Edición N° 451 - Noviembre 2020

¿PARA QUÉ SIRVE LA CULTURA?

 

 

La puesta en vigencia de “procedimientos democráticos”, determinaron nuevas formas de disolución cultural para los países mas desvalidos del planeta.

En América Latina, especialmente, tales procedimientos llegaron a niveles de perfección y sutileza que, a la par del consumo acrítico de la cultura dominante, se pretende operar el olvido de la cultura sometida.

Eufemismo tales como “libre comercio”, “civilización”, “modernidad” o “ globalización”, no sólo han posibilitado la “integración” de las sociedades pobres latinoamericanas a los grandes mercados, sino han provocado también la difuminación de sus valores, de sus creencias, capacidades y tecnologías tradicionales. 

Enfrentadas a las poderosas armas de la mediocridad industrializada, cualquier resistencia al proceso tiene contadísimas posibilidades de sobre vivencia. Y puede notarse ya que junto al consumo de cuanta “chatarra cultural” nos impone el “mercado”, se apuesta a la expansión de la frivolidad, a la banalidad y a la definitiva disolución de la cultura autóctona. 

 

La cultura oficial.

Para justificar estos “revolucionarios cambios”, se apela al sacrosanto argumento de la rentabilidad. Se afirma entonces que un concurso de mises tiene mas éxito que una obra de teatro. Que las frivolidades de la socialité farandulera generará mas ganancias que cualquier actividad cultural o humanitaria. El fenómeno hace que los gurúes de la “mercadotecnia global”, afirmen categóricamente que “la cultura no vende”, no rinde beneficios. Que no es rentable. 

Obnubiladas, las autoridades asentirán gustosas. No podría ser de otra manera pues ellas forman parte del “implante cultural” previsto para “nuestras democracias”. Y revelan con fidelidad, las características operativas de la mayoría de esos gobiernos: constituidas por personas intelectualmente infra dotadas, generalmente mediocres y algunas, desvergonzadamente corruptas. Casi tanto como sus predecesoras, las dictaduras militares. De hecho, se alinearon sin esfuerzo al consabido desdén con el que ellas han castigado siempre a la cultura. 

El panorama no es mejor en las carpas “progresistas”. Sus filas nutrieron de impensados aliados a los “árbitros del pensamiento gubernamental” en demasiadas ocasiones. El detalle también delata la proverbial incapacidad de nuestros políticos para aceptar el saber “del otro”. O que las opiniones de sus interlocutores sean rebatidas desde el plano de las ideas, o con la demostración de algún conocimiento superior. 

Es la dimensión cuasi-primaria en la que se desenvuelven los criterios de convivencia en el ámbito de los Partidos, en los que el “animal político” (nunca mejor usada la palabra), considera al de su especie como un potencial enemigo. El “otro” pone en peligro -como antaño en las cavernas- su alimento, su tribu, sus posesiones, su territorio. Más tarde, tal vez sea una interferencia para la fama y la fortuna que él ambiciona conquistar. Y, aunque la fama ni la fortuna estén a su alcance, los logros del “otro” delatarán su propio fracaso. 

Sin embargo, con alguna capacidad, un poco mas de discernimiento y mucho de buena fe, los referentes político-partidarios tal vez pudieran comprender que la Cultura y el ejercicio de sus atributos, son de los únicos recursos que tiene el hombre para proveerse de eficacia, combatir la demagogia o la agresividad exacerbada. Defectos que tan invariable como reiteradamente, hacen trizas las escasas oportunidades que tenemos todos de acercar posiciones y concretar la convivencia. 

La nueva Cultura.

La situación exige de los operadores culturales un replanteo de toda la actividad. Debe reclamarse que la Cultura rebase el ámbito de las meras expresiones artísticas o de las percepciones estéticas para adentrarse en el reconocimiento y énfasis de los valores de una sociedad. Para operar en el centro mismo de la esencia de cada una de ellas: desde la memoria colectiva hasta las apetencias estéticas, desde los saberes ancestrales hasta la vocación por el confort y el sentido del deleite o el disfrute. La Cultura en toda su complejidad, con todos sus componentes. Como resultado de una elaboración colectiva que, finalmente, se inserta en la historia. 

Debe entenderse que este proceso ha sido generalmente duro, áspero, lleno de resistencias e interferencias, por lo que la militancia en sus filas, fue siempre caracterizado por un halo revolucionario, estigmatizado como subversivo y en consecuencia, reprimido por los gobiernos autoritarios de antaño y menospreciados por los de ahora.

Porque cuando se habla de Cultura, se destaca algo de valor que no siempre coincide con el saber oficial. 

 

La Cultura NO ES para mentir.

Pero para desaire de los expertos en marketing o de los productores de realities televisivos, la Cultura NO ES para entretener (aunque nos embelesemos frente una obra de arte). Para desilusión de los políticos, con la Cultura no se miente. No se puede mentir...

Tampoco es para vender nada. La Cultura “sólo sirve” para que seamos mejores. Social y humanamente mas eficientes. Para que nos reconozcamos en el otro y respetemos las diferencias que distinguen a los seres humanos. Es para entender que ninguna diferencia es un menoscabo: ni las físicas, ni las operativas, ni las mentales. Mucho menos las políticas o partidarias.

La cultura sirve para manifestar nuestros talentos, nuestras sensibilidades, nuestras habilidades. Nuestra visión del mundo. Sirve para comunicarnos mejor, para entendernos mejor. Para respetarnos más. 

Permite admirar y enaltecer los logros de la raza humana. La cultura sirve para honrar al hombre y su enorme capacidad de superarse y separarse de sus ancestrales (y todavía persistentes) atributos de bestia. Es para que nos regocijemos con lo que podamos ser -u obtener- para vivir decentemente. Para comprender que no hace falta demasiado dinero para ser feliz. Y que a veces, ni siquiera hace falta para admirar y disfrutar de la belleza de la creación. Para esto último, SI es indispensable la Cultura.  

Y para convivir con nuestros semejantes y con las otras especies. Y para conservar nuestro planeta. Para proyectar una colectividad humana mejor, mas saludable, consciente y responsable. La Cultura sirve para vivir con dignidad....

Y por todas estas razones, no se requiere justificar ante los que niegan su trascendencia o menoscaban su eficacia, la necesidad de que la Cultura tenga que generar o producir dinero.

Porque en todo caso, la Cultura ES para que el dinero -o los bienes de la tierra- sean mejor utilizados. En lo necesario y en lo justo. Y que alcancen para todos...

 

Autor:
Arq. Jorge Rubiani

 

 

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