Edición N° 370 - Febrero 2014

Lo mejor que leímos

 

Por qué no debemos tolerar esta nueva barbarie

“Hemos de entablar un diálogo significativo con los creyentes antifanáticos para hacer frente al auge del fundamentalismo violento”, dice a modo de conclusión el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo, residente en Canadá, en su artículo publicado en el diario Clarín de Buenos Aires, el pasado 11 de enero.

El bárbaro e inhumano atentado contra periodistas y caricaturistas franceses inocentes de Charlie Hebdo -luego de incidentes como la masacre de Peshawar, el asesinato de yazidíes inocentes por parte del Estado Islámico y el secuestro de 172 mujeres por Boko Haram en Nigeria- ha creado una sensación de alarma y miedo al fanatismo religioso.
El temor al fanatismo religioso no es nuevo en nuestro mundo. Lo nuevo de estos ataques es que han adoptado la forma de una nueva barbarie.
Tomando en cuenta la larga y violenta historia del “fuste torcido de la humanidad”, Isaiah Berlin (politólogo e historiador de las ideas, considerado uno de los principales pensadores liberales del siglo XX), una vez dijo que lo más que podíamos esperar en un “horizonte moral común” era lo que denominaba una sociedad “mínimamente aceptable”.
¿Pero la mínima esperanza de Berlín es posible hoy? ¿Hay alguna manera de construir un mundo de diversidad y diálogo intercultural ante esta nueva política de odio universal que renuncia el reconocimiento del otro?
¿Por qué se está produciendo este alejamiento de la tolerancia en un mundo de multiculturalismo e integración global? ¿Por qué esta división cada vez más grande de la aldea global en bandos fundamentalistas que se gritan y se matan entre sí?
Todos buscamos alivio de las diversas formas de frustración que traen consigo la globalización y la yuxtaposición de culturas… y eso alimenta el ascenso del fundamentalismo y el terrorismo transnacional. Pero nosotros de ningún modo podemos tolerar el tipo de respuesta que vimos en París.
Los fanáticos y los fundamentalistas siempre se han rechazado unos a otros y han peleado entre sí. Cuando el fundamentalismo trata de imponer el sectarismo a través de la coerción y la violencia, invariablemente lleva al terrorismo. Cuando las personas creen ser dueñas de la verdad absoluta, acaban negando la existencia de los demás. Entonces ya no pueden distinguir entre el bien y el mal y por lo tanto son incapaces de establecer un modus vivendi entre diferentes valores.
El encontrar puntos en común sólo puede funcionar si compartimos lo suficiente como para comportarnos civilizadamente. Va de suyo que, aunque algunos judíos, musulmanes, cristianos e hindúes pueden ser terroristas, ninguna religión del mundo, mucho menos el islamismo, propone el terrorismo o impulsa a alguien a matar personas inocentes.
Es la politización de la religión y su ideologización lo que entraña el mayor peligro para la paz y la tranquilidad de nuestro mundo. Si el fundamentalismo, en todas sus diferentes formas, es afín a la violencia en su modo de pensar y sus métodos de acción, no puede esperar ser reconocido o tolerado por los demás. Como señaló la psicoanalista alemana Karen Horney: “Uno no puede pisar a la gente y ser amado por ella al mismo tiempo”.
Ante este estallido de barbarie -nacida durante la Primavera Árabe y luego de los atentados del 11-S y las guerras de Afganistán e Irak, para no hablar del interminable enfrentamiento entre israelíes y palestinos-, no podemos volver a la política de los tiranos cuyo lema no difiere del de los fundamentalistas: “dominar a los demás de forma incondicional”.
Ser contrario a la barbarie en nuestros días es decir un “no” incondicional al fanatismo, no como tiranos o “ángeles vengadores” que, a su vez, también son intolerantes sino entablando un diálogo con los creyentes antifanáticos. La civilización es el grito de la humanidad ante la barbarie.


Fuente
www.clarin.com
Traducción de Elisa Carnelli
TheWorldPost/Global Viewpoint Network

 

.................................................

Perdón por ser cómplices

Sería inmoral querer especular con el retorno de Arlan Fick a su casa con fines políticos, ni a favor ni en contra de nadie. Es una tragedia muy grande la que le ha tocado vivir a una familia para sacar provecho del dolor ajeno. Pero quiero rectificar un solo punto. La hermana mayor, el día en que Arlan regresó a su hogar, puso en su cuenta de Facebook: “Gracias Paraguay”. Yo no diría gracias a nadie y sí pediría perdón a los Fick porque en cierta medida todos hemos sido cómplices de lo que les ha tocado vivir.
Todos somos cómplices porque hemos votado a quienes votamos. Somos cómplices por tener en el Congreso, como nuestros representantes a quienes en realidad representan al narcotráfico y a la droga. Somos cómplices porque nos hemos habituado a vivir dentro de la corrupción y hasta nos parece natural que quien tiene acceso a los círculos de poder, lucre con su situación y robe y mienta y se burle de la justicia. Somos cómplices porque no asumimos una posición crítica ante esta situación que ha hecho que la vida se haya vuelto insoportable en el país al punto que nuestros hijos pueden ser secuestrados por bandas criminales que se escudan en una ideología perimida y una estrategia que hoy día nadie, en su sano juicio, se atreve a defender.
Somos cómplices porque nos callamos. Somos cómplices porque no nos atrevemos a protestar. Somos cómplices porque nos protegemos tras el cómodo amparo de “así somos nosotros” y “así no más tiene que ser”. Somos cómplices porque queremos congraciarnos con los que están arriba, pues en algún momento podemos obtener algún beneficio con nuestro baboseo. Somos cómplices porque no nos conviene disgustar a los que mandan. Somos cómplices porque hemos puesto la lealtad partidaria por encima de la inteligencia y no nos importa que nuestros representantes sean vergonzosamente ignorantes. Somos cómplices porque consideramos que al “correligionario” no se le toca ni se le juzga mientras sea fiel al partido por más que todo indique que es corrupto y que protege a grupos criminales. Somos cómplices porque consideramos que es más importante el color del pañuelo que llevamos atado al cuello que el respeto a la justicia y a las leyes.
Somos cómplices porque no nos escandaliza que haya jueces cuyas sentencias están tarifadas. Somos cómplices porque admitimos que la justicia se base no en los códigos sino en la libreta de cheques. Somos cómplices porque no nos escandaliza que haya indígenas que se mueran en la calle, a las puertas de la justicia que para ellos es sorda, más que ciega, y nos negamos a solucionar sus problemas y responder a sus necesidades.
Somos cómplices porque nos parece una pillería que hasta tiene su gracia el burlar las leyes y sus naturales controles. Somos cómplices porque nos creemos sagaces al pagar una coima para no ser multados por una infracción que hemos cometido. Somos cómplices porque buscamos los caminos adecuados para lograr nuestro propio provecho, desde cargar al Estado el sueldo de nuestros empleados a comprar el título universitario.
Somos cómplices...
Somos cómplices...
Somos cómplices...
Que cada uno complete los puntos suspensivos reconociendo sus propias faltas. Porque tan cómplices somos que hemos llegado a aconsejarle a la familia Fick que se vaya del país cuando lo que tendríamos que lograr es que se vayan del país los delincuentes, los narcotraficantes, los políticos corruptos, los políticos que están en connivencia con los criminales. Somos tan cómplices que no nos damos cuenta de que lo que debemos buscar es que gente honrada y trabajadora, que gente ejemplar, que familias modélicas, como los Fick, se sientan seguras y echen raíces en el país.
La familia Fick se ha convertido en el símbolo más claro e incontrovertible del sufrimiento de un sector de la población que soporta todos los días esa violencia evidente o soterrada, esa violencia física o inmaterial que permanece por más que un joven haya vuelto a su casa. Démosle el silencio y la soledad necesarios para que puedan recomponer los sentimientos que quedaron sueltos tras casi diez meses de cautiverio. Y no olvidemos de todo cuanto somos cómplices.

 

Abc
Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España
29.12.14

 

 

Revista

Ver ediciones anteriores

Suscribete

Y recibí cada mes la revista Mandu'a

Suscribirme ahora