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Año XXXIII - N° 395 - Marzo 2016

Editorial

Tampoco nos importa

Desde la ciudad española de Salamanca nos llegan las reflexiones del periodista y escritor Jesús Ruiz Nestosa sobre lo que sucede en el país y sobre todo, hacia adónde nos llevan esos hechos; y en el caso de este artículo publicado en el diario Abc el pasado 25 de enero, a ser un “Estado fallido” -donde todo vale y paradójicamente… nada vale-si seguimos en esa tesitura y no hay un verdadero cambio de rumbo. El contenido de este artículo es coincidente con el pensamiento y la línea editorial de la revista motivo por el cual lo hacemos nuestro y lo trascribimos para nuestros lectores.

Las declaraciones hechas por el gobernador de Canindeyú, Alfonso Noria, son de una inmoralidad ofensiva y vejatoria. Las hizo durante una conversación con radio Abc Cardinal, y a la pregunta de si tiene en cuenta que muchas personas a las que pide ayuda económica para sus campañas son sospechosas de ser narcotraficantes, respondió que se acercan a ellas para pedir votos y no para preguntarles a qué se dedican: “Nosotros no llegamos a la casa de las personas para preguntar a qué se dedican, si usted es narcotraficante. Nosotros solo pedimos que nos acompañen. Nosotros solo queremos el voto”.

Hemos perdido la noción de lo que está bien y de lo que está mal. La gente no diferencia entre la actitud honesta y la actitud delictiva. O, también es posible, y muchísimo peor, saber cuál es la diferencia, pero no le importa. Sin entrar a considerar si el gobernador de Canindeyú tiene relaciones o no con el narcotráfico, sin juzgar si es dueño de una inmensa fortuna mientras su sueldo como gobernador es de doce millones de guaraníes, lo que dijo sería suficiente, en cualquier país del mundo democrático, para que se iniciaran todos los trámites legales para su destitución.

Meses atrás, en Cataluña, se descubrió que el antiguo presidente de la Generalitat, considerado algo así como “el padre de la nación catalana”, Jordi Pujol, cobraba a las empresas una comisión del 3 por ciento por cada concesión de una obra pública. De esa comisión, ilegal, desde luego, una parte iba a sus cuentas en el paraíso fiscal de Andorra y otra iba para financiar las actividades de su partido. Sus distendidos paseos en compañía de su esposa por las callejuelas del pueblo en que tiene una maravillosa casa de campo se han convertido en un ir y venir a los tribunales donde debe intentar explicar el origen de su fortuna en la que también han colaborado activamente todos sus hijos. Pues bien, ese 3 por ciento que en nuestro medio suena a una miseria en comparación a las coimas que se acostumbran pedir y pagar, ha generado un escándalo mayúsculo con consecuencias funestas. Por lo pronto su partido, Convergencia Democrática Catalana, ha sido desguazado y ahora sus herederos políticos se las están viendo en figurillas para relanzarse con un nuevo nombre y así echar una capa de arena sobre lo que pretenden que se olvide.

Esta es la manera en que reacciona un sistema político en el que las instituciones funcionan y donde la gente tiene conciencia que los actos de corrupción ponen en peligro no solo la democracia de la que disfrutan en este momento -el periodo democrático más prolongado de su historia- sino también su bienestar y todas las conquistas que han logrado en cuarenta años de libertad.

La impasibilidad con que la gente asiste a hechos como el protagonizado por el gobernador de Canindeyú, que lastimosamente no es único, sino uno más entre muchos otros, más que incomprensible, es sorprendente. Aunque tengamos un sistema democrático representativo, el país lo construimos entre todos. También podemos destruirlo entre todos. Podemos hacerlo por acción y también por omisión. La forma en que se manejan los políticos nos está llevando a lo que se llama un “Estado fallido”, vale decir, un Estado (o un país) en el que no funcionan sus instituciones y cada ciudadano queda al libre arbitrio de lo que se le pueda ocurrir a cualquier hijo de vecino porque no hay leyes, no hay sanciones, no hay política de educación pública, de sanidad pública. En síntesis, no hay nada. ¿Que no puede suceder? Pregunten en Naciones Unidas cuántos Estados fallidos hay en África y en algunas regiones de Asia. Se pueden llevar una desagradable sorpresa.

Políticos como este gobernador nos están robando el país; se están llevando a manos llenas no solo el dinero, sino sobre todo la decencia, el concepto de que se debe vivir y actuar dentro de la legalidad, no porque podemos recibir un castigo, sino porque estas son las reglas de la convivencia pacífica, de la solidaridad entre todos. Se actúa bien porque está bien hacerlo de ese modo y nada más.

Lo que ha dicho Alfonso Noria es ofensivo, es vejatorio, es insultante, es doloroso. Es grave que a los políticos no les importe el origen del dinero para sus campañas, pero mucho más grave es que a nosotros tampoco nos importe.

 

 
 

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