Edición N° 411 - Julio 2017

Reflexiones sobre la obra arquitectónica de Pindú

 
  • Jenaro Pindú presentando su proyecto del Nautilus. Foto de Toti Paniagua.

  • Casa Martínez Trueba

  • Casa Kostianovsky

  • Edificio Nautilus

 

Articulo del arquitecto Aníbal Cardozo Ocampo, profesor titular de la cátedra Crítica arquitectónica de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Arte de la Universidad Nacional, publicado el pasado 4 de junio en el suplemento cultural de Abc Color.

 

La obra de Jenaro Espínola -Pindú- (1946-1993) suele caracterizarse por un fuerte contenido formalista e incluso es muy criticada por ello. ¿Acaso se puede hablar de un estilo Pindú?

Un estilo es una manifestación tangible de un pensamiento creativo estructurado según ciertas reglas o normas de uso constante y continuo. Puede estar referido a un artista o a un conjunto de artistas que conforman una tendencia, escuela o determinada época de la historia del arte. Según el historiador alemán Heinrich Wölfflin cada ciclo artístico pasa por determinados estilos o fases estilísticas: arcaico (tanteo para hallar una expresión propia), clásico (tendencia a una definición estricta) y barroco (tendencia a la percepción sensitiva y a la movilidad). Y son justamente estas constantes implícitas en el conjunto de una creación las que sirven para estructurar un lenguaje capaz de transmitir un mensaje, tal como lo constituye toda obra de arte. Estas invariantes son recurrencias que aparecen a lo largo de una serie de propuestas y que le otorgan a dicho conjunto homogeneidad, y que permite su reconocimiento como tal. Y a partir de ello será posible hablar de estilo. En el caso específico de la arquitectura, el estilo no necesariamente tiene que estar ligado a los aspectos formales o morfológicos, sino que puede estar referidos a uno o varios de los diferentes aspectos que concurren al hecho arquitectónico, sean éstos formales, utilitarios, técnico-constructivos, espaciales, contextuales, simbólicos, de interés ecológico, etc.

Volviendo a la pregunta inicial ¿se puede hablar de un estilo Pindú?

La respuesta, por el momento, es una incógnita pues solamente una extensa y profunda investigación de toda su obra -que aún no se ha hecho- estudiada y entendida en su globalidad, podría dar la posibilidad de  reconocer los procesos de su evolución estilística. Y es recién cuando surgirán, como líneas emergentes de sus diferentes caminos, atajos, propuestas, los rasgos recurrentes e identitarios que, en tanto invariantes, llevarían a pensar en un estilo Pindú o bien, en varios estilos, si es que los hubiera. Una vez llevadas a cabo estas investigaciones, el aporte de Pindú podría ser evaluado, tanto en el orden arquitectónico y urbano-ambiental como en el ámbito del diseño y de la plástica con el objeto de establecer una significación de la totalidad de su obra dentro del conjunto de la arquitectura y de las artes visuales de Paraguay.

Partiendo de la hipótesis de que en la obra arquitectónica de Pindú se manifiesta un estilo definido, podríamos pensar que en su evolución creativa aparecen aquellas características que estableciera Wölfflin para definir las fases estilísticas, es decir, que habría una fase arcaica, una fase clásica y una fase barroca. A modo de ilustración vamos a referirnos a dos ejemplos de arquitecturas en esquina las cuales, desde su especial implantación, reconfiguran la imagen de la ciudad transmutándose en aquellos sitios que  Kevin Lynch dio en llamar un “polo urbano”.

Podríamos considerar que la obra Martínez Trueba (avenida San Martín y Agustín Pío Barrios), de 1972, pertenece al período arcaico, ya que pone de manifiesto la búsqueda y la definición de la expresión propia con ciertos rasgos que se irán repitiendo a lo largo de su producción arquitectónica. En esta obra se observa cómo la casa, al alejarse de la calle y de la línea municipal, genera la distancia imprescindible para la visualización del conjunto, quizás a la manera de un atrio en negativo, con el fin de preservar la arquitectura de la profanidad de la esquina, tal vez como un vacío imprescindible y esencial. O bien, la disposición del techo inclinado que, con una clara y potente configuración dinámica, posa con celo su índole protectora del espacio interior. Y, finalmente, el muro curvo que se ofrece a la mirada del transeúnte como un velo rotundo que establece una misteriosa introspección y niega el conocimiento de una sacralidad interior ya que, al no tener ventanas, se protege la intimidad de sus habitantes. Con tan sólo tres elementos, la composición explicita potentes significados que hacen al habitar discreto, tal como lo desearon sus propietarios, la familia Martínez Trueba.

La vivienda Kostianovsky (avenida  República Argentina esquina Alfredo Seiferheld), de 1979, pertenecería a un período clásico.

Aquí Pindú, con firmeza, pone de manifiesto un acabado Kunstwollen, entendido éste como la comprensión significativa de una cultura del habitar, es decir, de la arquitectura. Nuevamente la esquina otorga el marco urbano pero, sin embargo, en este caso Pindú no ciñe su arquitectura a tal circunstancia sino que, por el contrario, hace un gesto de acompañamiento a la poderosa inercia de la avenida República Argentina, en continuidad virtual con la dinámica horizontalidad que caracteriza todo su trayecto ciudadano y relega la calle lateral a un segundo plano. La horizontalidad manifiesta será pues el partido formal en torno al cual se irán generando sub-espacios con contenidos funcionales ad-hoc. La amplitud de la avenida y el cruce que se genera allí precautelan la distancia de visualización requerida para la mirada del conjunto.  Los taludes se encargan de alzar el nivel del acceso hacia la jerarquía de un “piano nobile”, en pos de una jerarquización espacial sobreelevada con respecto al punto de vista del observador y con lo cual,  la obra automáticamente adquiere una dignidad encumbrada y distante. Nuevamente observamos la referencia jerárquica del posicionamiento edilicio a la usanza de una estancia noble, en donde se imponen rangos de valor diferenciados.  Habitualmente las casas de los mortales tienen puertas para poder entrar y dejar afuera el exterior. Esta casa no tiene puerta, al menos de manera explícita. Pero sí posee una abertura a modo de  entrada cavernaria. La recurrencia arquetípica de la atávica cueva como ámbito silvestre de protección natural recupera en esta arquitectura su simbolismo ancestral y genera en su conformación el espacio interior como refugio y seguridad. Habitualmente las casas de los mortales tienen ventanas para visualizar el exterior desde el interior. La casa Kostianovsky, no tiene ventanas sobre la avenida, al menos de manera explícita. Con esta ausencia podríamos interpretar que, a diferencia de la casa Martínez (1972), no se pretende preservar la intimidad interior sino que, por detrás del vidriado plano oscuro que camufla una puerta, se intenta, -de un modo un tanto subrepticio- suscitar en el imaginario colectivo del paseante callejero el misterio de un espacio interior oculto e inalcanzable. Y, finalmente, observamos que el techo se despega de su base para cubrir la casa, al menos de manera esquemática y a modo de cornisa invertida, para forzar la distancia perspectívica del escorzo y enmarcar la lejanía visual del conjunto. Hemos observado pues cómo la casa Kostianovsky posee los rasgos habituales de entender una casa, pero la configuración formal adoptada por Pindú extiende sus significaciones hacia un plano más trascendental de lo que habitualmente se supone que debe representar una casa. No recuerdo qué espacio existía en esa esquina antes de que la arquitectura de Pindú aposentara allí sus reales. Posiblemente un espacio urbano común y sin nombre. Pero la ciudad como todo organismo vivo crece, se recrea y se renueva y, a la vez, instaura configuraciones edilicias que, marcando épocas, fija la memoria colectiva de sus habitantes.

La esquina República  Argentina y A. Seiferheld (antes esa calle tenía otro nombre) era una simple esquina resultante del parcelario urbano. La implantación de esta casa en 1979 generó un acontecimiento ciudadano. Aquel territorio deja de ser anónimo cuando la arquitectura de Pindú se instaura como hito urbano y aquello deja de ser espacio neutro para ser un lugar. Un lugar urbano es la confluencia de tiempo y espacio, de memoria colectiva de significaciones y de olvidos, es decir, un espacio existencial.

Si alguna vez la casa fuera demolida, desaparecería no sólo una obra magistral de un arquitecto creativo, tal vez el más relevante de la arquitectura paraguaya, sino que también desaparecería un recinto de la vida urbana que, a modo de la “cuaternidad”*  de Heidegger, se consuma como la manera humana del habitar sobre la tierra, bajo la cobertura del cielo y la atenta mirada de los divinos en el construir y el cultivar de los mortales, es decir, preservando el lugar y el crecimiento de la vida que es el modo humano de ser.

Una tercera obra, el edificio Nautilus, 1989, de la calle 25 de Mayo esquina Curupayty, nos daría pistas de un tercer momento estilístico de Pindú, el barroco, pero su análisis de intensa complejidad quedará relegado para una futura edición.

(*) Tierra y cielo, los divinos y los mortales, formando una unidad desde sí mismos, se pertenecen mutuamente desde la simplicidad de la Cuaternidad unitaria (Heidegger)

 

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