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Año 43 - N° 504 - Mayo 2025
Editorial
Francisco: el arquitecto de la dignidad
El 21 de abril de 2025 falleció el Papa Francisco, y con él se cerró un capítulo profundamente humano y transformador de la historia contemporánea. Su partida enluta a millones, pero también nos invita a mirar con más claridad el legado que deja. Un legado que trasciende lo espiritual y las religiones, y que se proyecta directamente en nuestros valores, en la forma de vivir nuestra profesión y de entender el acto de construir.
Francisco, el primer Papa latinoamericano, eligió desde el inicio un camino distinto. Rechazó los palacios y optó por la cercanía; renunció al poder vertical y apostó por el diálogo horizontal. Su papado no dejó grandes catedrales de piedra, sino cimientos éticos. Una arquitectura de la dignidad, donde la justicia social y el cuidado de la casa común no son ideas abstractas, sino planos de acción concreta.
Una de las contribuciones más importantes de Francisco al pensamiento contemporáneo es su encíclica Laudato Si’ (2015). En ella, el Papa no solo habla de la crisis ecológica, sino también de la necesidad urgente de reconsiderar nuestros modelos de producción, consumo y urbanización. Laudato Si’ llama a una “ecología integral”, una visión del mundo que reconoce la interconexión entre los problemas sociales, la degradación ambiental y la economía global. El Papa denuncia el daño que el consumismo y la explotación desmedida de los recursos naturales han causado a los ecosistemas, y cómo estos impactos afectan a los más pobres, quienes son los más vulnerables ante el cambio climático.
El mensaje central de Laudato Si’ también resalta que construir no es solo levantar paredes, sino crear comunidades sostenibles y justas. En un Paraguay donde la informalidad urbana, la falta de planificación sostenible y la exclusión territorial siguen siendo desafíos persistentes, esta visión adquiere una vigencia incuestionable. Nos invita a repensar desde la raíz cómo, para quién y con qué valores edificamos nuestras ciudades y viviendas, con un profundo respeto por la naturaleza y por la dignidad humana.
Pero Francisco no solo construyó con palabras. También derribó muros. Entre sus gestos más valientes estuvo el de acercarse con respeto a comunidades históricamente marginadas, incluyendo a personas LGTBQ+. En una institución muchas veces percibida como cerrada, su afirmación de que “los homosexuales tienen derecho a estar en una familia” no fue solo una declaración pastoral, sino una intervención arquitectónica en el edificio mismo de la Iglesia: abrió puertas que parecían selladas y propuso espacios de acogida en vez de exclusión.
Ese gesto, tan simple como revolucionario, nos habla de una construcción del mundo donde caben todos y todas. ¿Cómo traduce el mundo de la construcción esta visión? Diseñando espacios inclusivos, accesibles, pensados desde la diversidad. Replanteando también nuestras prioridades: no basta con embellecer fachadas si las desigualdades quedan intactas detrás de los muros. Hacer ciudad implica reconocer al otro, al distinto, al históricamente excluido.
También implica preguntarnos qué tipo de futuro edificamos. ¿Es un futuro cerrado, individualista, orientado al lucro? ¿O es uno colectivo, resiliente, basado en el bien común? Francisco nos desafió a salir de la indiferencia. Su mensaje apuntó a una arquitectura que no se limite al diseño de estructuras, sino que se comprometa con la vida que ocurre dentro y alrededor de ellas.
El Papa Francisco no nos deja una gran obra de mármol, sino un plano de valores. En él, lo importante no es la altura del edificio, sino su apertura al otro. No es la exclusividad del proyecto, sino su capacidad de integrar. Su legado interpela al sector de la construcción a ser parte activa de un cambio profundo, ético y sostenible.
Desde Mandu’a, lo despedimos con respeto y gratitud. Y asumimos, también, el desafío de seguir construyendo —con planos de justicia, inclusión y esperanza— esa casa común que él soñó para todos.