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Año 40 - N° 476 - Diciembre 2022

Editorial

Fracasó el censo,
perdió el país
 
El fracaso del Censo Nacional de Población y Vivienda refleja la debilidad de las instituciones y la incapacidad del actual gobierno para recabar información confiable con miras a obtener datos actualizados que permitan sacar conclusiones a partir de números fidedignos.
 
El país se paralizó durante un día esperando la llegada de los censistas. No se puede decir que la ciudadanía no haya colaborado para el éxito de la convocatoria. Todos los sectores dedicados a actividades económicas cerraron sus puertas –con las pérdidas que significó- permitiendo que la gente se quede en sus casas esperando el momento de proporcionar las informaciones que les fueren requeridas.
 
En muchos lugares, sin embargo, los que debían realizar el censo nunca llegaron. Ello provocó no solamente una ola de decepción sino que generó justificadas protestas.
 
El Instituto Nacional de Estadísticas (INE), al tratar de justificar lo injustificable, dijo que el no cumplimiento del porcentaje previsto se debió a la deserción, a última hora, de numerosos voluntarios para censar. Esa institución debió prever una respuesta alternativa a esa situación que dentro de las posibilidades debía ser contemplada. De contar en diversos lugares con grupos de voluntarios de reserva para enfrentar las contingencias dadas sobre la marcha no se hubiera presentado la vergonzosa situación que se dio.
 
El censo se realizó con un préstamo de 43 millones de dólares otorgados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) de modo que no se podía alegar escasez de recursos para cubrir los gastos. A pesar de ello, los censistas solo iban a recibir un exiguo pago en concepto de viático… ¡15 días después de terminado el trabajo! Esa pudo haber sido una de las causas de la masiva deserción de censistas.
 
Con ese dinero –que los contribuyentes tenemos que devolver- se pudo haber realizado un censo en forma, para no repetir el fracaso del 2012.  Esta vez ni siquiera se realizaron algunas preguntas esenciales para obtener una acabada radiografía de la población. No se aprendió la lección y el resultado es peor que el de hace 10 años. Entonces, legítimamente, se puede preguntar: si hubo fondos, tiempo suficiente para organizar y prever posibles situaciones adversas, apoyo de la ciudadanía y otros factores favorables, por qué fracasó la convocatoria nacional.
 
Buscando el motivo del fracaso aparece la posibilidad, que no hay que descartar, de que la totalidad del dinero no haya tenido como destino el censo. Es razonable pensar en eso dado que estamos en plena etapa electoral y en esta época los que detentan el poder aguzan el ingenio para conseguir recursos para su campaña política. 
 
Con el nuevo papelón del gobierno, el Paraguay es el que pierde porque no tendrá números confiables para programar su futuro inmediato. Lamentablemente, el censo volvió a ser una oportunidad desperdiciada.
 
 
 

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