Edición N° 417 - Enero 2018
Las chabolas “vecinas” al presidente de Paraguay
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Vista de la Chacarita
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La casa de Cecilia Oviedo, de 60 años, es una de esas que están en un limbo legal, pese a que lleva en ella más de cuatro décadas. “Mi marido [en la imagen] nació aquí y somos felices en el barrio, nos parece bien que se mejore, pero sin que nos echen”.
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No hay mejor forma de comprender lo acuciante de un cambio que paseando por la Chacarita
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Cada pocos metros del barrio, arroyos atestados de basura separan las edificaciones y fluctúan según las lluvias derribando viviendas o aumentando la distancia entre ellas.
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Para salir a trabajar, Laura Quiñones tiene que bajar por una precaria escalera de madera, que conduce a una cornisa de menos de medio metro de anchura; esta da a un camino que lleva a un puente sobre un arroyo plagado de basura.
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Un cuarteto de planes financiados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) inyectarán 340 millones de dólares para que Asunción deje de dar la espalda a su bahía.
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Según el censo, el 37 por ciento de las viviendas de la Chacarita Alta están en lugares con riesgo de deslizamiento. Los barrancos son utilizados como vertederos de basura a cielo abierto.
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La asociación Hábitat por la Humanidad está trabajando en la zona para que, en la medida de lo posible, todos los cambios sean consensuados con la comunidad.
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Vista de la Chacarita desde el antiguo edificio de la sede parlamentaria, en pleno centro de Asunción.
El periodista Pablo Linde, corresponsal para América Latina de la sección Planeta Futuro del diario español El País, publicado el pasado mayo, se refiere a los proyectos que existen para recuperar la bahía de Asunción, depositaria de las aguas fecales provenientes del palacio presidencial y del barrio aledaño
Los desechos del presidente de la República del Paraguay y los de los vecinos del modestísimo barrio de La Chacarita van a parar al mismo sitio: la Bahía de Asunción. No es raro; el palacio presidencial y este asentamiento semichabolista están a solo unos metros de distancia. La capital del país tiene una curiosa relación con un accidente geográfico que podría ser el alma de la ciudad: no solo defeca literalmente en él, sino que también, de una forma metafórica, le da la espalda.
Hasta hace no mucho, entre la bahía y la ciudad solo había una explanada. Un trozo de tierra que solo servía para inundarse cuando las lluvias torrenciales que con frecuencia complican la vida a los asuncenos hacían desbordar el agua. A menudo esto obliga a desalojar de sus viviendas a los habitantes de la zona más baja de la Chacarita. La construcción de la costanera, en 2013, fue el primer paso para que Asunción se gire hacia su bahía; es una carretera que la bordea junto a algo parecido a un paseo marítimo. Pero para que este proceso continúe y se complete hay un requisito imprescindible: dejar de verter aguas residuales sin tratar.
Es el principal reto que tiene el entorno urbano más grande de Paraguay: en el área metropolitana de Asunción viven casi dos de las siete millones de personas que habitan el país. No hay un único plan para revertir esta situación. Se necesita crear o mejorar los desagües, construir plantas depuradoras, dar un uso ciudadano a los alrededores de la bahía, completar una mejora integral del barrio de la Chacarita… Todo, en un país que encabeza el grupo de cola en cuanto al índice de desarrollo humano en América Latina: ocupa el decimocuarto lugar de 20. Para conseguirlo, un cuarteto de planes financiados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) inyectarán 340 millones de dólares (unos 312 millones de euros).
No hay mejor forma de comprender lo insostenible de la situación actual que paseando por la Chacarita. Es uno de los asentamientos más antiguos de la ciudad, el lugar que la mayoría de los habitantes de Asunción no pisan por miedo a que les pase algo -lo cierto es que no es nada recomendable a partir de ciertas horas del día- pero que está en su mismo corazón. La zona alta de este poblado, como suele suceder con todas las zonas altas, incluso en los barrios de favelas, es la más privilegiada. A ellos las inundaciones no suelen obligarles a abandonar sus casas. En la baja lo tienen más complicado, y no es raro que una vez al año tengan que reasentarse en otros lugares por la crecida del río. Toda ella, alta y baja, son un entramado de casas en lugares inverosímiles a las que se llega por caminos imposibles para cuyo acceso hay que pasar en ocasiones por la morada de los vecinos. Cada pocos metros, arroyos atestados de basura separan las edificaciones y fluctúan según las lluvias derribando viviendas o aumentando la distancia entre ellas.
Según el censo, el 37 por ciento de las viviendas de la Chacarita alta están en lugares con riesgo de deslizamiento y el 59 por ciento de las viviendas declararon que eliminan aguas residuales en los barrancos. Además, los camiones de basura no pueden acceder a la mayoría de sus rincones, con lo cual tampoco quedan muchas alternativas a los vecinos a la hora de despojarse de sus residuos.
Los habitantes de la Chacarita viven, sin embargo, en una ubicación privilegiada dentro de la capital paraguaya, así que están dispuestos a escuchar las mejoras que les proponen, pero casi siempre manteniéndose en el barrio. Algunos seguramente no tendrán esa suerte y habrán de ser realojados en otros lugares conforme la rehabilitación de la zona vaya avanzando. A pesar de que allí viven más de 3.000 personas, en el catastro es una gran zona en blanco que pareciera mostrar un área desierta, cuando lo que delata es su carencia de formalidad.
La casa de Cecilia Oviedo, de 60 años, es una de esas que están en un limbo legal, pese a que lleva en ella más de cuatro décadas. Algunas de su barrio están hechas de ladrillo, pero la suya es de madera y chapa. Para salir a la ciudad, es necesario bajar por una precaria escalera de madera, que conduce a una cornisa de menos de medio metro de anchura; esta da a un camino que lleva a un puente sobre un arroyo plagado de basura que presenta en su recorrido casi más huecos que tablas para caminar. Es el camino que recorre cada día su nieta, Laura Quiñones, para ir a trabajar a una panadería. Como la mayoría en el barrio, esta familia vive de una parte de ingresos informales, que en su caso sacan vendiendo comida preparada, y otros formales, como los de Laura. Lo que tienen claro, pese a las precarias condiciones de vida, es que ellos no quieren moverse de allí. “Mi marido nació aquí y somos felices en el barrio, nos parece bien que se mejore, pero sin que nos echen”, reclama la sexagenaria.
La preocupación de algunos habitantes tiene que ver con el plan de mejora de las condiciones de vida del barrio; algunos viven en lugares que suponen un riesgo para sus vidas. La oenegé Hábitat por la humanidad está trabajando en la zona para que, en la medida de lo posible, todos los cambios sean consensuados con la comunidad. Olga Sanabria, representante de la organización, explica que el plan financiado por el BID contempla la titulación de la propiedad (regularizando 850 viviendas), el arreglo de los cauces, que hoy son un vertedero, la mejora de los accesos, de los servicios básicos (hoy casi inexistentes) y el reasentamiento de entre 140 y 240 familias que están en zonas inundables o de paso. “Estamos terminando el censo, después haremos un proceso participativo para el que nos está ayudando la ciudad de Medellín, que ya tiene experiencia en contar con la ciudadanía para sus cambios. Será después de hablar con la comunidad cuando comencemos a proponer respuestas, que esperemos puedan estar listas en 2021”, explica.
Aunque la necesidad de la mejora de los saneamientos y del propio barrio de la Chacarita es una reclamación unánime, no todo el mundo está de acuerdo en cómo ejecutarla. La ingeniera Mercedes Canese, asesora de la coordinadora de organizaciones sociales y comunitarias de Los Bañados (a la que pertenece la Chacarita), es una de las voces discordantes: “La crítica no es a que se haga un proyecto de embellecimiento del barrio. Es una obra que va a mejorar la vida de las personas. Lo que cuestionamos es que se gasten tantos recursos en un área no inundable en tanto que la gente que vive en zona baja va a seguir sufriendo. Con menos recursos se podría defender a toda la Chacarita de las inundaciones, especialmente la baja”. Según un estudio, con cinco millones de dólares, el proyecto de ampliación de la costanera podría incluir un sistema de prevención de inundaciones que preservaría la vida de los habitantes del asentamiento. “Existe una tradición, los vecinos no se quieren mudar a otros barrios lejos de su vida y sus trabajos; algo que costará mucho más dinero”, detalla.
Pero el Ministerio de Obras Públicas defiende todo el proyecto como un plan global para modernizar Asunción. Cynthia Yanes, coordinadora del proyecto de reconversión urbana, muestra una maqueta en la que además de las mejoras de la Chacarita se ve la construcción de toda un área administrativa y de viviendas frente a la bahía, en un lugar que hoy está prácticamente abandonado: seis torres con oficinas de gobierno, estación de metrobús, 1500 viviendas… “Queremos revitalizar el área de la bahía para que la ciudadanía pueda disfrutarla”, justifica.
El programa completo, todo lo que incluyen los planos de Yanes, es una proyección a una década. Mucho queda para que el área semivacía que tiene al lado la bahía sea un lugar moderno y de esparcimiento público: todavía ni siquiera se han iniciado muchos de los trámites administrativos necesarios para comenzar a trabajar. Lo primero es lo más básico: que deje de ser el vertedero de aguas fecales de la ciudad. Y para esto sí que existen planes en marcha. El equipo de ingenieros del BID responsable del acompañamiento técnico explica que las tres depuradoras que estarán a cargo de tratar, aproximadamente, el 60 por ciento de las aguas fecales estarán operativas en el 2020. Dos años después, otras dos se encargarán del 40 por ciento restante. Para entonces, todas las obsoletas canalizaciones y otras nuevas estarán preparadas para transportar las aguas fecales de toda Asunción; pero las heces ya no llegarán a la bahía.
Chabola: vivienda humilde hecha con materiales de desecho o de mala calidad que carece de condiciones de habitabilidad; generalmente está situada en zonas suburbiales sin urbanizar.
Fuente
Diario El País-Planeta Futuro