto chino estadounidense se suma a otros célebres arquitectos cuyo ciclo de la vida se truncó alrededor de los 100 años. Óscar Niemeyer, el prestigioso arquitecto brasileño murió a los 105 años; Philip Johnson llegó casi a los 100; el también estadounidense Frank Lloyd Wright murió con 92 años. Y Pei, que el 26 de abril había celebrado su 102 cumpleaños rodeado de su familia, falleció casi un mes después en su casa de Nueva York.
Todos ellos han mostrado su pasión por la arquitectura diseñando y proyectando hasta casi el final de sus días. Esa pasión que ha movido sus vidas y llevado a trabajar hasta el final, según estudios realizados en importantes universidades del mundo, es lo que les llevó a la longevidad.
IM Pei dotó a la arquitectura moderna -vilipendiada por su frialdad y su falta de ornamentación- de vida cálida y de una escala humana no reñida, paradójicamente, con el carácter monumental de muchas de sus obras.
IM Pei nació en la provincia china de Guangzhou en 1917 en el seno de una familia acomodada, su padre era un destacado banquero de China. En 1935 viajó en barco de Shanghái a San Francisco, desde donde cruzó todo Estados Unidos para llegar a Filadelfia y estudiar arquitectura en el Instituto de Tecnología de Massachusetts donde se graduó. Entre 1945 y 1948 amplió su formación enseñando en Harvard como profesor adjunto bajo la tutela de dos famosos arquitectos europeos, Marcel Breuer, líder del movimiento de Bellas Artes, y Walter Gropius fundador de la Bauhaus. A raíz de ello se lo considera como uno de los sucesores americanos de los grandes maestros de la arquitectura europea.
Ming significa en chino to inscribe brightly (inscribir brillantemente), un nombre que resultó profético para este, justamente, brillante arquitecto que a lo largo de su carrera ha construido más de 50 proyectos en todo el mundo, caracterizados por sus marcadas líneas geométricas y la eficiencia funcional -influencia de Walter Gropius- y por sobre todo el uso de llamativas soluciones estructurales como en el Morton H. Meyerson Symphony Center.
Pei se naturalizó estadounidense en 1954, cuando su familia quedó en ruinas debido a la revolución comunista y su regreso a China se complicó.
Los museos, edificios municipales, hoteles, escuelas y otras estructuras que el longevo arquitecto construyó en todo el mundo mostraron una geometría de precisión y una calidad abstracta con una reverencia por la luz. Estaban compuestas de piedra, acero y vidrio y a menudo trabajaba pirámides de cristal, las cuales le apasionaban.
La construcción del Mile High Center en Denver, Colorado (1956) fue su primer gran encargo de una larga serie, que incluyó entre otros al Centro Nacional de Investigaciones Atmosféricas en Boulder, Colorado y la Torre John Hancock, en Boston, el Museo de Arte de Everson de Syracuse (Nueva York), el Centro de Arte Des Moines (Iowa), el Ayuntamiento de Dallas y el Pabellón Guggenheim del Hospital Moint Sinai de Nueva York.
En 1982 aceptó -tras consultar a su padre- edificar la nueva sede del Banco de China en Hong Kong. Concibió una torre de 315 metros de alto de estructura en triángulos, que se convertiría en uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad portuaria.
El arquitecto dejó igualmente su marca en Berlín, donde construyó un anexo muy audaz del Museo Histórico Alemán, inaugurado en 2003.
Tan tozudo como humilde, Pei se obcecó en colocar las racionales líneas rectas del modernismo arquitectónico en los lugares más inesperados.
Proveniente de una cultura milenaria, el valor de la historia ocupa un lugar importante en algunas de sus obras como el Louvre de París y Museo de Arte Islámico de Doha.
La renovación del patio de entrada a las galerías principales del museo parisino fue el proyecto mas provocador; un encargo del expresidente François Mitterrand, en 1983.
El Louvre era “el mayor desafío que un arquitecto puede enfrentar”, dijo Pei, que nunca había construido nada en un lugar tan cargado de historia. “Basta con posar los ojos en el edificio para sentir la presencia del pasado, el espíritu del lugar”, dijo.
El maestro se inspiró en su propia creación en Washington, que tiene cinco pirámides de vidrio ante su puerta principal que sirven además de cristaleras para el techo del subterráneo. Así nació la pirámide del Louvre, su obra universal.
La reacción fue furibunda. La polémica fue monumental, y un shock para el arquitecto, sorprendido por la violencia de las reacciones, que rozaban a veces la xenofobia. A Mitterrand se le apodó desde entonces el “faraón”, por aceptar semejante sacrilegio en el corazón de París. El diario The New York Times resumió así las críticas en un artículo publicado en 1985: “Es una broma arquitectónica, una monstruosidad, la imposición anacrónica de los monumentos funerarios egipcios en pleno París, una locura megalómana impuesta por el señor Mitterrand que se comporta, según sus enemigos, como un monarca que ha pasado por las urnas”. Hoy es uno de los monumentos más visitados de la ciudad, tan importante para la historia francesa como para que Emmanuel Macron diera ante él su discurso de victoria en las elecciones presidenciales del 2017.
Sobre la agresiva actitud que provocara la intervención modernísima en un edifico que encarna el clasicismo, dijo en su momento: “Me encuentro con personas que hablan de Luis XIV como si hubieran cenado con él la víspera. Si fuera únicamente norteamericano no lo comprendería, pero afortunadamente la cultura china es muy vieja y puedo entenderlo”.
“El nombre de Ieoh Ming Pei es indisociable del monumento que concibió, uno de los más emblemáticos de nuestra capital”, escribió el ministro francés de Cultura, Franck Riester, recordando los festejos del 30 aniversario el pasado 29 de marzo, en los que participó el hijo del creador, Chien Chung Pei.
Para llevar a cabo el proyecto de Doha, Pei se embarcó en un viaje de preparación de seis meses visitando las obras maestras de la arquitectura islámica, desde la Alhambra de Granada hasta las mezquitas de El Cairo para buscar inspiración.
“El islam era una religión que no conocía así que estudié la vida de Muhammad”, dijo al periódico The Times.
La última gran creación del maestro, a los 82 años, es una síntesis de sus seis décadas en activo: el conjunto poliédrico que domina el horizonte de Doha, la capital de Qatar, y alberga la colección de arte islámico del emirato. Inaugurado en el 2008, es un testamento idóneo de Pei porque el edificio se impone sin esfuerzo a los anodinos rascacielos que se alzan frente a él al otro lado de la bahía. Como en otras ocasiones, no necesitó más que unir el mármol en líneas rectas para crear un lienzo en el que se refleja todo lo que hay a su alrededor. Tanta sencillez sólo la pudo destilar un genio, elogian los entendidos.
El Museo está situado en una isla artificial en un extremo de la Bahía de Doha rodeado por un malecón curvo. Ocupa un área de 35.000 m² más un edificio con fines educativos que tiene otros 2.700 m².
No es tan emblemático como la celebrada pirámide de cristal del Louvre en París, pero hay un edificio ideado por I.M. Pei que simboliza como pocos la excepcional habilidad con la que este arquitecto transformó el panorama artístico mundial.
En 1968 recibió el encargo de diseñar un edificio para albergar las colecciones de arte moderno en el anexo de la Galería Nacional de Washington (Edificio Este). No podía haber proyecto más complejo: un nuevo museo en una parcela con forma trapezoide, a las faldas mismas del Capitolio y su gigantesca cúpula neoclásica y rodeado de edificios o bien neogriegos, como el edificio principal de la Galería Nacional, o bien directamente funcionalistas, como el museo de la Nasa.
Pei decidió que emplearía aquella oportunidad de oro para elevar la arquitectura modernista al panteón que merecía. Con mármol rosado extraído de las mismas canteras de Tennessee -igual que el edificio Oeste firmado por el arquitecto estadounidense John Russell Pope en 1941- Pei apuesta por formas rotundas y angulares alrededor de un patio triangular que, cuando abrió al público en 1978, provocó el éxtasis de los críticos. De acuerdo con el New York Times, Ada Louise Huxtable, la principal crítica de arquitectura del periódico en ese momento, lo calificó como el edificio más importante de la era.
En su dilatada carrera, Pei fue artista casi a su pesar. No pudo -o no quiso- introducir su nombre en la cultura popular como lo han hecho Frank Gehry, Zaha Hadid, Renzo Piano o Frank Lloyd Wright. Tuvo seguidores y detractores, pero no despertó las pasiones de un Le Corbusier o un Santiago Calatrava. Nunca filosofó sobre su visión de la arquitectura y el arte.
Rechazó las etiquetas de modernista o posmodernista. No hizo política. Sólo diseñó edificios.
De proyecto en proyecto, en 1965 su camino se cruzó con el de Jackie Kennedy, que buscaba alguien que diseñara en Boston la biblioteca y museo en honor de su malogrado marido. Pei compartía con John F. Kennedy el año de nacimiento, lo que le dio a la viuda la corazonada de que era el arquitecto adecuado. El resultado de aquel encargo es la primera gran aportación de Pei al mundo del arte, una obra patentemente inspirada en las creaciones de Óscar Niemeyer en Brasilia pero que anticipa ya su preferencia por los ángulos agudos y la mezcla de mármol y cristal.
La personalidad de Pei quedaría imprimida en edificios que abarcan desde lo más elevado, como el rascacielos del Banco de China en Shanghái, a creaciones más evidentes y complacientes, como el Salón de la Fama del Rock and Roll en Cleveland, un museo a la música moderna que se alza en torno a una gran pirámide de vidrio y resiste medio olvidado en uno de los centros urbanos más depauperados del medio oeste norteamericano. Completado en 1995, fue inspirado por una serie de viajes a conciertos de rock de la mano de Jann Wenner, editor de Rolling Stone, para comprender el alma de un arte que no le gustaba demasiado.
Muchas de las obras de Ieoh Ming Pei se han convertido en estructuras icónicas e influyentes, lo que refleja un énfasis en la geometría de precisión, las superficies lisas y la luz natural.
Coronaron la larga trayectoria y la extensa producción arquitectónica del último maestro modernista los más importantes premios de arquitectura como el Pritzker cuyo jurado dijo que él había “dado a este siglo algunos de sus espacios interiores y formas más bellos”, la Medalla de Oro del AIA, la Medalla de Oro del Riba y el Praemium Imperiale, otorgados entre otras distinciones.
Usó los 100.000 dólares del Premio Pritzker para iniciar un fondo de becas para estudiantes chinos para estudiar arquitectura en los Estados Unidos.
Solicitado en todos los continentes, no olvidó nunca sus raíces. “Nací en China. Allí recibí lo esencial de mi educación”, expresó Pei para quien el diseño de grandes estructuras públicas requiere una conciencia del pasado, pero también el valor para explorar. “Creo que la arquitectura es un arte pragmático. Para convertirse en arte, se debe construir sobre una base de necesidad”.
Fuentes
www.bbc.com
www.abc.es
www.tribuna.com.mx
www.efe.com
www.infobae.com