Edición N° 440 - Diciembre 2019
Pensar la ciudad como un pueblo
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Vista del extrarradio y el centro de Johannesburgo.
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El distrito financiero de Singapur desde el mirador Skypark
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Hombres pescando en Mozambique.
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Polución del medio ambiente, un deficit a superar.
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El puente colgante de Bristol, Reino Unido, Ciudad Verde Europea del 2015.
Arquitectos y urbanistas reivindican barrios más habitables y señalan los peligros y las claves del crecimiento
Cerrar los ojos. Imaginar el lugar en el que se vive ahora, dentro de 40 años. ¿Qué se ve? “Autopistas a varias alturas”. “Rascacielos gigantes”. “Puentes que conectan bloques”. “Pantallas por todas partes”. “Atascos eternos”. Las respuestas entroncan con el reciente crecimiento desmesurado, los problemas actuales y la perspectiva cinematográfica del futuro de las metrópolis. A miles de kilómetros de los deseos y las previsiones de urbanistas, arquitectos y expertos en desarrollo y planificación. A miles de kilómetros de lo que debería ser concebido como un hogar. “Hay que pensar en las ciudades como el pegamento urbano que une la individualidad”, anota Norman Foster.
“En las últimas décadas, el mundo ha asistido atónito a una creciente vulgarización de las áreas suburbanas, en los que ha primado exclusivamente la especulación; ha asistido a un desfile de obras extravagantes sin otra finalidad que llamar la atención; el mundo ha sido testigo del modus operandi de una sociedad sin valores, sin orientación y cada vez más enajenada, una sociedad que en muchos lugares ha naufragado o está ya a punto de hacerlo. Los restos del naufragio son estos suburbios insostenibles, carentes de humanidad, sin identidad, sin belleza y sin la categoría de ser auténticos lugares”. Es parte del prólogo del catedrático y Premio europeo para la reconstrucción de la ciudad, Javier Cenicacelaya, al libro de Leon Krier La arquitectura de la comunidad. Una síntesis del pasado inmediato y el presente que es necesario cambiar.
Para el 2050, las previsiones demográficas calculan que la población mundial sobrepasará los 9.000 millones de personas, un 66 por ciento vivirá en ciudades, según el último informe de la ONU.
Hoy, gran parte del mundo ya es urbano.
“En Europa y Estados Unidos entre un 80 y un 85 por ciento de la población; en Asia alrededor de un 50 por ciento y en África un poco menos. Aunque Asia está experimentando ahora un boom importante, como América Latina en los años sesenta o Europa tras la Segunda Guerra Mundial”, explica José María Ezquiaga, arquitecto y urbanista.
Para el decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (Coam), hay dos líneas en los desafíos: “En los países emergentes y subdesarrollados hay que atajar los problemas de alojamiento, servicios e infraestructuras, entre otros. En los emergentes los de urbanismo, violencia, competitividad, transporte, baja calidad educativa...”. Todo antes de llegar a esa cifra que aumentará la población en las metrópolis en 2.500 millones de personas.
Ese dato determina la preocupación primordial de muchos de los expertos, entre ellos, del arquitecto Cesar Pelli: “La necesidad principal será cómo albergar el enorme flujo de personas en nuestras principales ciudades. Y la forma de proporcionar el transporte, la recreación y el trabajo de todos ellos”. Con ese horizonte ¿cómo deberían ser las urbes para ese momento?
Para responder a esa pregunta, el premio Pritzker Jacques Herzog se pregunta cuáles son las que funcionan mejor: “No son las inspiradas por el espíritu del modernismo, hechas para ser ideales, como por ejemplo Brasilia. En Europa, los barrios del siglo XIX e inicios del siglo XX basados en la idea del blockrand (agrupación urbana de edificios residenciales en construcción cerrada en torno a un patio común) funcionan y se adaptan muy bien al cambio de las necesidades sociales y al gusto de la gente”.
Una mezcla de la belleza geométrica de Paris, con la densidad de Manhattan y de Hong Kong, el hedonismo de Miami, las instituciones culturales de Londres, los paisajes urbanos de Rio y las cortas distancias de Basilea. Así sería el lugar ideal de Herzog. Pero esa ciudad no existe: “Las ciudades no son ideales. Son como los seres humanos, con derrotas y triunfos específicos”.
Un ente vivo
La tendencia es pensar en los edificios como objetos individuales dentro del tejido urbano, “y en la mayoría de casos es de hecho lo que son”, avisa Ben van Berkel, pero no lo que deberían ser. Para él las construcciones pueden formar parte de la estructura de la ciudad a través de la forma en que operan. “Unos cuantos edificios separados pueden funcionar dentro de un modelo colectivo a través de sistemas compartidos de residuos, instalaciones técnicas, espacios y aparcamientos comunes”.
Esa sociabilidad de los edificios va más allá de la cooperación técnica entre estructuras.
Emilia Saiz, de la Uclg (Red mundial de ciudades y gobiernos locales y regionales) habla de las ciudades como “entes vivos existentes por y para los humanos y las comunidades que ellos han formado”.
El urbanismo moderno, antagonista de estas posibles ciudades futuras y humanas, tiene en Leon Krier a uno de sus grandes detractores. Arquitecto, teórico y urbanista, lleva casi medio siglo denunciando la “deriva constructora” de la sociedad contemporánea: “Los asentamientos del futuro deben ofrecer, como lo hacían los del pasado, un reino público para todos, independientemente de su condición, sexo, color, edad, cualificación o religión”. Satisfacer las leyes sobre construcción y los códigos de seguridad y salud de cada lugar, y, además, formar parte de él: “Respetar los contextos geográficos y culturales; abrazar las técnicas y el idioma de las tradiciones constructivas vernáculas locales, condicionados durante siglos por el clima, la altitud y el suelo”. Dentro de esos “contextos culturales” están las nuevas formas de habitar. En España, por ejemplo, una de cada cuatro personas vive sola: 4,5 millones, según el INE (Instituto Nacional de Estadística).
Las ciudades deben ser parte de la vida de quienes la habitan, cambiar y crecer con ellas, ininterrumpidamente. No siempre ocurre así. “Hoy es necesaria una recuperación de los centros urbanos tras la dispersión que se produjo, y un doble proceso por hipercongestión, en el centro normalmente, o por deterioro, en la periferia, lejos de cumplir los estándares de energía. Madrid, por ejemplo, sufre las dos cosas”, detalla Ezquiaga.
Adaptar la horma. Evitar la segregación y las divisiones
El mundo cambiante, conectado, voluble y continuamente amenazado por conflictos y desastres naturales de este siglo necesita una nueva arquitectura a su medida. Para Zaha Hadid la solución es la arquitectura de la inclusividad: “La sostenibilidad ecológica y la desigualdad social son los retos definitorios de nuestra generación. Tenemos que ir más allá de esta arquitectura de la separación y compartimentación, hacia una arquitectura para el siglo XXI que se ocupa de la riqueza, la complejidad y la interconectividad de la vida contemporánea”.
Ella, la primera mujer en conseguir un premio Pritzker, aboga por el componente cívico -espacios públicos en los que las personas pueden conectarse entre sí y utilizar como propio, según su propia definición- en cualquier edificio, que atienda a las diferentes culturas, experiencias e influencias que se amalgaman hoy en las metrópolis. Algo compartido por Emilia Saiz: “Las ciudades han de asegurar el ejercicio de la ciudadanía plena, la inclusión y la igualdad y todo su planteamiento físico ha de estar concebido alrededor de ese concepto”.
Así, según ambas, se evitan la segregación y las divisiones.
No son las únicas que apuntan a esta faceta social de la construcción. Todos lo hacen. El doctor en arquitectura de la Universidad de Oregon, Hajo Neis, habla de la importancia de alojar a un gran número de personas, cada vez mayor y más heterogénea: “El desarrollo de un sistema similar al capitalismo social que incluya a todas las personas necesitadas de una manera humanista”. A ello, Neis añade una pequeña lista: migración económica, escape de las guerras, calentamiento global, cambio climático, terrorismo, petróleo, escasez de agua… “Son solo algunos. Este es el mayor desafío que tenemos que tratar para 2050”.
Esos retos, según Rafael Viñoly, se pueden encarar de dos maneras: la optimista, que hablará de la diversidad y la eficiencia de las ciudades del futuro, y la pesimista, relacionada con las catástrofes. “Estos dirán que, ya que la mayoría de centros urbanos está en zonas costaneras, la prioridad es construir más y más resistentes infraestructuras de protección contra eventos naturales”. Recuerda el paso arrasador del huracán Sandy en el 2012: “Yo vivo en Nueva York, y ya entonces se notó la escasez de recursos. Puso en evidencia los desafíos políticos que van a dominar la vida cívica en las próximas décadas”.
Los fenómenos de la naturaleza, tan posibles como incontrolables, son parte de la vida del experto en medio ambiente George E. Clark, quien especifica que las líneas de trabajo dependerán de cada ciudad: “Hay una gran diferencia entre la escala y la naturaleza de los problemas en función de si una ciudad es rica o pobre, grande o pequeña, costera o de interior, caliente o fría, vieja o joven”.
Incide en las ciudades de costa, donde la subida del nivel del mar y las tempestades suponen un agravante: “Hay que encontrar la manera de proteger o reubicar las infraestructuras, (telecomunicaciones, transporte, energía, vivienda, negocio), a las personas (ricos e indigentes), cómo utilizar los puntos fuertes del lugar y pensar la necesidad crítica de mapear y tomar conciencia de la existencia de nuevas zonas de inundación”.
Matrioskas de asfalto
A pesar de las diferentes perspectivas de futuro de arquitectos y urbanistas, hay elementos inherentes a la ciudad ideal: espacios verdes, reducción de la contaminación, buen transporte público… Además de esas claves obvias, todos han coincidido en una premisa: la cercanía es esencial. Al trabajo, a los centros de estudio, al ocio, a la naturaleza y a los puntos culturales. Poder caminar hasta el colegio o la universidad, la oficina, un museo o un parque es un privilegio en determinados puntos de grandes -y no tan grandes- ciudades, como México DF, donde cambiar de barrio supone, mínimo, media hora de transporte público o una hora en un (casi seguro) atasco en coche. Una pérdida de tiempo, terrenos y energía.
Leon Krier, uno de los grandes defensores de la caminabilidad, lo resume así: “Las ciudades de cualquier tamaño tienen que ser reorganizadas en barrios urbanos independientes. Estas verdaderas ciudades dentro de la ciudad deben integrar las actividades diarias, semanales y mensuales regulares de los individuos y las comunidades sin el uso obligatorio de medios mecánicos de circulación”.
Al final se volverá, de forma metafórica, al “pueblo”, un éxodo simulado dentro de la propia ciudad. Núcleos pequeños en el interior de los mastodontes de cemento donde la vida sea asequible: al bolsillo, al reloj y a la vista. Firmitas, utilitas, venustas. Una estructura debe ser sólida, útil y hermosa. La tríada de Vitruvio sigue vigente 22 siglos después.
Fuente
http://elpais.com